Por su carisma y buena relación con quienes la rodean en laCasa del Abue, este año Olga Treviño fue la reina del festival deprimavera. Se trata de una de las maestras voluntarias de esteespacio quien ha dedicado estos últimos 11 años a ayudar a otraspersonas de la tercera edad a encontrar un nuevo sentido devida.
Desde siempre le gustaron las manualidades y cuando enviudó,hace 13 años, lo primero en lo que pensó fue ir a vender mantelesde encaje pintados a mano a Cancún, pero después de algunos añosahí tuvo la necesidad de regresar a su ciudad natal.
Cuando llegó, al ponerse en contacto de manera inmediata conuna de sus hijas, entró en depresión, pues se dio cuenta de queno tenía ninguna actividad a la cual dedicarse y se sentíasola.
Olga, ahora tiene 76 años de edad, se trata de una mujersonriente, alegre, que mantiene una buena relación con quienes larodean. Al ver que su actitud comenzó a cambiar, su hijadecidió acompañarla a la Casa del Abue, con la idea de queasistiera a los diferentes talleres que ahí se ofrecen.
Pero, los planes no se desarrollaron de esa manera, pues Olgallegó a plantear la idea de ser maestra de pintura en encaje locual aceptaron de manera inmediata los directivos y le asignaronlos lunes y miércoles en horario de 09:00 a 12:00 horas, mismo quemantiene desde hace 11 años.
“Las mejores tres horas del día”, se atreve a pronunciarmientras otras de sus compañeras tejían en un moño su largacabellera blanca, que es otro de los rasgos por el que secaracteriza entre todos los demás.
La Casa del Abue, cabe recordar, fue inaugurada en febrero de2006, de tal forma que, prácticamente desde su apertura, Olgaestá ahí, es, se podría decir, de las fundadoras y se integra algrupo de 60 maestros voluntarios que prestan sus servicios todoslos días en este espacio.
“Yo enviudé hace 13 años, entonces me fui a Cancún a vendermis manteles y cuando regresé ya no tenía nada que hacer,entonces, me entró una depresión muy fuerte y una compañera queestaba aquí le dijo a mi hija que me trajera a la Casa del Abue,para que tuviera algo en qué entretenerme, ellos querían que yotomara alguna actividad, pero yo me convertí en maestra”,expresó.
A partir de ese momento su vida cambio de manera drástica, puesla depresión se fue de manera inmediata y comenzó a relacionarsecon otras personas, que le han brindado nuevas experiencias, quecon el paso de los años se han convertido en amistades queconservas aun fuera de la Casa del Abue.
Sabe que por acudir estos dos días no recibe una remuneración,pero no es necesario, pues el mejor pago al que puede acceder es lacompañía y amistad de los abuelitos a los largo de 11 años.
Ahora, en su lista de alumnos, durante toda una década, hay249 y contando, entre hombres y mujeres quienes se han interesadopor aprender a pintar encaje. Aunque también en esta nueva laborhay tristezas, pues la vida los ha separado de muchos de susestudiantes, pero a todos ellos los recuerda con singularcariño.
“Cada año, muchos de mis abuelitos se me mueren y para mí esuna pérdida, como si fuera un familiar, porque como trato muchocon ellos y son muy lindos conmigo, siempre les tengo muchoamor”, añadió.
La experiencia y la oportunidad de sentirse útil, son losmejores regalos que le han dejado todos estos años en la Casa delAbue, sobre todo, como la mayoría de las personas, saberse ysentirse útil.
“Bendito sea Dios que todavía soy útil, porque saliendo deaquí los abuelitos me buscan en casa, quieren que los ayude, mepide que los ayude con sus problemas y se acercan muchos a mí”expresó con total satisfacción y con la garantía de que cadalunes y miércoles cualquiera la puede encontrar dando clases.