A los nueve años de edad, Salvador tomó la botella de whisky que su padre dejaba a medio beber en la mesa del comedor cuando volvía a casa por las noches sin saber que, 7 años después de ese primer sorbo, tendría que pasar casi un año en cama tras un cambio de riñón.
Fue a los 16 años, cuando iba en primer año de preparatoria, que el cuerpo de Salvador no pudo continuar con las largas jornadas de consumo de alcohol. Su riñón falló al punto que el médico le advirtió que de no conseguir uno nuevo, no resistiría cuatro meses más.
La búsqueda fue lenta y el temor de no conseguirlo fue más grande que el dolor de seguir con el propio, así, “Chava” recuerda cómo su desesperación lo llevó a continuar ingiriendo cervezas, whisky, vodka, ron y cócteles; a veces solo a veces acompañado, bebía para dejar de lado su problema por unas horas.
En entrevista con El Sol de Puebla, Salvador comentó que desde que le informaron sobre su insuficiencia renal, supo que no podría volver a consumir la cantidad de alcohol que le era habitual, por lo que temió perder a los amigos con los que solía beber todos los días, al mismo tiempo que reprobaba el diario consumo de padre.
Si bien no considera que el consumo esporádico de alguna bebida alcohólica le genere grandes consecuencias, le parece que su estado de salud es grave. “Me tomo dos Jack Daniels y al día siguiente ya está molestando el cuerpo otra vez”, dice.
En la universidad, Salvador visitó la enfermería tan frecuentemente como los salones de clases, pues el desgaste físico de la ingesta de bebidas y la atención a sus materias era tan arduo para su cuerpo que lo dejaba a punto del desmayo.
Dejar la escuela para atenderse nuevamente no fue la solución a la adaptación del nuevo riñón a su organismo, pero sí aminoró el consumo bebidas que lo llevaron al problema de salud en primer lugar.
Ahora que han pasado 12 años desde el inicio de su enfermedad, Salvador revive la experiencia de su operación. “Pensaba que me iba a morir, todos lo decían, pero aquí estoy y hay que cuidarse si queremos seguirle no queda de otra”.
Chava, que hoy tiene 28 años de edad, vive con un régimen alimenticio estricto y constantes revisiones médicas; cada que se da el gusto de servirse un vaso con whisky, repasa los días en cama cuando era adolescente y piensa en cómo aquellos amigos con los que acostumbraba embriagarse no llegaron a verlo.