Connie Escobar, es originaria de Chietla, Puebla, pero desde hace 22 años reside en Brooklyn, Nueva York, uno de los puntos más agudos de contagios por Covid-19 (coronavirus) y donde se han registrado más de 20 fallecimientos de migrantes poblanos por este virus.
Con lágrimas en los ojos, lamenta que a la fecha, haya personas que no creen que el virus sea real y que no estén tomado las medidas pertinentes para protegerse y proteger a los demás. El aumento de personas fallecidas por este virus le causa tristeza y le conmueve saber que su familia pueda estar expuesta a un contagio por la incredulidad de otros.
“Tengo familia en México, gracias a Dios están bien, pero me dicen que donde viven, la gente está como si nada, que la gente no hace caso y, al escuchar eso, a mí me duele mucho porque yo estoy viviendo en una ciudad donde el virus ha matado a mucha gente, por lo mismo, porque no creen”, comparte.
Asegura que la preocupación se hace latente en Nueva York debido a que, a pesar de ser una ciudad cosmopolita, ahora se enfrentan a un déficit de atención hospitalaria, tanto, que no hay equipo médico suficiente para los pacientes y material de seguridad para los médicos
“No sé exactamente como estén tomando las cosas en México, pero la gente tiene que tomar conciencia de que esto es real y está pasando en grandes ciudades. Nueva York es una ciudad que tienen la mejor tecnología y aún así los hospitales están colapsados, no hay ventiladores, no tienen protección los médicos, las morgues están colapsadas, no saben dónde poner tanta gente que ha muerto”, asegura Connie.
Comparte que recientemente se enfrentaron a un momento muy difícil y de tensión debido a que su esposo Russ, trabaja en un centro de atención para personas adultas, ahí, tuvo contacto con dos pacientes que resultaron positivos a Covid-19, motivo por el cual tuvo que someterse a una prueba; el resultado fue inquietante.
“Él está a cargo de este centro de terapia y hubo pacientes infectados, estuvo expuesto a dos contagiados. Lo mandaron hacerse la prueba (…) pasaron cinco días para que conociéramos el resultado y durante ese periodo tuvimos días de gran preocupación, es un estrés que no tienes idea, pero gracias a Dios, supimos que no estaba contagiado”, comparte.
Eso días, narra, fueron difíciles, pues a pesar de tenerlo en casa, tuvieron que tomar medidas estrictas para evitar el contacto entre ellos y principalmente con sus dos niñas. Reconoce que le daba tristeza tener que alimentarlo desde lejos y, cuando sus hijas corrían para abrazarlo, él las detenía para que no se le acercaran.
“Cosas tan simples que a veces no tomamos en cuenta como un abrazo, un beso, poder salir para disfrutar de estos días hermosos, son cosas que se añoran y ahora valoramos más”.
Agrega que el confinamiento lo han vivido prácticamente desde diciembre porque en los días de nieve no pueden salir y, tras la contingencia sanitaria, los días de aislamiento incrementaron.
A la fecha, siguen tomando las medidas necesarias para cuidarse y aunque su esposo tiene que continuar trabajando, esperan que la pandemia termine pronto para salir de casa y admirar los días soleados los cuales, reconoce, no se disfrutan igual desde la ventana.