Chipilo es una de las colonias de italianos en México que conserva sus tradiciones, su lengua y su cultura. A casi 136 años de que 48 familias dejaran la comunidad de Segusino, provincia de Treviso en la región de Véneto, antes de la unificación de Italia, su población actual, que asciende a 3 mil 493 personas, se enfrenta a los efectos de globalización que avanzan sobre su identidad.
En la comunidad están vigentes las primeras tiendas de abarrotes, elaboración de quesos y carnes finas, y han crecido industrias como la mueblera, que genera exportaciones y se encuentra en el sitio 26 en el estado en importancia, y la lechera, aunque esta última sufre actualmente con políticas económicas dirigidas a la pulverización de los pequeños ganaderos.
Sin embargo, la comunidad es económicamente próspera, ya que genera alrededor de 12 mil empleos directos más los indirectos, de acuerdo con el presidente auxiliar, Pedro Martini Mazzocco, a pesar de que fue fundada después de su cabecera municipal, que data de 1520 desde que fue sometida por los españoles en la Conquista.
Los chipileños hablan el véneto y el español, el primero lo aprenden en el seno familiar y el segundo en la escuela.
Es común entre la población que se dirijan entre ellos en su lengua materna y siguen festejando tradiciones como el “rigoletto”, el cual usa huevos de pascua, el “bondi bondan” que se realiza cada año nuevo en que participan niños y “las bochas” que juegan con integrantes de la colonia Manuel González, Veracruz, fundada también por italianos pero en 1881, dos veces cada año.
Aún con esto, la población que ha nacido en México se siente mexicana, y es común ver al nieto de Daniel Galizzi corriendo por la avenida principal con su bandera mexicana por amor a su estandarte, según comentó el también propietario de una de las dos tiendas de abarrotes más antiguas, que se llama La Esperanza, famosa por elaborar el tradicional pan de maíz o “pinza”.
Hace 50 años, comentó Martini, la comunidad se abrió mucho más y eran más comunes las uniones con los mexicanos, antes, dijo, la cultura y el idioma eran impedimento y a veces, la manera de cortejar a las chipileñas era poco correcto, por lo cual los hombres las cuidaban, pero negó que hubiera normas que dictaran solo casarse con miembros de la comunidad.
LA INVITACIÓN…
En ese entonces, la región véneta era complicada por las condiciones socioeconómicas, pues pagaban muchos impuestos, además de que vivían en las laderas del río Piave, peligroso con los deslaves, pero llegó la invitación del Gobierno de la República que encabezaba Porfirio Díaz.
El alcalde auxiliar, apoyado de las memorias del escritor chipileño Agustín Zago, dijo que llegaron 48 familias y luego se unieron otros italianos que fueron reubicados en Puebla, provenientes de Morelos.
Sin embargo, las memorias dicen que a pesar de que la administración federal prometió 100 años de exención de impuestos no pasaron 10 años cuando comenzó a cobrarlos, además las tierras fueron cobradas 300 por ciento más de su valor real y tanto los animales como las herramientas también se pagaron en su totalidad, por lo que negó que el Gobierno les haya regalado algo.
Incluso, cuando llegó la invitación de la administración pública federal les dijeron que los caballos resbalaban por el oro que había debajo de la tierra, lo cierto es que mucha superficie era improductiva y a la fecha, alguna no se ha usado.
La industria lechera nació en 1882 con la fundación de la comunidad y produce alrededor de 200 mil litros al día, y la mueblera en 1985, pero la primera sufre mucho más porque los pequeños productores ya no pueden sobrevivir con los insumos elevados y el precio castigado de la leche, dijo José Merlo, ganadero de Chipilo.
LENGUA EN EXTINCIÓN
“Nosotros lo que estamos haciendo es defender la herencia cultural que nosotros recibimos porque esta colonia se fundó en 1882 y a raíz de su fundación pues prácticamente la elaboración de productos lácteos, ha venido con la actividad preponderante que es la agricultura y ganadería”, dijo el propietario de Sabores Galeazzi, Samuel Rosales Galeazzi, de la tercera generación de elaboradores de queso oreado, el tradicional y de altísima calidad.
Por el costo, la producción no es masiva, así como algunos embutidos, pero él, que es de madre italiana y de padre mexicano, también hereda a sus hijos el conocimiento para elaborar quesos y embutidos, aunque no los venda en la tienda porque no hay demanda, sin embargo afirma que lo que se está perdiendo es el idioma.
“Esa tradición no se va a perder, lo que se va a perder es el idioma. Se han perdido muchas palabras porque aquí no hay una escuela en véneto, tratamos de que el lenguaje se conserve, sin embargo ellos en la escuela oyen tantos vocablos en español, que lo han mezclado y lo van maleando, es como el español pocho. Eso es parte de la globalización lamentablemente”.
Sin embargo aún continúan las antiguas tradiciones, como la de ir a comprar salado a la tienda de don Domingo, la cual es una puerta blanca sin letrero o señalización, pero en donde se elaboran embutidos finos y tradicionales.