Hace más de una década, habitantes de Cuetzalan del Progreso, en su mayoría indígenas, dieron el paso más importante para materializar una herencia vital de sus antepasados y con ello brindar un futuro más próspero y sano para las próximas generaciones de su comunidad. Lo hicieron partiendo de dos prácticas milenarias: la cosecha y la herbolaria; todo en balance con la Madre Tierra.
La Cooperativa “Tosepan Pajti”, que traducido del náhuatl al español significa “Salud para Todos”, es una iniciativa de acceso público que busca democratizar el conocimiento sobre estas dos prácticas. El principal objetivo es garantizar la autosuficiencia alimentaria en toda la Sierra Norte, a través de la producción de alimentos sanos, libres de químicos y autosostenibles.
LA MATERIALIZACIÓN DEL SUEÑO
Las personas oriundas de la región, sobre todo las más longevas, conocen bien los usos curativos de las plantas y a su vez las técnicas de cosecha más dichosas. Por varios años, esa fue la cotidianidad para muchos, sin embargo, esto se modificó con el tiempo, específicamente cuando los alimentos industrializados y con exceso calórico proliferaron en el lugar –y en el mundo–.
En entrevista con El Sol de Puebla, Romualdo Zamora, fundador del proyecto, refirió que históricamente las zonas rurales han sido las más marginalizadas respecto a políticas públicas: “Los servicios de salud (...) han sido bastante limitados para el sector rural, para los campesinos. Aun cuando ha habido diversos programas gubernamentales, han sido [insuficientes]”.
El sueño comenzó en 2009, cuando un grupo de habitantes de Cuetzalan se unió para hacer frente a los problemas de salud recurrentes en la comunidad. Lo construyeron a partir del conocimiento y experiencias heredadas, y en razón de acercar a la población una extensa variedad productos proveídos por la naturaleza, y cosechados por ellos mismos.
El líder comunitario reconoce que tanto la medicina de patente como la herbolaria son indispensables para la humanidad, pues dice –sin temor a equivocarse–, la primera se basó en la segunda. La diferencia es que la última prioriza la prevención de los padecimientos más allá de la atención de los mismos. No obstante, en la Tosepan Pajti existe un balance entre ambas.
Por otra parte, se pretende también que los hogares serranos sean capaces de producir su propia comida, con alto valor nutricional, y con ello alcanzar la seguridad y autonomía alimentaria: “La meta es que se produzcan productos sanos, orgánicos y que transformemos los hogares en viviendas sustentables. Queremos que la gente tenga conocimiento de su cuerpo y de su espacio”.
Con esa finalidad, la cooperativa basa su existencia en la repartición del conocimiento. Aquellos que heredaron las técnicas de agricultura y herbolaría de sus padres y abuelos comparten sus saberes para que cualquier habitante de Cuetzalan tenga los alimentos y remedios caseros a su alcance.
Desde la construcción de una hortaliza, hasta la elaboración de insecticidas orgánicos, todo está cubierto. Con un genuino sentimiento de comunidad, la población aplica y retroalimenta la sabiduría, y contribuye al objetivo.
UNA TRADICIÓN INQUEBRANTABLE
Una de esas personas es la señora Flora Reyes Márquez, oriunda de la comunidad de Pinahuista, en ese municipio de la Sierra Norte. Al filo del mediodía y con una temperatura superior a los 30 grados centígrados, doña Flora Reyes, como cada día, riega su hortaliza, que está repleta de plantas para distintos usos.
Con una cálida bienvenida, doña Flora recibió al equipo de El Sol de Puebla. Para la ocasión, cocinó al menos dos docenas de tamales caseros hechos con pollo, champiñones y una salsa de jitomate condimentada, además de una olla de café humeante. Ahí junto a su estufa de leña, la experimentada agricultora relató orgullosa que todo lo cocinado fue cosechado y criado en el caso de las aves, por ella misma.
Para ella el campo lo es todo. Cuando era niña, observaba y participaba en la granja de sus abuelos, con quienes creció, y es a ellos a quien les debe todo lo que sabe. Así aprendió sobre el cuidado de vacas, pollos, gallinas, y desde luego, a sembrar toda clase de frutas, verduras y semillas.
Una vez terminado el manjar –común en la sierra poblana–, doña Flora invita a pasar a su huerto. El mismo se ubica a un costado de su hogar, en la cima de un relieve. Ahí, en al menos 500 kilómetros de diámetro de terreno fértil, ella siembra junto a su esposo una extensa variedad de alimentos.
Aunque siempre supo trabajar la tierra, nunca fue con tantos productos a la vez y mucho menos con la finalidad de cosechar lo suficiente para su alimentación y la de su familia, pero también para comercializarlo. Hoy en día, su economía se basa fundamentalmente en lo que produce.
Esto en gran medida fue gracias a lo que aprendió en la Tosepan Pajti, a la que se unió desde su origen. Con ello, entendió lo que se requiere para organizar su hortaliza, crear composta con sus residuos orgánicos y elaborar insecticidas orgánicos, económicos y libres de toxinas, además de recetas para cocinar innumerables platillos.
En su traspatio siembra calabaza, tomillo, orégano, epazote, hierbabuena, cilantro, ruda, romero, ajenjo, albahaca, sábila, chile, ejote, fríjol, jitomate, pero también tiene árboles frutales y hasta un cultivo de maíz, entre otros.
Una tercera parte de lo que produce lo destina para cocinar en casa, mientras que el resto lo vende los domingos en la plaza principal de Cuetzalan, y a la Tosepan Pajti durante todo el año. Y es que además de intercambiar conocimientos, doña Flora es una de las decenas de personas que se asociaron como proveedores de la cooperativa.
Estos lazos comerciales y culturales marcaron la diferencia durante la pandemia de Covid-19 para ellos. A diferencia de lo que pasó en diversos lugares de la entidad, el impacto económico fue menor para las personas, quienes, como doña Flora, forman parte de ese proceso de economía circular, y fue gracias a que la producción no se detuvo por completo ni tampoco lo hicieron las ventas.
LAS GUARDIANAS DE LA SALUD
En un inmueble situado a las orillas del municipio se ubica la sede de la Tosepan Pajti. Ahí laboran dos docenas de personas, entre promotoras, personal administrativo, especialistas en medicina y las llamadas guardianas de la salud.
Este último grupo es fundamental para el trabajo que realiza la cooperativa. Lo integran al menos cuatro mujeres que se encargan de recibir y trabajar los productos herbolarios que llegan desde los huertos de todos los socios, para transformarlos en ungüentos, pastillas y alcoholaturas, principalmente. Ellas están familiarizadas con la herbolaría, pues es parte de su tradición familiar.
Una de ellas es Marlén Julián Matías, originaria de Cuetzalan y licenciada en Biología con especialidad en Etnobotánica por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP). Cuando llegó su momento de elegir una carrera, ella supo que tendría que ser algo con lo que pudiera ayudar a su familia e incidir en su comunidad.
Posterior a su titulación y leal a sus convicciones, la especialista regresó a su tierra natal para contribuir a ese círculo de conocimientos y brindar un balance entre lo científico y lo cultural. Ahí, bajo una serie de estrictas medidas de seguridad e higiene, participa en el trabajo diario de las guardianas de la salud.
En el laboratorio se dedica a la elaboración y revisión de artículos de uso medicinal y terapéutico a base de plantas y otros productos orgánicos como lo es la miel virgen que generan las abejas meliponas –otra de las principales fuentes de ingreso para los lugareños–. Todo ello cuenta con el respaldo de la Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (Cofepris).
En entrevista, Julián Matías señaló que la herbolaría no busca sustituir a la medicina de patente, por el contrario, busca un equilibrio entre ambas. Ella no es la única especialista que labora en el lugar, la acompaña un galeno y otros estudiantes de Medicina de la BUAP que, mediante un convenio de colaboración, realizan su servicio social.
Aunque a pequeña escala todavía, la Tosepan Pajti ya transita en el camino de la sostenibilidad. Para generar los ingresos requeridos para aumentar su incidencia en la región, la cooperativa comercializa sus productos dentro y fuera del estado. Actualmente, venden cerca de dos mil artículos mensuales y con tendencia al alza, gracias a los envíos que hacen a la Ciudad de México y Veracruz. También, con la colaboración de otras cooperativas regionales, cuentan con puntos de venta esparcidos en la entidad poblana.
HERBOLARIA DEBE SER FORTALECIDA
Por su parte, Hermelinda Hidalgo Chávez, otra guardiana de la salud y oriunda de San Miguel Tzinacapan, en Cuetzalan, señala que la herbolaria es una práctica que está destinada a prevalecer por siempre, sin embargo, son varios los riesgos que enfrenta actualmente.
Si bien está lejos de desaparecer, esta práctica se realiza con menos frecuencia por las personas más jóvenes. En algunos casos se debe a la existencia de mejores condiciones laborales fuera del municipio, aunque también ocurre por desconocimiento y por desinterés.
En ese contexto, Hermelinda defiende que son las infancias y la juventud quienes tienen en sus manos la oportunidad de preservar estas tradiciones y a su vez, hacer frente a los estragos que fenómenos como el deterioro al medio ambiente causarán en un futuro no muy lejano.
Por ello, dice, su contribución la hace con su hija, a quien le inculca el valor que la sinergia con la naturaleza puede tener en el bienestar de cada persona. En esencia, busca que pueda gozar de los mismos beneficios naturales que ella tuvo cuando era niña.
“Que no se pierda lo que nos dejaron nuestros antepasados, [necesitamos] seguir esto para inculcarlo a nuestros hijos, porque es parte de nuestras raíces. Son plantas que se dan aquí, todo lo que hacemos es orgánico”, apuntó.
Quien piensa similar es la señora Floriberta Salazar Cárcamo, residente de la comunidad de Cuautamanca, también en Cuetzalan. Ahí, en su domicilio que se ubica cuesta abajo en una colina, cuenta que hoy en día en su familia son sólo ella y su esposo quienes trabajan la tierra, pues sus dos hijos ya no viven ahí y dejaron de participar en las actividades agrícolas.
“Se siente uno mal, porque ya no es lo mismo (...) ellos se fueron y ya cada quien tiene su familia (…) quisiera yo que estuvieran aquí, pero no se puede (…) A muchos ya no les gusta”, refiere.
ESTRAGOS DE GRACE, DIFÍCILES DE SUPERAR
Posterior a “Grace”, el evento meteorológico que tuvo lugar a mediados de 2021, decenas de hogares resultaron afectados por la fuerza con la que el huracán impactó en la Sierra Norte de Puebla. Uno de ellos fue el de la señora Floriberta.
Con la voz entrecortada, narra que dicho fenómeno climático fue el más dramático y desgarrador que ha experimentado hasta ahora. Inclusive, recuerda cómo fue que su vivienda se quedó sin servicio eléctrico por poco más de ocho meses continuos. También perdió el techo de su casa, pues este era de lámina.
No obstante, lo más doloroso fue ver cómo los fuertes vientos y las torrenciales lluvias le arrebataron sus cultivos. Posterior a la inclemencia, doña Floriberta difícilmente olvidará el escenario devastador al ver que todo lo que construyó con amor en años de esfuerzo se convirtió en lodo y desechos. Su milpa, sus árboles de café y sus abejas se perdieron por completo.
A la par, la señora Salazar recuerda que sus queridas abejas meliponas también sufrieron los estragos del devastador huracán, acompañados de los fríos intensos del invierno. Esto fue quizá una de las pérdidas más dolorosas para ella, pues de entre todas las cosas por las que le agradece a la naturaleza diariamente, las abejas son las principales.
La razón de ello no podría ser más impactante. Doña Floriberta es trabajadora del hogar, y hace tres años, ya terminada la jornada, tomó la “combi” para ir de vuelta a casa, como cualquier otro día. Sin embargo, cuando bajó del vehículo se enterró un clavo de forma instantánea. Aún después de recibir tratamiento médico, el dolor que sentía era insuperable, asegura. Afortunadamente, eso cambió cuando siguió el consejo de una amiga: untar miel virgen de la abeja melipona en la herida.
“Cuando me bajé de la combi di el paso y que me entierro el clavo. Me traspasó mi huarache y se fue todo. Fui al doctor y me dio medicamento, pero no me sirvió (...) Se me infectó muy feo (...) y fue gracias a la miel que me cicatrizó rápido”, remarcó.
Desde entonces, dedica su cuidado a las abejas. Pese al desastre, nuevamente comenzó a recuperar sus cultivos y su miel, aunque lo hace a paso lento: “Espero que este año sea mejor”. Posterior a Grace paralizó la venta de productos como el café, menta y limón, sencillamente porque no tenía nada que ofrecer.
Si bien las lluvias no son un problema, por ahora, las cosechas sufren los estragos del intenso calor. Ningún día se vive con una temperatura inferior a los 35 grados centígrados, refiere. Aunque riega sus plantas con frecuencia, la radiación solar quemó varios de sus productos y pese a que ello es motivo de preocupación, entiende que es la tierra manifestándose ante su deterioro.
UN APOYO SOLIDARIO
Posterior a Grace, y gracias a su posición como socia de la Tosepan Pajti, recibió el apoyo de la cooperativa para que recuperara parte de su patrimonio.
Una de las cosas más útiles que perdió fue su brasero, con el que cocinaba a diario. En la región es poco común ver estufas de gas, esto se debe a los elevados precios del servicio, pero también a que las condiciones climáticas y medioambientales favorecen hacerlo de una forma más económica: con leña.
Por esa razón, en la cooperativa le brindaron no sólo los insumos necesarios, sino también el acompañamiento para construir una nueva estufa de leña, que, además, es ahorradora y desecha el dióxido de carbono fuera de su casa. Esto antes no era así, pues la que ella tenía, casera también, dejaba todo el humo en el espacio cerrado, causándole graves daños a su salud.
CONVICCIÓN Y ESPERANZA
Para las personas que integran este proyecto, las razones detrás de su perseveración son sagradas y valiosas. Quizás una de las principales crisis del cambio climático es que muchas de las intenciones para prevenirlo no pasan del papel o se quedan en promesas vacías. Si de tiempo hablamos, en Cuetzalan la protección al medio ambiente ha existido siempre, sólo que bajo un concepto distinto: amor a la naturaleza.
El campo, el agua, las plantas y los seres vivos, son sólo algunas de las herencias más importantes para la gente. Fue gracias a la naturaleza y la perseveración de sus antepasados que la comunidad persiste ante cualquier tipo de inclemencia que se presente.
Para Carmen Landero Mayor, oriunda del municipio y actual promotora de la salud en la Tosepan Pajti, vivir en este mundo es razón suficiente para incidir en su conservación y vivir en armonía con el entorno.
Consciente de que su permanencia en el territorio tiene un propósito, Carmen señala en entrevista que la oportunidad de compartir, vivir y retroalimentar el conocimiento es una tarea que goza ampliamente.
Si bien la agricultura y la herbolaria por sí solas son acciones primordiales para el planeta, su conservación va más allá de llevarlo a la práctica en lo individual, refiere. Si en algo se distingue la población de Cuetzalan, es por su sentimiento de colectividad. Constancia sobra de que su gente ha permanecido unida desde años atrás, ante las adversidades y los triunfos.
Gracias a ello, es que dichas prácticas prevalecen y se mantienen en crecimiento, pero la verdad es que es la armonía que, entre seres humanos y Madre Tierra –y viceversa– realizan, es la razón de todo.
Quizás el sueño de lograr un futuro con seguridad alimentaria garantizada sea ambicioso y poco realista. No obstante, para las poco más de cuatro mil personas que forman parte directa o indirectamente de la Tosepan Pajti, vivir así es posible. Firmes en convicción, esperan que su preservación y amor por el territorio sean la clave para mejorar las drásticas condiciones que atentan contra la estabilidad ambiental.