“Pensamos que nunca nos va a pasar nada, hasta que nos pasa (...) Cuando todo ocurrió no me dio tiempo ni de voltear a ver. Yo sólo quería salir de ahí. Tuve un pánico fuerte, un miedo impresionante”, narra Gerardo Tapia, quien meses atrás vivió un intento de asalto en la autopista México-Puebla, cuando un ladrillo irrumpió su camino y destrozó su neumático, pretendiendo obligarlo a bajar al acotamiento.
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Este modus operandi se ha vuelto recurrente en la vialidad, y aunque las autoridades federales y estatales carecen de estadística oficial sobre el fenómeno, el miedo secuestró la calma de quienes diariamente deben cruzar esta vía.
El reciente secuestro del que fue víctima la exdiputada federal y exalcaldesa de Puebla, Blanca Alcalá Ruiz, así como el asesinato de la presidenta del DIF de Calpan, Adela Guadalupe N, el pasado martes, ambos hechos ocurridos sobre la autopista México-Puebla, destacaron el nivel de violencia que tiene sometidos a los usuarios de dicha carretera. Sin embargo, estos no son los únicos casos, pues en meses recientes se han documentado varios asaltos a automovilistas, que, a decir de habitantes cercanos a la vía, han incrementado recientemente.
No existen cifras oficiales específicamente sobre robos a automovilistas en esta vialidad, que a pesar de ser de jurisdicción federal comparte territorio con los estados de Puebla y México.
Ante la falta de información sobre estos hechos que atañen a quienes viajan por necesidad o placer a la Ciudad de México desde Puebla y viceversa, este medio indagó con las fiscalías de Puebla, Estado de México y General de la República (FGR) para conocer el dato, sin embargo, ninguna de ellas aceptó compartirlos para la elaboración de la presente pieza editorial.
Reporta SESNSP 1352 carpetas de investigación
Lo que sí se sabe, gracias al Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SESNSP), es que hasta julio pasado se iniciaron mil 356 carpetas de investigación por el delito de robo a transportistas en Puebla. Los municipios con mayor incidencia fueron San Martín Texmelucan, Puebla y Amozoc, lugares por donde atraviesa la autopista.
Por ese motivo, varias organizaciones del sector industrial, como la Asociación Nacional de Abarroteros Mayoristas A.C. (ANAM), la autopista México-Puebla es ahora una de las vialidades más peligrosas para el transporte de productos a nivel nacional.
De acuerdo con lo informado por El Sol de Toluca, con base en lo referido por empresarios mexiquenses, el tramo de la carretera que atraviesa los municipios de Chalco e Ixtapaluca es el de mayor incidencia delictiva para este sector.
Persecución nocturna, una experiencia traumática y terrorífica
En una fría noche de diciembre, Gerardo Tapia y su hermana regresaban de la Ciudad de México a su casa en Puebla. Agotados tras la extensa jornada, aprovecharon la reducción de tránsito que usualmente trae consigo la noche y emprendieron la marcha en su auto compacto.
Influido por la calma del paisaje, el poblano mantuvo su vista al frente y el pie fijo en el acelerador. Con los casi 120 kilómetros por hora (km/h) a los que viajaban, su paso por Río Frío, en Ixtapaluca, Estado de México, fue casi fugaz, sin novedad.
Tras cruzar los límites de esta comunidad, una curva conocida, pero peligrosa, incluso para los viajeros frecuentes, se cruzó en su camino. Confiado por la experiencia, el hombre la tomó por el carril de alta velocidad, cuando, de pronto, la iluminación de sus faros vislumbró una roca de gran tamaño postrada de forma intencional sobre el pavimento, a la altura del kilómetro 64.
Con enorme susto, intentó esquivarla por el carril central, pero fue inútil, pues su neumático derecho golpeó la piedra, haciendo que se lanzara como proyectil hacia la llanta izquierda, ocasionando la destrucción inmediata del rin, y eventualmente del neumático.
La llanta deshecha era palpable en la dureza e inestabilidad del volante, pero Gerardo no lo pensó dos veces y apretó el acelerador con todas sus fuerzas. Detenerse a evaluar lo ocurrido no era opción. Aun con el rin friccionando el suelo y el motor trabajando a marchas forzadas, los hermanos avanzaron milagrosamente invictos durante casi dos kilómetros, hasta que encontraron una talachera improvisada sobre el paisaje nocturno.
“Saliendo de la curva me encuentro unas piedras y, para evitar pegarle a una piedra, le pegó al rin con la otra llanta. Se dobló el rin de la llanta y la llanta se vuela, pero no me paré, porque yo ya había oído que ahí asaltaban (...) No me dio tiempo de voltear a ver nada, quería salir de ahí. Te da pánico fuerte (...) tienes miedo de pararte en ese lugar”, relata Gerardo.
Seis automovilistas vivieron lo mismo
Aunque era casi de madrugada, el pequeño negocio instalado en la orilla de la autopista tenía la misma fila de clientes que podría tener un lugar de ese estilo cualquier día entre semana. Seis vehículos antes que el de Gerardo estaban formados sobre el acotamiento. Todos ellos habían sido víctimas de ponchaduras hechas con piedras y otros artefactos punzocortantes.
Entre las personas que aguardaban su turno en la talachera había una familia de unos cuatro integrantes. La impotencia y el temor en sus rostros, así como las imparables lágrimas escurriendo sobre sus mejillas, revelaron indicios sobre su vivencia. No hizo falta preguntar, pues una serie de balas impactadas en el vehículo confirmaron el terror que vivieron.
“Alcancé a llegar a una talachera con la llanta destrozada. Venía como a 120 kilómetros por hora (...) y resulta que ahí me encuentro a otros seis vehículos que les había pasado lo mismo. En uno de ellos había una familia muy humilde que había sido asaltada. Les balearon la cajuela”, cuenta el hombre.
Ya “en la cuna del lobo”, enfilados para ser ayudados con el cambio de llanta, Gerardo y su hermana llamaron a los servicios de emergencia. Lo hicieron al 911, pero también al 074, de Caminos y Puentes Federales (Capufe). Tomaron su reporte, pero nunca llegó nadie. Repitieron el procedimiento por al menos seis ocasiones. Les dieron la misma respuesta, una y otra vez, hasta que la indiferencia de la autoridad marcó la rendición para los poblanos.
El cambio de neumático costó 150 pesos. Si bien ellos contaban con efectivo en sus billeteras, la familia que fue asaltada no tenía nada. Y encima de todo lo ocurrido, si deseaban seguir su camino, se enfrentarían al pago de un segundo peaje en la caseta de San Martín Texmelucan. Ante el abrumador escenario, los automovilistas afectados reunieron un poco de dinero para que las cuatro víctimas del robo, entre ellas dos menores de edad, pudieran seguir su trayecto.
Tras el dramático episodio que vivieron Gerardo y su hermana, en el que asumieron que serían asaltados, viajar a la Ciudad de México se convirtió en una experiencia traumática y terrorífica. Luego del hecho, en el que reinó su indefensión ante la indolencia de las autoridades, los poblanos se vieron obligados a modificar sus hábitos de traslado. Esto sin contar que atravesar por el punto donde casi fueron atracados ahora les produce escozor y angustia.
Si bien Capufe se hizo cargo de las reparaciones que demandó su automóvil –esto gracias al seguro que el poblano cubrió con su peaje–, que ascendieron a los 16 mil pesos, Gerardo se sintió insatisfecho con el actuar de las autoridades, pues ninguna fue capaz de darle seguridad a él y su hermana, ni antes del hecho ni después de que su coche fue severamente dañado.
Su inconformidad aumentó cuando, tras el dramático suceso –que en total duró aproximadamente cinco horas–, vio un grupo de patrullas deteniendo a varios chóferes de transporte de carga a la altura de la salida al municipio de San Martín Texmelucan, Puebla, lo que para él significó la posible comisión de actos de extorsión y corrupción.
Ante su amarga experiencia, pero también ante los hechos recientes que han tomado lugar en la autopista, el poblano toma una serie de medidas cada que debe salir a la capital del país, entre ellas viajar solamente de día, llevar consigo una limitada cantidad de dinero en efectivo y en tarjetas, además de evitar conducir por el carril de alta velocidad, donde encontró la roca que destruyó su rin y neumático, y que casi provoca un episodio de horror para su familia.
Asaltados a mano armada
Una velada aterradora fue la que vivió el poblano Tuss Demián Fernández el pasado 22 de febrero, cuando, minutos antes de la medianoche, fue asaltado a mano armada y con extrema violencia junto a sus dos acompañantes a escasos siete kilómetros de la plaza de cobro de San Marcos Huixtoco, Estado de México. Todo ocurrió a la vista del fluido tránsito de automovilistas y transportistas, y sin que una sola patrulla de la Guardia Nacional atestiguara el dramático hecho. Esto sucedió cuando regresaba de un viaje de trabajo que tuvo en la Ciudad de México.
Apenas metros después de cruzar la caseta, los tripulantes descendieron a comprar alimentos en una tienda de autoservicio. Esperaron unos minutos, porque uno de ellos ocupó el sanitario. Al finalizar, retomaron el viaje de vuelta a Puebla. Fue en cuestión de minutos cuando un estruendoso sonido originado bajo el automóvil despertó alarma entre los pasajeros. Un artefacto colocado de forma intencional sobre el carril central de la autopista se ancló al chasis de la unidad, dificultando su marcha y ocasionando que el conductor fuera incapaz de acelerar.
Cuando el automóvil detuvo su marcha, a la altura del kilómetro 38, esto ante la imposibilidad física de arrancar, pues un objeto metálico con forma de estrella, hecho con varillas soldadas, se incrustó entre el neumático y el chasis, los tres viajeros asumieron lo peor. “Nos van a asaltar”, dijo Tuss Demián a sus compañeros.
Uno de los tripulantes descendió. Su asombro era por demás turbio. Ante la ausencia de un plan de acción, cada uno de ellos se enfocó en una actividad distinta: uno sacó el gato hidráulico de la cajuela, otro vigiló el entorno, mientras uno más buscó ayuda por teléfono.
La llamada funcionó a pesar de la baja recepción de señal. Lo primero que hizo Tuss fue avisar a su interlocutor que estaban siendo víctimas de un asalto. Envió la ubicación a una de sus amigas e incluso compartió un mensaje en la red social X antes de ser atracados. En él mencionó a la Guardia Nacional, y ofreció detalles exactos del sitio donde sufrieron el percance, pero ni eso alertó a las patrullas que estaban a pocos kilómetros del lugar.
A unos metros del acotamiento, después de la valla metálica que delimita la autopista, varios bloques de cemento estaban apilados. Esto se convirtió en el escondite perfecto para tres hombres, que tenían entre 30 y 40 años de edad, y que ya acechaban a los poblanos.
“Ahí vienen”, gritó una de las tripulantes. Pero ya era muy tarde. Los hombres, que llevaban los rostros cubiertos, corrieron hacia el automóvil y sometieron a todos con las armas que llevaban.
Tuss, que estaba dentro del coche intentando pedir ayuda, fue obligado, con palabras altisonantes, a descender de la unidad, para que después diera todas sus pertenencias. Todo a la vista de los automovilistas y transportistas que pasaban por la zona, quienes sólo tocaban los claxons en busca de atraer la atención de los demás, pero sin que alguien se detuviera.
Con el portafolio de su computadora lo golpearon en el pecho, al tiempo que le exigían dar todo el dinero que traía consigo: “Me llevé la mano a la cartera y quise sacar sólo el dinero, y me dijo ‘dame todo, no te hagas pendejo’, y me dio un madrazo en la cara”. A otra de sus compañeras la amenazaron con dispararle: “Gritaron ‘metanle un plomazo a esa pinche vieja’. Nos entró el pánico y todos gritamos”.
Luego de quitarle las pertenencias a todos, e incluso golpearlos y someterlos, los asaltantes ordenaron a los tripulantes caminar hacia una zona de terracería, que estaba alejada de la valla metálica. Luego les pidieron correr hacia un camino en picada, pero se rehusaron: “Pensamos que nos iban a matar o a madrear. Nos quedamos en la valla. Nos sentaron y nos estuvieron apuntando (...) Pensé lo peor. Dije ‘nos van a matar’”.
Tras dejarlos sin un solo artefacto, los hombres exigieron las llaves del automóvil, todo mientras una pistola apuntaba directo a sus rostros. Cuando las obtuvieron, encendieron la unidad, pero ni ellos pudieron quitarle el ponchallantas que se atoró en el chasis. Esto provocó que los delincuentes huyeran corriendo de la zona por el camino de terracería que dirige hacia Chalco.
Como una de las tripulantes logró resguardar su teléfono, pudo contactar, a través del 911, a la Guardia Nacional, que llegó aproximadamente 40 minutos después de haber hecho el reporte. Una vez en el sitio, los uniformados retiraron el artefacto y les dieron 50 pesos a las víctimas para que pudieran pagar el peaje de la próxima caseta.
A partir de ese momento la vida cambió para todos. El trayecto transcurrió con pánico para ellos. El llanto y coraje se apoderaron de los presentes, y fue hasta que cada uno pisó el suelo de sus hogares cuando un breve momento de la anhelada calma llegó para los tres poblanos.
El temor no se detuvo esa noche. Tuss vivió varios días envuelto en la paranoia, incluso fuera de la autopista. Atravesar esta peligrosa vialidad en auto particular quedó en el pasado para él. Sus viajes a la Ciudad de México ahora los realiza en autobús, y evita hacerlos en la noche.
Aquel 22 de febrero el poblano no sólo perdió sus objetos de valor, e incluso sus documentos de identidad, pues también lo despojaron de su tranquilidad, ya que el hecho de haber sido asaltado a la vista de todos, en una autopista que creía segura y altamente transitada, le provocó la mayor sensación de desprotección y vulnerabilidad de su vida.
Violencia normalizada
En una de las zonas comerciales cercanas a Río Frío, que es donde ocurre la mayoría de hechos delictivos, Marta, una mujer que vende varios productos comestibles, entre ellos dulces y refrescos, cuenta que a veces los asaltos en la autopista son el día a día en ese paraje.
Tras el secuestro exprés que sufrió Alcalá Ruiz la noche del pasado 26 de agosto, los atracos disminuyeron inexplicablemente, al menos aquellos en los que los delincuentes ocupan grandes rocas, como lo hicieron con Gerardo Tapia, para inmovilizar a sus víctimas y asaltarlas.
Esto lo sabe Marta porque uno de sus amigos es dueño de una talachera improvisada ubicada sobre el acotamiento de la carretera, que en tiempos de mayor violencia suele repartirse la demanda del servicio de cambio de llantas y reparación de pinchaduras con otros establecimientos instalados a unos cuantos kilómetros de la caseta de San Marcos Huixtoco. Él le contó que ha habido menos trabajo, pero asegura que “cuando más tardan en salir es cuando más hay que tener miedo”.
Para los habitantes de la zona, que comparte un fuerte lazo social y económico entre Puebla y el Estado de México, es bien sabido que el área donde mayormente ocurren los robos a automovilistas particulares es desde la caseta de San Marcos hasta la localidad de Llano Grande, y luego de ese punto hasta Río Frío, estas dos últimas ubicadas en Ixtapaluca.
Apenas la semana pasada la mujer fue testigo de la llegada de una camioneta con el neumático destrozado. En su interior viajaban niños con un par de adultos. El modus operandi fue el mismo, su automóvil chocó con una piedra colocada intencionalmente sobre los primeros dos carriles, lo que los obligó a detenerse para poder ser despojados de sus bienes.
Solicitar el apoyo de la Guardia Nacional es inútil. Marta tiene el contacto directo de uno de los comandantes de la corporación, porque en alguna ocasión fue su cliente. En varias ocasiones lo llamó para reportar el arribo de personas que fueron víctimas de asalto, pero muy pocas veces acudieron al llamado. De hecho, sólo puede recordar una ocasión en la que los gendarmes lograron ayudar a una familia a encontrar el vehículo que les robaron.
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El incremento de asaltos en la autopista México-Puebla no sólo afecta a las víctimas de este delito. Los vendedores que por años han sobrevivido gracias al comercio de productos con los transportistas y automovilistas han visto una reducción significativa en sus ganancias.
Marta es experta en recordar detalles. Su memoria le permite acordarse de quiénes llegan a su negocio, pero también de quienes no. Ahora recibe con menos frecuencia a chóferes de camiones de carga que viajaban casi a diario desde lugares como Chiapas, Veracruz y Puebla. El motivo es que para sus patrones ha resultado inviable perder varios millones de pesos en el robo de su mercancía, obligándolos a tomar nuevas rutas, concluyó la mujer.