Un día antes de aquel 21 de diciembre de 1994 el cielo de Metepec estaba despejado y algo iluminado, a eso de las 9:30 de la noche, recordó con nostalgia Rafael Martínez Ruíz, uno de los cronistas más certeros con respecto a los 25 años de la actividad del Popocatépetl.
Aunque había, insistió, una particularidad antes de la confusión y el temor: “después de tres días continuos de luna llena predominaba un color rojizo intenso reflejado en la parte de arriba del kiosco del parque de Metepec. Muchos piensan que esa tonalidad presagia un desastre natural”.
Aquel día 21 a las 2:30 de la mañana se registró una explosión interna en el Popocatépetl, seguida de otras cinco lanzando varias emanaciones de bióxido de azufre, vapor de agua y ceniza en grandes cantidades “originada por el magma que fundía la piedra vieja”, según versiones de los vulcanólogos.
En Metepec, en donde vivían en esa época unas 5 mil personas, la mayoría familias de ex obreros, amaneció totalmente gris debido a la gran nube de ceniza. “En aquella época las calles eran de terracería y seguido había tolvaneras sobre el caserío, y creímos que era eso y que estaba nublado por algún frente frío”, acotó.
El primer problema, describió este personaje de Metepec, era uno: “frente al comportamiento de don Goyo no existía la información suficiente, tampoco un plan a seguir, solo tener los papeles más importantes disponibles en caso de algo anormal”.
Así transcurrió el día y parte de la noche: entre desconcierto, frío y un gris volcánico. Aproximadamente a las 22:30 horas de la noche se anunció en la radio local la posible evacuación de las poblaciones en riesgo de una erupción mayor del coloso”. Minutos después, añadió Martínez, en el noticiero nacional de Televisa dieron a conocer la lista de las poblaciones a evacuar y nombraron a Metepec. “Apareció la incertidumbre, el miedo, la ansiedad, el nerviosismo. La mayoría de las familias comenzó a arremolinarse desde las oficinas públicas hasta el reloj del campo deportivo, es decir, toda la calle segunda, calle principal”.
Llevaban maletas, los niños y adultos mayores bien abrigados, algunos no querían dejar sus mascotas, entre ellos perros, gatos, pajarillos y hasta el perico. “Los autobuses pasaban hacia Atlimeyaya, los primeros a evacuar antes de Metepec. Pero algunos vecinos sacaron a gente en camionetas y autos particulares. Otros de plano caminaron hacia a Atlixco a las orillas de la carretera. Los rostros reflejaban nostalgia volteando al pueblo donde dejaban pertenencias personales, animales, casa y la vida misma. Llantos en silencio”. Quizás al regresar encontrarían solo ruinas; era el miedo a lo desconocido.
Todo esto bajo una noche oscura de tormenta de ceniza. Pasó en un lapso de cuatro horas. “A las 3:30 de la mañana del jueves 22 de diciembre llegaron elementos del Ejército Nacional de la 25 Zona Militar de la ciudad de Puebla a hacerse cargo de la población evacuada. Acamparon frente al antiguo Cine Nacional. La policía estatal resguardó todas las instalaciones del IMSS, los uniformados auxiliares ayudaron, junto a la ambulancia Cáritas Metepec alertaban a la población.
El amanecer del jueves fue tremendamente frío. “Era el inicio de un invierno único y triste. No había gente, las calles totalmente solitarias, la ceniza seguía cayendo como si fuera nieve para impedir la entrada de los rayos solares; el pueblo lució sombrío e impacientemente solo. Los ladridos de perros en gran cantidad y los cuales se quedaron echados en las banquetas esperando el regreso de sus amos”.
Fue a inicios de enero de 1995 cuando comenzó a regresar la mayor parte de las familias a Metepec, destacó el también cronista. “Estaban en albergues. Muchos la pasaron bien. Obtuvieron de regalo cobijas, chamarras y pavo para la cena de Navidad. Y sin duda esta primera enseñanza es clara: desde ahí aprendimos a vivir con el volcán, por si acaso...", finalizó Rafael Martínez Ruiz.