ATLIXCO, Pue.- Del llanto a la nostalgia y la rabia, del miedo ala muerte a la confianza en Dios… es la historia del pequeño“éxodo” de familias registrado desde el pasado martes por lanoche en la Unidad Habitacional Infonavit tras el sismo.
El miedo a quedar atrapados entre sus cuartos de cocina,recámaras y pequeñas salas, con un nuevo sismo pequeño o grande,los llevó, primero a dormir un par de noches en la calle, igualbancas o jardines para evitar rapiñas, y después a buscarrefugios con familiares o rentar una nueva morada.
La Unidad Habitacional Infonavit, ubicada al norte de la manchaurbana de Atlixco, acumula ya con sus viejos inmuebles cerca demedio siglo.
LLORAR Y LLORAR
Debajo de un árbol, un grupo de personas observa con tristezacomo cinco trabajadores, algunos colgados de una larga grúa y conalgunas selfies de por medio, prácticamente a martillazos derribansu casa hecha añicos la tarde del pasado martes con eltemblor.
A veces no aguantan el llanto y dejan salir algunas lágrimas.Pero esa tristeza también implica enojo. “No... no grabes... porfavor no grabes”, soltó con pose de protesta uno de los treshombres acurrucados en la sombra. Es lógico: el patrimonio dejóde existir y quieren padecerlo ellos solos, juntos a sus niñosquienes intentan encontrar una explicación de cómo de un momentoa otro, las cosas cambian drásticamente.
Mínimo medio centenar de personas observan la escena. Son losvecinos con mayor suerte, y cuya casa aparentemente está asalvo.
En ese sitio viven más de 7 mil personas. “Es una miniciudad, dentro de la ciudad”, alguna vez comentó uno de losmoradores. Fue un proyecto innovador en su momento creado por unproyecto político- sindical- caciquil de la época. De hecho, enuna de las plazas está marcada de por vida la huella de loscreadores: CROM.
Por eso es un sitio de familias de exobreros y de comercianteslocales en su mayoría. Algo así como la sede de la clase media ytrabajadora de Atlixco.
Ayer la actividad no parecía normal.
En plaza Gardenias, la primera al entrar a ese mar de viviendas,había una confusión: había muchas cosas en la calle. “Son pararegalar a los damnificados o son las pertenencias de lasfamilias”. Y la respuesta correcta es la segunda opción.
Uno de los edificios de siete departamentos estaba llegando a supunto final de desalojo. Y camas, juguetes, ropa, roperos,imágenes de San Judas Tadeo y hasta globos hacían fila para serllevado a un lugar desconocido.
Un hombre de playera amarilla, de aproximadamente 55 años, ensilencio hacia el recuento de las pertenencias. Es Arturo, unjubilado.
“Ya nos vamos. El departamento no es seguro y dicen lasautoridades de protección civil y del Infonavit, quienes estánhaciendo valoraciones estructurales, es mejor abandonarlo. No hayde otra”, dijo a este diario.
Llegó a esa vivienda en 1985, semanas después del temblor.“Era el único patrimonio. Hace dos años dejé de pagarlo, y hoyya no tengo nada porque dicen una vez finiquitado el crédito, esresponsabilidad de nosotros contar con un seguro de daños”.
O de plano, contó con el sollozo en la garganta, “acogernos ala ayuda, para repararlo, de algo llamado fondo de desastres o algoasí. Y eso, dicen, puede llevarnos dos o tres años. Mientras,seremos refugiados con otra familia. Pero ya sabe, el refrán esmuy claro: a los dos o tres días...”.
Y no aguantó el llanto. Miró su propiedad y soltó algo asícomo una combinación entre nostalgia, dolor, frustración. Ladecisión de irse, junto a las otras siete familias de eseedificio, es por seguridad y cuenta propia. Aunque vive en unsegundo piso, el primero de la planta baja ya no resistiría unmovimiento telúrico menor. “Es doloroso, pero mejor”, comentócasi en secreto un valuador de daños.
Arturo no sabe de dónde sacará dinero para pagar una renta“no contemplada por una razón: ya pagué durante 32 años micasa. Y se suponía ya estaba saldado ese problema”.
Su hija llega a consolarlo. Fue ella quien sin mediar algunaposibilidad, ordenó el desalojo de sus padres. Y tiene unajustificación:
“Estaba trabajando en una oficina del Ayuntamiento de Atlixco,y durante el sismo salí corriendo por mi hijo quien estaba en laescuela a dos cuadras de ahí: en el colegio Del Valle, en dondemurió un menor de edad atrapado entre los escombros. Alcancé asacarlo a tiempo y con vida de ese sitio”.
Pero eso no fue todo: en la carrera de Palacio Municipal a laavenida Libertad, esquivó la caída de cuatro casas y edificiosdestruidos en la zona.
“Y sigo traumada. No quiero volver a vivir esa malaexperiencia. Todavía cierro los ojos y aparecen imágenes de polvoy de terror. De gritos y muerte”.
Y menos, salir a correr por mis padres metidos en una casadañada severamente.