/ lunes 28 de febrero de 2022

Joven indígena pierde a su bebé en Hospital de Cuetzalan; denuncia negligencia

En enero una joven de 19 años acudió por trabajos de parto, sin embargo, durante el proceso el corazón del producto dejó de latir

A pesar de cinco recomendaciones por las Comisiones Nacional (2) y Estatal (3) de derechos humanos, en el Hospital General de Cuetzalan volvió a fallecer un producto antes de nacer. En esta ocasión se trata de una joven indígena de 19 años de una comunidad de San Miguel Tzinacapan.

Los hechos ocurrieron el pasado 7 de enero, día que, por la madrugada, había empezado a sentirse mal. Al ingresar al hospital fue revisada por una doctora, le hicieron el "tacto" de rutina y le dijeron que todavía faltaba no era el momento, eran alrededor de las 7 de la mañana.

La primera evaluación médica determinó que algo no va bien en el corazón del bebé en el vientre. Dos doctoras revisaron el caso, las mismas galenas avisaron a la familia que habría una intervención quirúrgica, eventualidad para la que dos veces distintas la prepararon con vendajes y las firmas de sus respectivas cartas responsivas y de consentimiento. Hubo cambio de turno de los médicos y enfermeras y esperaban a que llegara la ginecóloga.

Varias veces la dejaron por lapsos largos sin supervisión médica, después de una de esas veces llegó la ginecóloga y le dijo que el bebé no podía nacer, que no la podía operar ella y que necesitaba que el parto fuera de manera natural. En otro lapso la cambiaron a otro espacio del hospital y, poco después, nuevamente empezaron a hacer el papeleo. Más o menos a la hora de la comida hicieron una nueva revisión al bebé, fue cuando notaron que ya no estaban los latidos. Repitieron el procedimiento con otro equipo y arrojó el mismo resultado.

"Entre ellos de dijeron que me iban a operar otra vez, que le harían la cesárea en ese momento; nuevamente firmé y, nuevamente, me vendaron los pies. Llegó la ginecóloga y me hizo un ultrasonido, ahí me dijo que mi bebé ya no vivía", narró la joven mujer indígena en medio del llanto.

La especialista le dijo que ya no iba a operarla, le darían unas pastillas para que ocurra un alumbramiento normal, fue la última vez que vio a la ginecóloga. Por la noche la estuvo revisando un médico, ya no le dieron medicamentos y así estuvo el día siguiente, sin alimentos.

En el suero le inyectaron un medicamento para acelerar la labor de parto. Así pasó ese día, igualmente sin alimento, hasta la noche que llegó el doctor quien argumentó que era necesario su traslado a otro hospital, porque ese día no había cirujano. La urgencia era porque el bebé ya no podía pasar más tiempo en el vientre materno, porque ya no estaba vivo.

Parte de los recuerdos que la mujer recabo del que sería su bebé. Foto: Edgar Barrios | El Sol de Puebla

Hasta el día siguiente movieron para que eso ocurriera. Fue trasladada al hospital del sur de la capital poblana, el 9 de enero. Al momento de la redacción de la nota no había presentado denuncia penal o queja ante la Comisión Estatal o la Nacional de Derechos Humanos.

"Es feo que hagan eso, mi bebé estaba viva y se murió", dijo al tiempo en que señaló que las enfermeras se portaron muy groseras con ella, incluso describió que después de lo ocurrido, la llevaron al área donde están las mamás que ya habían dado a luz y estaban con sus recién nacidos, lo que le resultó más doloroso: "sólo veía las mamá como veían a sus bebés y el mío ya no vivía".

Los familiares presentes durante la entrevista, aportaron detalles que suman en el entendimiento del caso, porque describieron que a las 6 de la mañana la joven empezó con vómitos, a las 7 fue internada y a las 3 de la tarde se supo que había fallecido, es decir, ocho horas después de su internamiento y el bebé había llegado vivo. Tuvo el producto, fallecido, dos días en el vientre.

"Hubo muchas horas, tenían el tiempo suficiente para hacer algo y no lo hicieron, incluso podían haberla llevado a otros hospitales y no ocurrió", secundó una de las personas ahí presentes.

Mientras una amiga consolaba a la joven mujer indígena, la pared blanca de esa habitación mostraba los recortes de los ultrasonidos, incluso de registro cardiaco del bebé, acompañados por dibujos a mano de caballos y la leyenda, también dibujada a mano: "mi primer ultrasonido".

A pesar de cinco recomendaciones por las Comisiones Nacional (2) y Estatal (3) de derechos humanos, en el Hospital General de Cuetzalan volvió a fallecer un producto antes de nacer. En esta ocasión se trata de una joven indígena de 19 años de una comunidad de San Miguel Tzinacapan.

Los hechos ocurrieron el pasado 7 de enero, día que, por la madrugada, había empezado a sentirse mal. Al ingresar al hospital fue revisada por una doctora, le hicieron el "tacto" de rutina y le dijeron que todavía faltaba no era el momento, eran alrededor de las 7 de la mañana.

La primera evaluación médica determinó que algo no va bien en el corazón del bebé en el vientre. Dos doctoras revisaron el caso, las mismas galenas avisaron a la familia que habría una intervención quirúrgica, eventualidad para la que dos veces distintas la prepararon con vendajes y las firmas de sus respectivas cartas responsivas y de consentimiento. Hubo cambio de turno de los médicos y enfermeras y esperaban a que llegara la ginecóloga.

Varias veces la dejaron por lapsos largos sin supervisión médica, después de una de esas veces llegó la ginecóloga y le dijo que el bebé no podía nacer, que no la podía operar ella y que necesitaba que el parto fuera de manera natural. En otro lapso la cambiaron a otro espacio del hospital y, poco después, nuevamente empezaron a hacer el papeleo. Más o menos a la hora de la comida hicieron una nueva revisión al bebé, fue cuando notaron que ya no estaban los latidos. Repitieron el procedimiento con otro equipo y arrojó el mismo resultado.

"Entre ellos de dijeron que me iban a operar otra vez, que le harían la cesárea en ese momento; nuevamente firmé y, nuevamente, me vendaron los pies. Llegó la ginecóloga y me hizo un ultrasonido, ahí me dijo que mi bebé ya no vivía", narró la joven mujer indígena en medio del llanto.

La especialista le dijo que ya no iba a operarla, le darían unas pastillas para que ocurra un alumbramiento normal, fue la última vez que vio a la ginecóloga. Por la noche la estuvo revisando un médico, ya no le dieron medicamentos y así estuvo el día siguiente, sin alimentos.

En el suero le inyectaron un medicamento para acelerar la labor de parto. Así pasó ese día, igualmente sin alimento, hasta la noche que llegó el doctor quien argumentó que era necesario su traslado a otro hospital, porque ese día no había cirujano. La urgencia era porque el bebé ya no podía pasar más tiempo en el vientre materno, porque ya no estaba vivo.

Parte de los recuerdos que la mujer recabo del que sería su bebé. Foto: Edgar Barrios | El Sol de Puebla

Hasta el día siguiente movieron para que eso ocurriera. Fue trasladada al hospital del sur de la capital poblana, el 9 de enero. Al momento de la redacción de la nota no había presentado denuncia penal o queja ante la Comisión Estatal o la Nacional de Derechos Humanos.

"Es feo que hagan eso, mi bebé estaba viva y se murió", dijo al tiempo en que señaló que las enfermeras se portaron muy groseras con ella, incluso describió que después de lo ocurrido, la llevaron al área donde están las mamás que ya habían dado a luz y estaban con sus recién nacidos, lo que le resultó más doloroso: "sólo veía las mamá como veían a sus bebés y el mío ya no vivía".

Los familiares presentes durante la entrevista, aportaron detalles que suman en el entendimiento del caso, porque describieron que a las 6 de la mañana la joven empezó con vómitos, a las 7 fue internada y a las 3 de la tarde se supo que había fallecido, es decir, ocho horas después de su internamiento y el bebé había llegado vivo. Tuvo el producto, fallecido, dos días en el vientre.

"Hubo muchas horas, tenían el tiempo suficiente para hacer algo y no lo hicieron, incluso podían haberla llevado a otros hospitales y no ocurrió", secundó una de las personas ahí presentes.

Mientras una amiga consolaba a la joven mujer indígena, la pared blanca de esa habitación mostraba los recortes de los ultrasonidos, incluso de registro cardiaco del bebé, acompañados por dibujos a mano de caballos y la leyenda, también dibujada a mano: "mi primer ultrasonido".

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