Unas garzas muestran el lugar donde pequeños charcos se convirtieron en vestigios de lo que alguna vez fue el cuerpo de agua más importante de este municipio y que hoy luce como una enorme mancha de tierra agrietada y fangosa, un paisaje en el que predomina un cementerio natural de cientos de peces que aún hoy son visibles, a unos tres meses desde que se agudizó la extinción de este cuerpo de agua conocido como la Laguna de Ajolotla en el municipio de Chignahuapan.
En vehículo particular, lleva poco más de 20 minutos llegar al territorio del ejido de Michac, ubicado al suroeste de este Pueblo Mágico. Desde la carretera, se pueden ver la zona donde la humedad aún se mantiene y donde algunas garzas se alimentan de los cadáveres casi disecados de peces que quedaron sobre el lodo o flotando en las pequeñas charcas de agua, algunas de ellas ya lamacentas.
El aroma a vegetación muerta, la ausencia de moscas o mosquitos y el viento forman parte del paisaje que permite ver las zonas que daban vida a esta laguna, es decir, dibujaban perfectamente las formas del agua.
Montado sobre su caballo color alazán, Manuel Téllez Domínguez, ejidatario de Ajolotla, resume el tema así: "Lo que quisiéramos es agua; hubo una sequía muy fuerte y se fue secando hasta que se acabó el agüita (…) tendrá como tres meses", dijo el anciano mientras delimitaba, con sus señas, la extensión del cuerpo de agua, que fácilmente cubría unos cuatro kilómetros cuadrados.
En su relato, detalló aquellas veces en las que ni siquiera cabía el agua y se desbordaba: "Tenía una profundidad de unos seis o siete metros; había muchísimos peces y ajolotes, ahora ya no hay nada porque se secó todo, a todos nos hace mucha falta el agüita, para nuestros animales y otras cosas, por eso pedimos ayuda".
Al tiempo que contaba sobre las grandes dimensiones de las carpas y de los ajolotes que había en el lugar, el entrevistado señaló que los habitantes de la localidad están preocupados por la desaparición de este cuerpo de agua: "Cuando había modo de entrar, pescábamos carpas para comer en caldos o tamales, había mucho animal".
Con 77 años y toda su vida pasada en el lugar, Manuel Téllez Domínguez reflejaba en sus palabras la emoción que acompañaba la tristeza entre los lugareños y su familia al ver cómo se iba secando la laguna: "Lo bueno es que tenemos algunas reservas de agua en nuestras casas, pero hay animalitos que no beben hasta la tarde cuando regresamos", confió al tiempo que explicaba cómo se las han ingeniado para abastecer de agua los cultivos de la zona y cómo aprovechan las aguas de temporal porque ya no pueden tener aguas de riego.
Durante el recorrido de El Sol de Puebla, hubo tiempo para caminar sobre la tierra agrietada que daba forma a las dimensiones que tenía. En algunas zonas, el agrietamiento era tan profundo que, al momento de pisar, los pasos eran inestables.
Más hacia el centro de la enorme mancha de tierra, se encontraban algunas piedras acomodadas como dibujando una antigua barda que los lugareños no supieron precisar su antigüedad.
Vegetación y lodazales parecían dar la idea de manglares. Las garzas delimitaban la zona donde había pequeños encharcamientos y ahí era donde se podían ver los centenares de cadáveres de peces que aún se pueden apreciar.