Tehuitzingo, Pue. – En la pequeña comunidad de La Galarza, en Izúcar de Matamoros, vive Hilario, un hombre de 84 años que enfrenta la soledad y el abandono, como consecuencia de la migración de su familia. Todo comenzó hace más de 40 años, cuando su hija mayor partió a Estados Unidos en busca de una vida mejor, y desde entonces, Hilario no ha vuelto a verla.
A tan solo 15 minutos del centro del municipio y con alrededor de mil 300 habitantes, La Galarza es una de las juntas auxiliares más grandes de Izúcar de Matamoros; sin embargo, es también una de las más marginadas. La mayor parte de los habitantes, incluido Hilario, se mantiene gracias al corte y cosecha de caña de azúcar.
La historia de Hilario es una de tantas que reflejan la realidad de muchos adultos mayores en esta región del sur del estado. Acompañado únicamente por su esposa de 78 años, Hilario lucha cada día con la tristeza de no tener a sus hijos cerca. "Mi esposa pudo ir a ver a nuestra hija mayor, ella se encuentra allá, pero yo ya no puedo. Caminar se ha vuelto difícil para mí", comenta Hilario con la voz quebrada por la tristeza.
Hilario y su esposa tuvieron tres hijos; todos ellos decidieron dejar México para buscar oportunidades en Estados Unidos. La mayor, de nombre Maximina, partió primero hace más de cuatro décadas, y después los otros dos hijos siguieron su camino, dejando atrás a sus padres. Aunque han transcurrido muchos años, la esperanza de Hilario de volver a ver a su familia reunida nunca se ha desvanecido por completo.
Hace apenas unos meses, después de casi 25 años, su hija menor regresó a México para visitarlo. Sin embargo, Hilario admite que "ya casi no es lo mismo; la alegría de verla de nuevo fue inmensa, pero también sentí un gran vacío. No es lo mismo que cuando era una niña de 18 años; hoy es una adulta de 55 años. Mi familia nunca la vi unida".
Dice sentirse triste por no haber logrado en su momento solventar la economía de su familia, lo que orilló a sus hijos a emigrar.
Yo emigré cuando era joven; regresé porque no quería que mis hijos sufrieran la falta de su padre, pero sin darme cuenta, yo me quedé y ellos se fueron señaló.
Hilario tiene un hermano menor con quien mantiene una relación cercana, aunque ambos comparten el mismo dolor de ver cómo sus familias se han fragmentado por la migración. "No sé si mis hijos regresarán algún día para quedarse. Solo quiero que sepan que los extraño cada día", dijo Hilario con una expresión de tristeza y con muchos recuerdos en su cabeza.
Con su camiseta desgastada por el sol y el uso casi diario, pantalones de vestir holgados y unos zapatos gastados de las suelas, Hilario nos abrió su corazón. A pesar de los años que lo aquejan, aún tiene la esperanza de poder abrazar a su hija, que ahora tiene más de 60 años y que emigró cuando era una adolescente.
La historia de Hilario es un reflejo de una realidad que afecta a muchas comunidades de la Mixteca poblana, donde la migración ha dejado a los adultos mayores en un abandono emocional y físico.
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