/ jueves 10 de agosto de 2023

Nopala conserva tradición azteca del Año Nuevo en la pirámide de Nopaltzin

La comunidad es de los escasos puntos que mantienen la ceremonia milenaria que marcaba los tiempos en mesoamérica

La comunidad de Nopala, en el municipio de Huauchinango, es uno de los pocos lugares de la antigua Mesoamérica donde aún se conserva la tradición del recibimiento del Año Azteca, ceremonia que se realiza en una pirámide ubicada de frente a la cabecera municipal, en un terreno particular dedicado al pastoreo.

La ceremonia se realiza cada 12 de marzo. Le llaman Matlaktli Uan Se Akatl Xiuitl, y el periodo actual que transita es el “Año Once Carrizo".

La tradición ancestral

La razón histórica data del periodo comprendido entre el año 650 y el 1000, en la transición entre la caída de Teotihuacán y las migraciones chichimecas al Altiplano central.

Eran los chichimecas de Xolotl, del señorío de Texcoco, quienes por su naturaleza les atraían tierras fértiles para habitarlas y dieron los primeros pasos en la fundación de Huauchinango.

Fue hace poco menos de un milenio, cuando con la guía del rey Nopaltzin, Tlacatlecutli, Toxtiquehuatzin, Xpochitecutli sentaron sus reales en esta región, lo mismo en El Cerrito (ahora colonia céntrica), que en el centro. Lo mismo en lo difícil que en lo plano.

Así se fueron fundando pirámides, centros ceremoniales, lugares de ofrenda y más adelante barrios, que dieron trazo a la comunidad.

Cuauchinanco no siempre fue dominado por los también llamados tepanecas o chalcas, fueron tierras atractivas para otros pueblos como los totonacos y después los mexicas e incluso coexistieron durante siglos como sucede hasta estos tiempos.

Por los origines del viejo Cuauchinanco, siguen coexistiendo totonos, nahuas, tepehuas, otomíes y mestizos, los que hacen al pueblo uno de los más diversos y ricos de la Sierra.

En lo que se refiere a la pirámide erguida a Nopaltzin, al celebrarse la costumbre ancestral, se baila, se hacen limpias, se comparte la comida y se entrega de mano en mano un conjunto de carrizos a un depositario de la responsabilidad de cuidarlos hasta la llegada de otro año, “simbolizando la vida del hombre”.

Las ofrendas se hacen en los más alto de la pirámide, en una muy pequeña hondura que se forman con las rocas. Se entregan flores, atole, pan, refino, cerveza, tamales. Se sahuma y se limpia para pedir permiso a la madre tierra y así acepte las ofrendas. Se coloca a los pies de un árbol de encino, donde se siente un ambiente cálido y de paz en el aire, mezclado con el olor a copal flotando entre los asistentes.

A un costado del montículo, en una plazuela custodiada por piedras, se realiza una ceremonia en la que es brindada una breve explicación y motivación a preservar la celebración.

Se motiva a que el recibimiento del nuevo año azteca se realice con el mismo ánimo en que se celebra el “año nuevo marcado por los europeos, en el que no es necesario que alguien nos diga cómo se hace, ya todos sabemos”.

La fiesta se hace por los mismos pobladores, un grupo de ciudadanos organizados que se niegan a perder la tradición, sin embargo, convocan a autoridades municipales a asistir, a representantes de pueblos indígenas de la región y a alumnos de las escuelas locales.

Durante la celebración, son las mujeres de la comunidad a las que se les encarga parte de la logística, entre ésta, la atención a los asistentes. La gente se organiza para invitar a comer a los invitados y hasta a los no invitados, se cocinan carnitas de puerco o guisados, carne de puerco en salsa verde o caldo de pollo tlalpeño, mientras que “echan unas tortillas al comal”.

Cuando se realiza la ceremonia el ambiente se torna multicolor y para muchos asistentes lo calificaron como “lleno de energía y de paz”.

El adjetivo de multicolor, también se da por los trajes que portan danzas autóctonas que participan como invitadas, es el caso de los Quetzales de la localidad de Alseseca, Los Charros de Huilacapixtla y la Contradanza del mismo Nopala, en donde participan grandes y chicos, con música de flauta de carrizo, tambor y banda de viento.

Cabe destacar que el predio donde se encuentra la pirámide, no es un área pública, se trata de un predio particular que, aunque el propietario hasta el momento no ha puesto objeción para seguir permitiendo que se realice el festejo para los lugareños no deja de ser “un tanto incómodo para realizar la actividad”, refieren los asistentes.

Incluso cada vez que se termina el evento, se escucha un llamado de parte de quien está en el micrófono para que la gente recoja sus desechos, condicionando que, de lo contrario, para el otro año no habría permiso para seguir con la secuencia del calendario y su celebración.

En uno de los robustos árboles pende un letrero que anuncia que el lugar es privado y que, para cualquier situación relacionada con el predio, se pide que se llame a un teléfono particular.

El ritual empezó a retomarse desde el año 1986, en la plaza de la pirámide, sin embargo, hubo intentos de hacerlo en la plaza principal de la cabecera municipal, a principios de la misma década, sólo que desde ese entonces “hubo apatía de parte de las autoridades municipales”, compartieron algunos profesores de educación indígena que participaron en la iniciativa.

La fiesta para la recepción del año nuevo azteca se destaca por ser blanco de la apatía de las autoridades, en algunos años se destina apoyo económico mínimo y en otros años se carece de la participación económica, regularmente sólo hacen acto de presencia las autoridades municipales y estatales, ese es el sentir de los organizadores.

Cada vez que se hace el ritual y la gente sube a lo alto del montículo, se hace el llamado a que la tradición tenga mayor apoyo de las políticas culturales.

Por lo pronto, son las danzas autóctonas con los músicos regionales y los lugareños, los que alimentan el colorido de la costumbre, se organiza la presidencia auxiliar con los vecinos y con los papás de algunas escuelas que con sus actividades de gestión visten la festividad.

Para algunos investigadores sólo habría dos lugares donde se celebra el año nuevo azteca, en Nopala, Huauchinango, en Chiapas y en un poblado de Centroamérica.

La comunidad de Nopala, en el municipio de Huauchinango, es uno de los pocos lugares de la antigua Mesoamérica donde aún se conserva la tradición del recibimiento del Año Azteca, ceremonia que se realiza en una pirámide ubicada de frente a la cabecera municipal, en un terreno particular dedicado al pastoreo.

La ceremonia se realiza cada 12 de marzo. Le llaman Matlaktli Uan Se Akatl Xiuitl, y el periodo actual que transita es el “Año Once Carrizo".

La tradición ancestral

La razón histórica data del periodo comprendido entre el año 650 y el 1000, en la transición entre la caída de Teotihuacán y las migraciones chichimecas al Altiplano central.

Eran los chichimecas de Xolotl, del señorío de Texcoco, quienes por su naturaleza les atraían tierras fértiles para habitarlas y dieron los primeros pasos en la fundación de Huauchinango.

Fue hace poco menos de un milenio, cuando con la guía del rey Nopaltzin, Tlacatlecutli, Toxtiquehuatzin, Xpochitecutli sentaron sus reales en esta región, lo mismo en El Cerrito (ahora colonia céntrica), que en el centro. Lo mismo en lo difícil que en lo plano.

Así se fueron fundando pirámides, centros ceremoniales, lugares de ofrenda y más adelante barrios, que dieron trazo a la comunidad.

Cuauchinanco no siempre fue dominado por los también llamados tepanecas o chalcas, fueron tierras atractivas para otros pueblos como los totonacos y después los mexicas e incluso coexistieron durante siglos como sucede hasta estos tiempos.

Por los origines del viejo Cuauchinanco, siguen coexistiendo totonos, nahuas, tepehuas, otomíes y mestizos, los que hacen al pueblo uno de los más diversos y ricos de la Sierra.

En lo que se refiere a la pirámide erguida a Nopaltzin, al celebrarse la costumbre ancestral, se baila, se hacen limpias, se comparte la comida y se entrega de mano en mano un conjunto de carrizos a un depositario de la responsabilidad de cuidarlos hasta la llegada de otro año, “simbolizando la vida del hombre”.

Las ofrendas se hacen en los más alto de la pirámide, en una muy pequeña hondura que se forman con las rocas. Se entregan flores, atole, pan, refino, cerveza, tamales. Se sahuma y se limpia para pedir permiso a la madre tierra y así acepte las ofrendas. Se coloca a los pies de un árbol de encino, donde se siente un ambiente cálido y de paz en el aire, mezclado con el olor a copal flotando entre los asistentes.

A un costado del montículo, en una plazuela custodiada por piedras, se realiza una ceremonia en la que es brindada una breve explicación y motivación a preservar la celebración.

Se motiva a que el recibimiento del nuevo año azteca se realice con el mismo ánimo en que se celebra el “año nuevo marcado por los europeos, en el que no es necesario que alguien nos diga cómo se hace, ya todos sabemos”.

La fiesta se hace por los mismos pobladores, un grupo de ciudadanos organizados que se niegan a perder la tradición, sin embargo, convocan a autoridades municipales a asistir, a representantes de pueblos indígenas de la región y a alumnos de las escuelas locales.

Durante la celebración, son las mujeres de la comunidad a las que se les encarga parte de la logística, entre ésta, la atención a los asistentes. La gente se organiza para invitar a comer a los invitados y hasta a los no invitados, se cocinan carnitas de puerco o guisados, carne de puerco en salsa verde o caldo de pollo tlalpeño, mientras que “echan unas tortillas al comal”.

Cuando se realiza la ceremonia el ambiente se torna multicolor y para muchos asistentes lo calificaron como “lleno de energía y de paz”.

El adjetivo de multicolor, también se da por los trajes que portan danzas autóctonas que participan como invitadas, es el caso de los Quetzales de la localidad de Alseseca, Los Charros de Huilacapixtla y la Contradanza del mismo Nopala, en donde participan grandes y chicos, con música de flauta de carrizo, tambor y banda de viento.

Cabe destacar que el predio donde se encuentra la pirámide, no es un área pública, se trata de un predio particular que, aunque el propietario hasta el momento no ha puesto objeción para seguir permitiendo que se realice el festejo para los lugareños no deja de ser “un tanto incómodo para realizar la actividad”, refieren los asistentes.

Incluso cada vez que se termina el evento, se escucha un llamado de parte de quien está en el micrófono para que la gente recoja sus desechos, condicionando que, de lo contrario, para el otro año no habría permiso para seguir con la secuencia del calendario y su celebración.

En uno de los robustos árboles pende un letrero que anuncia que el lugar es privado y que, para cualquier situación relacionada con el predio, se pide que se llame a un teléfono particular.

El ritual empezó a retomarse desde el año 1986, en la plaza de la pirámide, sin embargo, hubo intentos de hacerlo en la plaza principal de la cabecera municipal, a principios de la misma década, sólo que desde ese entonces “hubo apatía de parte de las autoridades municipales”, compartieron algunos profesores de educación indígena que participaron en la iniciativa.

La fiesta para la recepción del año nuevo azteca se destaca por ser blanco de la apatía de las autoridades, en algunos años se destina apoyo económico mínimo y en otros años se carece de la participación económica, regularmente sólo hacen acto de presencia las autoridades municipales y estatales, ese es el sentir de los organizadores.

Cada vez que se hace el ritual y la gente sube a lo alto del montículo, se hace el llamado a que la tradición tenga mayor apoyo de las políticas culturales.

Por lo pronto, son las danzas autóctonas con los músicos regionales y los lugareños, los que alimentan el colorido de la costumbre, se organiza la presidencia auxiliar con los vecinos y con los papás de algunas escuelas que con sus actividades de gestión visten la festividad.

Para algunos investigadores sólo habría dos lugares donde se celebra el año nuevo azteca, en Nopala, Huauchinango, en Chiapas y en un poblado de Centroamérica.

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