Chignahuapan, Pue. El frío, la llovizna, ni el Covid-19 impidieron la llegada de visitantes a la Sierra Norte del estado durante este fin de semana largo, así como tampoco la asistencia a la puesta en escena del Festival Luz y Vida, en el que se recrea el viaje del alma a través del Mictlán, según la mitología azteca mexicana.
En este Pueblo Mágico destaca por esta la fiesta de conmemoración del Día de Muertos que ha ganado prestigio nacional e internacional, sin embargo, este año no hubo la tradicional Marcha de las antorchas ni la Ofrenda de las mil luces, en tanto que los tradicionales tapetes de aserrín fueron cambiados de lugar.
Se estima que este fin de semana, sólo en Chignahuapan hubo alrededor de 80 mil visitantes. Al menos 50 mil asistieron, en total, a las tres representaciones que se realizaron en la laguna.
El Ayuntamiento orquestó en esta ocasión una estrategia que limitó los tradicionales 150 mil espacios de espectadores, para reducirlo a únicamente la tercera parte.
LA PUESTA EN ESCENA
El festival, que tiene como escenario la laguna de Chignahuapan, fue uno de los protagonistas en la que también participaron 60 danzantes y actores que recrearon los nueve retos que atraviesa el alma durante su paso por el lugar de los muertos. Son más de 50 personas las que participan en su organización.
Remontándose a una tradición prehispánica, esta edición número 24, monta sus alusiones desde el significado etimológico de Chignahuapan: como un lugar sagrado, el lugar de los nueve ríos, el lugar de las tinieblas y la oscuridad, el lugar donde las nubes de lluvia y la madre tierra se juntan: la puerta al Mictlán.
Según la cosmogonía náhuatl, al morir el hombre, se le asignaba alguno de los tres lugares conforme al género de muerte: acompañar al Sol. Para los guerreros muertos en combate o sacrificio o a las mujeres muertas en parto, muriendo así, eran consideradas como una guerrera en el que el niño era el prisionero; al Tlalocan, para todos aquellos fallecidos en alguna relación con el agua, incluidos los muertos por un rayo, o al Mictlán, el noveno y último nivel del inframundo, para quienes morían de muerte natural o de enfermedades no relacionadas con el agua, debían pasar por diversos lugares de asechanzas.
El misticismo suma el simbolismo existente entre el vientre materno y la muerte por la noción de que en el interior de la matriz es un lugar oscuro, sin ventanas, tal como se describe al Mictlán; a esta explicación los arqueólogos y antropólogos le han sumado el simbolismo de la muerte y su relación con el camino que da vida y en el periodo por nueve ocasiones para hacer un recorrido en sentido inverso y reintegrarse al gran vientre materno: la tierra.
Ahí continúa el ritual del paso y llegada al Mictlán, en uno se pone las ofrendas en la balsa con el "bulto mortuorio" y todos aquellos utensilios necesarios para poder llegar al Mictlán. La balsa desviada hacia el centro de la laguna: "el lugar sin puertas y ventanas", donde generalmente está rodeada de velas flotantes que junto con la neblina y el frío que suelen ocurrir en estas festividades, brindan un efecto místico que evoca a Mictlantecuhtli, el señor de los muertos, y en donde han de descansar después de cruzar el "noveno río", habiendo pasado por las nueve pruebas en un lapso de tres años.
Una vez que ha partido la balsa, los danzantes hacen gala de agilidad y destreza para festejar "la nueva vida del difunto" y la vida que corre por cada hombre en este mundo. A esta secuencia se han ido agregando algunos otros componentes como el paso del alma por las nueve pruebas o las tres ofrendas en los tres panteones y la misa por todos los difuntos en el panteón municipal o con el desfile de la calavera con Mojigangas y Zanqueros.
Te recomendamos el podcast ⬇️