Luego de casi 50 años de funcionar, el rastro de esta ciudad tiene una cara blanca y una oscura: la primera es la rentabilidad económica con 5 millones de pesos anuales de ingresos. Y la segunda una vergonzosa descarga, cada vez menos pero muy contaminada, de ríos de sangre al afluente del río Cantarranas, admitió Juan Manuel Ayestarán, director de Desarrollo Económico y Fomento Agropecuario.
La importancia del rastro, el cual dejó de ser un matadero hace casi una década, es la cantidad de animales sacrificados diariamente para surtir a los productores de la región: casi 400 cerdos de 1 a 9 de la mañana, 50 en promedio cada hora.
Sin olvidar las 20 o 25 reses destinadas a las carnicerías y tablajeros. Y los 15 chivos y borregos. “Esto significa cada año impuestos por servicios de entre 4 y 5 millones de pesos, el suficiente para intentar hacerlo viable y para autogestionar tecnología y modernizarse”, comentó.
Por ese motivo pusieron en marcha una nueva peladora de animales la cual recortará los tiempos. Esto, sostuvo, es un paso para extender la vida del inmueble antes de ser reubicado en Axocopan.
Y la deuda importante, finalizó, es poner fin a la contaminación de la barranca cercana del Cantarranas y que los afluentes ya no terminen rojos de la sangre y viseras de los sacrificados.
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