San Isidro Labrador fue celebrado ayer prácticamente en silencio. La tristeza del año pasado todavía está entre sus habitantes por la pirotecnia que explotó cerca de una casa el 8 de mayo, que dejó como saldo 15 muertos, de los cuales tres fueron adultos.
La fiesta al patrono de los campesinos tuvo música en vivo pero faltó el elemento más importante: la pirotecnia, que es una tradición en este tipo de celebraciones, porque, además, sirve como un elemento de identificación y comunicación ya que a través del encendido de la pólvora los pobladores saben dónde ofrecerán los mayordomos el banquete.
Este año fue el turno de los hermanos Sebastián y Alberto Luna Tentle, quienes habrían invertido unos 100 mil pesos en la fiesta. Pero el principal reto fue lograr que la gente estuviera animada y disipar en la medida de lo posible los recuerdos del 8 de mayo del 2017, donde varios niños perdieron la vida y, a pesar de que sus familiares están tristes, la fe está más fuerte que nunca, y así lo expresan ellos.
En la comunidad de San Isidro, a unos 10 minutos de la cabecera municipal de Chilchotla, impera un clima frío y este 15 de mayo, en su fiesta patronal, no fue la excepción, pero la neblina aumentó el desánimo y provocó un ambiente de tristeza.
El año pasado la fiesta se canceló, San Isidro Labrador solo recibió una pequeña comida, pues aún se llevaba a cabo el novenario de los difuntos. Ayer la celebración comenzó a las 05:00 horas con “Las Mañanitas”, pero sin fuegos pirotécnicos.
“Eso, la pólvora, es lo que nos anima a nuestra fiesta, ahorita se siente tristeza”, expresó el mayordomo de este año, Sebastián. Y esa fue la palabra que más se repitió entre los asistentes.
Mauricio Martínez Ramírez, párroco de la comunidad, ofreció un minuto de silencio por las víctimas de la explosión y en esta fecha pidió suspender el uso de fuegos pirotécnicos por lo menos durante un par de años en lo que la comunidad supera este trago amargo.
Él es uno de los que tiene más contacto con las familias que perdieron a sus seres queridos y se dijo seguro de que el dolor lo han superado con la ayuda de Dios, pues pronto recibieron resignación, aunque nunca van a olvidar la trágica fecha.
Tras la ceremonia religiosa los feligreses realizaron una procesión hacia la casa del mayordomo, con música en vivo y la danza de “Los Negritos”, donde participaron hombres, mujeres y niños al son del violín y la guitarra.
Para la comida, en las mesas, hubo consomé, mole poblano con pollo y puerco, arroz blanco y los tradicionales tamales de manteca que acompañan este platillo. Las bebidas fueron refrescos, jugos, aguas frescas y cervezas.
“Aquí no discriminamos a nadie”, dijo Álvaro, el otro mayordomo de este año, quien aseguró que en la comunidad reciben a todas las personas que acuden a la fiesta: todos comen, beben, conviven y hasta su itacate se llevan. Aquí la fiesta se acaba hasta que se va el último de los visitantes.
La celebración patronal de este 2018 no se compara con la de los años anteriores, el ánimo no es el mismo, la cantidad de gente y el ambiente estuvieron muy por debajo de las expectativas, pero confiaron en que el año siguiente la fiesta comience a recuperarse, pues es parte de sus raíces.
En 2019 la fiesta recaerá sobre los hombros de Omar y René Tentle, hermanos de los actuales mayordomos, quienes tienen todo un año para ahorrar para la fiesta y juntar a sus 12 devotantes, quienes los auxilian con todo lo que necesitan antes, durante y después de la verbena.
AÚN NADIE SABE QUÉ PASÓ AQUELLA TARDE QUE ENLUTÓ A SAN ISIDRO
“Yo salí muy herido”, dice Javier Ramírez Luna al recordar la explosión por la pólvora en la comunidad de San Isidro el 8 de mayo del 2017, una semana antes de la fiesta patronal, donde fallecieron dos de sus cuñados y tres sobrinos, el mayor de 11 de años de edad.
Una casa totalmente derrumbada y dos semidestruida fueron el saldo de la explosión de una bomba (así se conocen a los cohetes que provocan luces de colores en el cielo), pero, las 15 pérdidas humanas es lo que más lamentan.
Javier estaba en medio de la pirotecnia y al momento de la explosión, a causa de las piedras que salieron proyectadas en el aire a causa del impacto le dejaron fracturas en tres costillas y todavía tiene la espalda y el vientre inflamados.
Ese 8 de mayo fue un día como cualquiera desde hace 55 años que inició la tradición. En la casa de la mayordomía se realizaban los preparativos de la fiesta que comienza al menos 10 días antes. En una de las habitaciones resguardaron la pirotecnia y tomaron sus medidas pues decidieron cubrir el cuarto con tarima para evitar que cualquier chispa pudiera ingresar, no contaban con que el accidente sucedería afuera.
Revisaban y encendían algunos de los fuegos artificiales con lo que se hizo un llamado al inicio de esta celebración, los niños ayudaban a acarrear y jugaban alrededor. Todavía no saben qué pasó, algunos piensan que hubo una chispa, otros lo atribuyen a la gravedad, pero la bomba explotó a ras de suelo y dejó en la memoria y corazones de todos la tragedia.
Javier tuvo el 80 por ciento del cuerpo lastimado y durante al menos un par de meses no pudo trabajar en las labores de siempre, pero, se recuperó y ahora ya trabaja nuevamente como albañil.
Sin embargo, todavía se levanta la playera y se aprecia la inflamación y dolor que tiene en el vientre por lo que se atiende en la Ciudad de México, pues viaja por trabajo constantemente allá.
En el sitio de la explosión a unos 100 metros de la Parroquia de San Isidro Labrador ahora hay tres cruces con los nombres de Leonardo Antonio Tentle, Francisco Tentle y Pablo Luna, quienes perdieron el lugar inmediatamente.
La casa que fue destruida la levantaron unos tres meses después, pero recientemente comenzó a ser habitada por algunos familiares de los afectados, aunque la tensión aún se percibe en la vivienda que apenas tiene algunos muebles o electrodomésticos.