Cada martes se realiza un trueque en la cabecera municipal de Acatzingo. Esta actividad, más allá de ser una tradición, es un método imprescindible de abastecimiento para sus habitantes.
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Sin el trueque, los productores de hortalizas, frutas, semillas y legumbres de la región tendrían que buscar un espacio en algún mercado para vender su mercancía, esperar a ver qué tanto pueden ganar y, posteriormente, invertir ese dinero en otros alimentos que les hagan falta en casa.
Pero gracias a esta actividad, pueden abastecerse de diversos productos en un solo día por semana, sin gastar dinero, narra Esperanza, una mujer de 45 años que, desde su niñez, ha visitado este trueque, el cual, de acuerdo con historiadores, surgió en los años noventa.
A unas calles de la plaza principal, y desde las cinco de la mañana, empiezan a colocarse los productores. Llegan con costales, huacales y cubetas llenas de mercancía, en donde se observan frutas de temporada, semillas, chiles secos, maíz y otros productos.
Son, en su mayoría, adultos mayores quienes participan en este trueque, también llamado “cambio” de forma local. Son cerca de cuatro calles las que albergan esta tradición, en donde los productores se ordenan en tres columnas.
Aquí el dinero parece no tener valor, pues son pocos los puestos en los que aceptan dinero a cambio de las jícaras con papa, zanahoria y otros alimentos que se pueden encontrar.
“Lo que queremos es comida, no buscamos dinero. Para eso se viene aquí”, narra María, una de las cerca de 200 personas que se colocan cada martes en este sitio.
Es que el interés no es ganar dinero, sino hacer que nos rinda la comida en casa, y que regresemos con varias cosas. Buscamos jitomate, carne, cebolla, frutas y más cosas para tener qué preparar en la semana, ya cuando se nos acaba volvemos a venir comparte.
Con jícaras miden el valor del cambio
Carmen llega acompañada de su esposo al trueque. Instalan una mesa de plástico en medio de la calle y colocan encima vasos de cristal, vajillas y trastes usados, con la esperanza de que estos sean cambiados por comida.
En este lugar, las jícaras miden el valor del cambio. Si la persona accede a intercambiar lo que el otro ofrece, este dará una de ellas repleta de los productos que tiene a cambio de la misma medida.
Por ejemplo, si ofreces una jícara chica con papas, recibirás a cambio la misma medida de alimento que pidas, ya sea frijol, maíz, tomate, fruta, entre otros.
“Entonces, ¿cómo se mide el valor de un traste?”, cuestiona este diario a Carmen, quien tiene 60 años. La respuesta es sencilla, lo decide quién lleva el alimento, de acuerdo a qué tan útil le resulte una de estas piezas.
Pueden cambiarnos lo que sea, pero queremos llevarnos comida a casa, unas tortillas, verdura, chicharrón, carnita, o lo que poco que podamos recibir comparte.
En este lugar lo más valioso es el alimento. Por ello es el producto más fácil de intercambiar, el valor es la medida, no el precio. Una jícara de jitomate vale lo mismo que una jícara de duraznos, de frijol, de maíz o de uvas.
Al ser un cambio tan subjetivo, los asistentes prefieren no aceptar dinero u otros artículos a cambio de su comida. Es difícil, por ejemplo, que acepten ropa, zapatos, juguetes, herramientas u otros artículos que no se puedan medir en jícaras.
Si una persona llega con 10 jícaras de su producto cosechado, espera llegar a casa con 10 jícaras de diferentes alimentos, sin importar si al traducirlo a pesos, estos son más baratos o más caros que lo que llevó.
Entre más lleven, más reciben. Por ello, es común ver a quienes llevan sus cambios en carretillas.
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Este trueque es realizado todos los martes a partir de las cinco y hasta alrededor de las once de la mañana, de acuerdo a la cantidad de personas que asistan.