Semana Santa reaviva fe de comunidades azotadas por el terremoto

Un invernadero sustituye a la iglesia de San Antonio de Padua en Alpanocan; en San Francisco Xochiteopan acondicionan auditorio para el ritual católico

Carolina Vega/Tochimilco

  · viernes 30 de marzo de 2018

“¿Por qué no pasó nada? Porque nos defendió nuestro señor San Antonio de Padua. ¡No se murió nadie!”. A seis meses del sismo que arrasó la junta auxiliar de San Antonio Alpanocan, Genaro Calderón dormirá esta Semana Santa a los pies de la imagen del santo patrono, en un improvisado invernadero que sustituye a la iglesia, ahora en ruinas.

El olor de las flores de estate y de lis inunda el caluroso recinto de plástico. Sobre el piso de tierra, las bancas y las figuras cubiertas con telas de color púrpura, como marca la tradición católica, intentan imitar el interior del templo de San Antonio, derruido desde el pasado 19 de septiembre, después de más de cuatro siglos en pie.

“Nos dijeron que cuidemos el San Antonio, las imágenes, porque más que nada a veces hay rumores, pues, de que se quieren llevar el San Antonio”, susurra don Genaro, el “semanero” del templo, aquel que durante siete días velará la imagen del santo patrón de esta junta auxiliar de Tochimilco.

La responsabilidad coincide con la Semana Santa. Dos carteles manuscritos recuerdan a los feligreses cómo se conmemorará este año la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo: Santa Misa, Lavado de los Pies, Traslado del Santísimo, Adoración durante la noche hasta las 06:00 horas del día viernes, Lectura, Oraciones Universales… “No va a ser como la del año pasado, eso no se puede, no hay mucho espacio”, repone Agustina Milán, mientras cambia el agua de uno de los jarrones que decoran el invernadero.

Mientras esperan los recursos del Instituto Nacional de Arqueología e Historia (INAH) para restaurar el templo de San Antonio, los fieles del municipio están levantando una capilla, valorada en más de 600 mil pesos, en la que resguardarse durante la celebración de las misas en latín. “¡Hagamos el esfuerzo todos!”, suplica un letrero colocado a unos pasos del invernadero.

La comunidad de San Antonio Alpanocan sigue con rigor, revela con cierto orgullo el padre Darío, las prácticas católicas. Las mujeres y niñas acuden, por ejemplo, con la cabeza cubierta a la liturgia. “-El sismo- ha hecho que uno re-afirme un poco la fe y ponga la mirada más arriba, al Cielo”, asegura. “El hecho de que esté todo destruido hace que uno vuelva a empezar y vuelva a tener una esperanza en Dios, que, en definitiva, es nuestro fundamento, nuestro principio”.

Los preparativos de la Semana Santa parecen distraer, al menos durante unos días, a los habitantes de San Antonio Alpanocan de la destrucción. Sacos de cemento, ladrillos y varilla esperan a los pies de muros agrietados a que pase esta semana y regresen, otra vez, las labores de reconstrucción. “Se ve la fe del humano, del pueblo. Se ve que sí es cierto, es milagroso San Antonio”, insiste don Genaro, que, al igual que muchos de sus vecinos, perdió su casa el 19 de septiembre.

“CREO EN DIOS, ÉL NOS VA A AYUDAR. YO NO PIERDO LA FE”

A poco más de 20 kilómetros de San Antonio Alpanocan, en San Francisco Xochiteopan, perteneciente al municipio de Atzitzihuacán, esperan también con fervor esta Semana Santa. El auditorio municipal huele a jabón y agua. Allí, una gran imagen de San Francisco preside el recinto. “Se le rompieron sus manos pero ya está bien”, diagnostica Cristina Cuéllar, sin detener la limpieza del lugar.

Todo tiene que estar listo para la celebración de la Semana Santa en la junta auxiliar. La anciana y dos mujeres más se ocupan de lustrar el auditorio, situado a sólo unos pasos de la iglesia derruida por el sismo, bajo la supervisión de dos frailes procedentes de la Ciudad de México. “Tenemos que estar esta Semana Santa unidos como comunidad para poder vivir la fe y enfrentar las situaciones que tenemos en la vida, especialmente en estos momentos de dificultad por el sismo”, instruye Fray Jesús Ortiz Guzmán.

La voz del fraile queda casi opacada por el sonido de un martillo. A unos pasos del auditorio, una polvareda advierte que, incluso en Semana Santa, continúa la construcción de nuevas viviendas. Las modestas edificaciones quieren, seis meses después del temblor, sustituir a las ruinas de decenas de hogares. “Me agarró en la iglesia –el sismo- pero gracias a Dios no me pasó nada, pero vivimos un poco tristes. Cuando llegué a mi casa no había nada, per-dimos todo”, recuerda entre lágrimas Dorotea González. “Yo creo en Dios, que Él nos va a ayudar y tendremos que salir adelante. Yo no pierdo la fe”.