Para Miguel y Alejandra, dos orgullosos y viejos campesinos de San Martín Tlamapa, una comunidad instalada en los límites de los municipios de Atlixco y Santa Isabel Cholula, por los rumbos de la carretera a la capital poblana, la espera para el trámite de la visa de los Estados Unidos es ya de “menor importancia” porque al fin podrán viajar para ver a sus hijos, después de 23 años.
“Nada”, dijeron durante una entrevista con este diario, comparado con los años que tienen sin ver a sus dos hijos radicados, uno en Oregón, y otro en Nueva York. “El primero, mi muchacho, dejó la casa a los 16 años de edad. Y la otra muchachita decidido irse casi en el mismo periodo. Estaban muy chiquitos. Hoy son dos personas grandes”, comentó la madre de ellos.
Solos, como desde la década de los noventas estaban ayer en el centro de convenciones de Atlixco para obtener los últimos documentos requeridos y enlistarse, con ayuda oficial, para viajar a reencontrarse con ambos y con sus nietos a quienes conocen de voz y video.
LA LLAVE
Ricardo Herrera Serrallonga, director del Instituto Poblano de Asistencia al Migrante, explicó ambas personas de la tercera edad serán incluidos dentro del programa Raíces Poblanas. “En Nueva York, Los Ángeles y Paseic, Nueva Jersey, recibimos documentación de los migrantes poblanos radicados en esos lugares para concretar el reencuentro entre ambas partes. Y ese es el punto de partida”.
Los requisitos, sostuvo, son claros: “tanto el migrante como los padres deben ser poblanos, tener más de 60 años los segundos, y el más importante está relacionado como nunca haber tramitado la visa. Es decir, estar limpios”.
Frente a esa realidad, sostuvo el funcionario, es el gobernador Antonio Gali quien “empeña la palabra y el compromiso de regresar a casa para evitar cualquier problema con las autoridades norteamericanas”.
LAS HORTALIZAS
Desde la llegada de Donald Trump, enfatizó el papá Miguel, comenzaron a “tener miedo” aquí y allá. “Hablábamos con nuestros hijos en los Estados Unidos y sentían en cualquier momento podrían ser deportados. Por eso pusimos más ganas a nuestras cosechas... ¡las hortalizas, sobre todo las lechugas, las hacemos bien buenas por grandotas y verdes!, para tener más clientes y en caso de regresar nuestro hijo entre al mercado a vender y a ganarse la vida como su familia”.
Alejandra es más emocional. “También preparamos la casita de nuestro hijo en caso de una emergencia. Cuando salió rumbo al norte comentó era para construir donde vivir. Y ya la tiene. Ojalá la ocupe cuando decida regresar por su cuenta, y no por una necesidad”.
Emocionados esperan las fechas fatales. “Total, ya aguantamos 23 años sin verlos o darles un abrazo. Con un poquito más no pasa nada”, narró mientras guardaban celosamente sus documentos en su bolsa de mercado.