/ miércoles 11 de septiembre de 2024

Fiestas clandestinas, donde no existen límites para los menores de edad

Convocados por una publicación en redes sociales que promete diversión sin límites, los asistentes, en su mayoría menores de edad, se dan cita a las fiestas

Son las ocho de la noche. Una calle de San Andrés Cholula, en la que apenas transitan un par de personas a esa hora, empieza a llenarse de jóvenes, la mayoría menores de edad. A pocos metros, al fondo de una privada, una mujer de aproximadamente 40 años desliza una malla ciclónica que cubre un terreno sin puertas. Es el inicio de una fiesta clandestina.

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Al interior hay un pequeño jardín, un baño y un cuarto con tres hombres que empiezan a preparar bebidas alcohólicas para venderlas a cerca de 300 asistentes.

En un grupo de WhatsApp, los organizadores enviaron la ubicación del sitio tres horas antes del evento, esto para mantener oculto su punto de reunión a personas ajenas a este. “No se preocupen por la lluvia, lugar techado", avisa uno de ellos. Dos minutos después de las ocho de la noche llega un nuevo mensaje acompañado de un vídeo del sitio: “Puertas abiertas”.

Paulatinamente, empiezan a llegar los asistentes, quienes pagaron un boleto de 130 pesos para entrar al evento en el que, aparentemente, no hay ninguna regla. Convocados por una publicación en redes sociales que promete diversión sin límites, el lugar, que por fuera se mantiene en obra negra, empieza a llenarse.

Este evento, nombrado “Tokyo (G3)”, forma parte de la red de fiestas clandestinas “Black AX”, realizadas cada mes en diferentes puntos de Puebla y Cholula por tres organizadores, sin embargo, el negocio involucra a más personas, todas adultas, quienes generan ganancias de al menos 40 mil pesos por evento, aunado a la venta de bebidas alcohólicas en su interior.

El terreno está al fondo de una privada sin pavimentar y que está cerrada con un portón, conformada por al menos seis casas que aún siguen en construcción. Al exterior, junto a la puerta que impide el acceso de la gente, se encuentra un hombre de aproximadamente 25 años, quien revisa quién entra y sale de la calle, y da aviso si ve pasar algún policía.

La mujer que abrió el lugar coloca una mesa en la entrada del terreno, y a su lado se sientan dos personas más, quienes son el segundo filtro de la fiesta. Al llegar cada asistente, la mujer le recibe el boleto de acceso, otro más le dibuja una cruz en la muñeca con marcador negro (como símbolo de que es parte del evento) y la última “revisa” tocando el cuerpo de la persona con ambas manos, desde los brazos hasta la cadera, pero ninguna de estas personas le pide su INE para validar que, quien está ingresando, sea mayor de edad.

Por medio de grupos en WhatsApp y publicaciones en redes sociales es como los jóvenes se enteran de estas fiestas. Foto: El Sol de Puebla


Eventos masivos en clandestinidad

Alrededor de las 10 de la noche hay al menos 300 personas en el terreno, la mayoría de ellos ya están alcoholizados. Por la emoción del momento, hay hombres y mujeres sin playera y otros más se encuentran en las esquinas besándose o fumando. El resto sigue en el centro del lugar, bailando y grabándose con su celular. El olor a marihuana es perceptible.

Un par de mujeres, que no superan los 15 años de edad, van jalando a un niño que aparenta tener 12 años, hasta la barra de bebidas, en donde tres hombres venden solo dos tipos de bebidas: azulitos con vodka a 90 pesos y cerveza a 40 pesos.

Luces de colores alumbran la parte techada del terreno, lo demás está cubierto de pasto. También se encuentra una mesa con luces que simula ser una cabina de DJ junto a un hombre que pone música y, a su lado, otra persona de aproximadamente 30 años que es la encargada de grabar para promocionar su siguiente evento. Dos hombres más, que visten de negro, suben cada 30 minutos al techo del único cuarto que hay en el terreno, así como a la barda que lo divide de otra casa, para verificar que todo “esté tranquilo” por afuera.

A la medianoche ya hay jóvenes embriagados tirados en el pasto, algunos más se encerraron en el baño a vomitar. Un poco antes de la una de la mañana, los mismos hombres que vigilaban la barda, empiezan a pedirle a todos los asistentes que se salgan, las luces son apagadas y la fiesta ha terminado.

En el exterior, una de las mujeres que hace un par de horas jaló a un niño a la barra de bebidas está sentada en la banqueta junto a él, quien ya no puede levantarse por la cantidad de alcohol que ingirió.¿Me prestas 10 pesos? Solo necesito 10 pesos para completar”, pide a quienes van saliendo de la puerta, mientras revisa en su celular la distancia a la que se encuentra un taxi de su ubicación.

¿De qué escuela eres?”, se escucha del otro lado de la calle entre un grupo de jóvenes que también esperan en la banqueta a que un taxi los recoja. Llegaron solos y así se regresan, no se observa a ningún tutor o padre de familia que vaya por los menores que salieron de la fiesta a la una y media de la mañana. La mujer del inicio vuelve a tapar el terreno con la malla ciclónica.

Al día siguiente, sábado 7 de octubre, llega un nuevo mensaje al grupo de WhatsApp que reúne a 911 participantes: “Nos vemos en Halloween, ‘Thunder (G2)’ 18 de octubre”.

Fiestas clandestinas: corrupción de menores

Jonathan Carlos Amaro Hernández, abogado y académico de la Escuela Libre de Derecho de Puebla (ELDP), explica que detrás de estos eventos se cometen diversos delitos que pasan desapercibidos por su carácter privado.

Estas fiestas se envuelven en la clandestinidad al vender accesos y bebidas alcohólicas a menores de edad. Y tan solo con ello, quienes las organizan, están cometiendo actos de corrupción de menores, toda vez que los inducen o acercan a estas bebidas.

Además, al generar un lucro que no está regulado por la autoridad municipal, están evadiendo responsabilidades fiscales, pues tan solo con la venta de boletos deberían estar sujetos al pago de impuestos, detalla el académico.

Pero, pese a los delitos que se cometen, el problema central es aún más preocupante, ya que no son fiestas organizadas por adolescentes, sino que son personas adultas quienes fomentan estos eventos, conscientes del riesgo que estos eventos implican.

Un adulto está consciente de que si le vende bebidas alcohólicas a un menor de edad es un delito, saben cuáles son las consecuencias legales y están evadiendo responsabilidades opina.

Esto es parte también de un problema social, advierte, que puede derivar en problemas más graves y que no se limitan a la corrupción de menores o evasión de impuestos, sino a afectaciones a la salud, secuestro, abuso o acoso sexual, entre muchos otros.

No hay delito sin denuncia

Pese a los delitos que se cometen al interior de estos eventos, las autoridades están imposibilitadas de actuar si no hay una denuncia de por medio, pues al ser un evento de carácter privado, el acceso también lo es, comparte Jorge Cazares Salas, director general de Vinculación, Prevención del Delito y Relaciones Públicas de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) estatal.

Por ello, la cultura de la denuncia es primordial en este problema, pues es imposible que las autoridades puedan detectar cada fin de semana cuál fiesta es clandestina y cuál no.

Desde su área, el director brinda algunas recomendaciones, además de este paso, para evitar riesgos en dichos eventos. El primero es para las personas interesadas en asistir a algún evento masivo o evento en el que se pague el acceso, debe corroborar si el lugar es un establecimiento que cumple con la normatividad municipal.

Investigar el lugar antes de ir, buscar información en línea, leer reseñas”, explica.

También es importante tener una red de apoyo y revisar que, quienes asisten junto a ti, sean personas de confianza. De ser necesario, al salir de casa, es viable enviar la ubicación en tiempo real, a través de la aplicación WhatsApp, a amigos o familiares.

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En general, al asistir a una fiesta, es preferible no aceptar bebidas de extraños. Sin embargo, el problema se centra desde la educación y confianza que se da en los hogares, finaliza.

Son las ocho de la noche. Una calle de San Andrés Cholula, en la que apenas transitan un par de personas a esa hora, empieza a llenarse de jóvenes, la mayoría menores de edad. A pocos metros, al fondo de una privada, una mujer de aproximadamente 40 años desliza una malla ciclónica que cubre un terreno sin puertas. Es el inicio de una fiesta clandestina.

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Al interior hay un pequeño jardín, un baño y un cuarto con tres hombres que empiezan a preparar bebidas alcohólicas para venderlas a cerca de 300 asistentes.

En un grupo de WhatsApp, los organizadores enviaron la ubicación del sitio tres horas antes del evento, esto para mantener oculto su punto de reunión a personas ajenas a este. “No se preocupen por la lluvia, lugar techado", avisa uno de ellos. Dos minutos después de las ocho de la noche llega un nuevo mensaje acompañado de un vídeo del sitio: “Puertas abiertas”.

Paulatinamente, empiezan a llegar los asistentes, quienes pagaron un boleto de 130 pesos para entrar al evento en el que, aparentemente, no hay ninguna regla. Convocados por una publicación en redes sociales que promete diversión sin límites, el lugar, que por fuera se mantiene en obra negra, empieza a llenarse.

Este evento, nombrado “Tokyo (G3)”, forma parte de la red de fiestas clandestinas “Black AX”, realizadas cada mes en diferentes puntos de Puebla y Cholula por tres organizadores, sin embargo, el negocio involucra a más personas, todas adultas, quienes generan ganancias de al menos 40 mil pesos por evento, aunado a la venta de bebidas alcohólicas en su interior.

El terreno está al fondo de una privada sin pavimentar y que está cerrada con un portón, conformada por al menos seis casas que aún siguen en construcción. Al exterior, junto a la puerta que impide el acceso de la gente, se encuentra un hombre de aproximadamente 25 años, quien revisa quién entra y sale de la calle, y da aviso si ve pasar algún policía.

La mujer que abrió el lugar coloca una mesa en la entrada del terreno, y a su lado se sientan dos personas más, quienes son el segundo filtro de la fiesta. Al llegar cada asistente, la mujer le recibe el boleto de acceso, otro más le dibuja una cruz en la muñeca con marcador negro (como símbolo de que es parte del evento) y la última “revisa” tocando el cuerpo de la persona con ambas manos, desde los brazos hasta la cadera, pero ninguna de estas personas le pide su INE para validar que, quien está ingresando, sea mayor de edad.

Por medio de grupos en WhatsApp y publicaciones en redes sociales es como los jóvenes se enteran de estas fiestas. Foto: El Sol de Puebla


Eventos masivos en clandestinidad

Alrededor de las 10 de la noche hay al menos 300 personas en el terreno, la mayoría de ellos ya están alcoholizados. Por la emoción del momento, hay hombres y mujeres sin playera y otros más se encuentran en las esquinas besándose o fumando. El resto sigue en el centro del lugar, bailando y grabándose con su celular. El olor a marihuana es perceptible.

Un par de mujeres, que no superan los 15 años de edad, van jalando a un niño que aparenta tener 12 años, hasta la barra de bebidas, en donde tres hombres venden solo dos tipos de bebidas: azulitos con vodka a 90 pesos y cerveza a 40 pesos.

Luces de colores alumbran la parte techada del terreno, lo demás está cubierto de pasto. También se encuentra una mesa con luces que simula ser una cabina de DJ junto a un hombre que pone música y, a su lado, otra persona de aproximadamente 30 años que es la encargada de grabar para promocionar su siguiente evento. Dos hombres más, que visten de negro, suben cada 30 minutos al techo del único cuarto que hay en el terreno, así como a la barda que lo divide de otra casa, para verificar que todo “esté tranquilo” por afuera.

A la medianoche ya hay jóvenes embriagados tirados en el pasto, algunos más se encerraron en el baño a vomitar. Un poco antes de la una de la mañana, los mismos hombres que vigilaban la barda, empiezan a pedirle a todos los asistentes que se salgan, las luces son apagadas y la fiesta ha terminado.

En el exterior, una de las mujeres que hace un par de horas jaló a un niño a la barra de bebidas está sentada en la banqueta junto a él, quien ya no puede levantarse por la cantidad de alcohol que ingirió.¿Me prestas 10 pesos? Solo necesito 10 pesos para completar”, pide a quienes van saliendo de la puerta, mientras revisa en su celular la distancia a la que se encuentra un taxi de su ubicación.

¿De qué escuela eres?”, se escucha del otro lado de la calle entre un grupo de jóvenes que también esperan en la banqueta a que un taxi los recoja. Llegaron solos y así se regresan, no se observa a ningún tutor o padre de familia que vaya por los menores que salieron de la fiesta a la una y media de la mañana. La mujer del inicio vuelve a tapar el terreno con la malla ciclónica.

Al día siguiente, sábado 7 de octubre, llega un nuevo mensaje al grupo de WhatsApp que reúne a 911 participantes: “Nos vemos en Halloween, ‘Thunder (G2)’ 18 de octubre”.

Fiestas clandestinas: corrupción de menores

Jonathan Carlos Amaro Hernández, abogado y académico de la Escuela Libre de Derecho de Puebla (ELDP), explica que detrás de estos eventos se cometen diversos delitos que pasan desapercibidos por su carácter privado.

Estas fiestas se envuelven en la clandestinidad al vender accesos y bebidas alcohólicas a menores de edad. Y tan solo con ello, quienes las organizan, están cometiendo actos de corrupción de menores, toda vez que los inducen o acercan a estas bebidas.

Además, al generar un lucro que no está regulado por la autoridad municipal, están evadiendo responsabilidades fiscales, pues tan solo con la venta de boletos deberían estar sujetos al pago de impuestos, detalla el académico.

Pero, pese a los delitos que se cometen, el problema central es aún más preocupante, ya que no son fiestas organizadas por adolescentes, sino que son personas adultas quienes fomentan estos eventos, conscientes del riesgo que estos eventos implican.

Un adulto está consciente de que si le vende bebidas alcohólicas a un menor de edad es un delito, saben cuáles son las consecuencias legales y están evadiendo responsabilidades opina.

Esto es parte también de un problema social, advierte, que puede derivar en problemas más graves y que no se limitan a la corrupción de menores o evasión de impuestos, sino a afectaciones a la salud, secuestro, abuso o acoso sexual, entre muchos otros.

No hay delito sin denuncia

Pese a los delitos que se cometen al interior de estos eventos, las autoridades están imposibilitadas de actuar si no hay una denuncia de por medio, pues al ser un evento de carácter privado, el acceso también lo es, comparte Jorge Cazares Salas, director general de Vinculación, Prevención del Delito y Relaciones Públicas de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) estatal.

Por ello, la cultura de la denuncia es primordial en este problema, pues es imposible que las autoridades puedan detectar cada fin de semana cuál fiesta es clandestina y cuál no.

Desde su área, el director brinda algunas recomendaciones, además de este paso, para evitar riesgos en dichos eventos. El primero es para las personas interesadas en asistir a algún evento masivo o evento en el que se pague el acceso, debe corroborar si el lugar es un establecimiento que cumple con la normatividad municipal.

Investigar el lugar antes de ir, buscar información en línea, leer reseñas”, explica.

También es importante tener una red de apoyo y revisar que, quienes asisten junto a ti, sean personas de confianza. De ser necesario, al salir de casa, es viable enviar la ubicación en tiempo real, a través de la aplicación WhatsApp, a amigos o familiares.

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En general, al asistir a una fiesta, es preferible no aceptar bebidas de extraños. Sin embargo, el problema se centra desde la educación y confianza que se da en los hogares, finaliza.

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