A comienzos de noviembre del año pasado, la pareja conformada por la enfermera Yanina Ortega Rojas y el pediatra Roberto Carlos Hernández Rodríguez se alistaba a pasar el fin de semana juntos viendo en casa, aislados de sus dos hijos tras contraer COVID-19, la saga completa de Harry Potter. Pero el plan jamás se llevó a cabo, él pasó de estar bien a complicarse a grado tal de ser hospitalizado y horas más tarde perder la batalla contra dicho mal.
“Los planes no existen, eso me ha quedado claro desde entonces”, dice Yanina con voz serena y sentada en el sillón donde su marido consultaba en su despacho particular enclavado en el barrio de Santiago. Todo esto, a pesar de que el significado de sus palabras bien se entendería como un reclamo.
En un abrir y cerrar de ojos 20 años de vida juntos se terminaron, el sueño de hacer en su consultorio particular una mini clínica multidisciplinaria con la participación de sus hijos (ambos estudiantes de fisioterapia) se vinieron abajo o entraron a una salvaje e indeseable pausa.
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La pérdida de Roberto si bien aún resulta súbita porque el doctor no reparaba en medidas sanitarias desde la declaratoria de pandemia en territorio nacional; además de siempre lucir con buen ánimo, a decir de Yanina también es una invitación para vivir la vida a plenitud porque “el mañana nunca se sabe”.
“Él siempre estuvo lleno de vitalidad, de amor hacia nosotros y otros. Por eso verlo en esa situación tan difícil es y seguirá siendo algo muy complicado de procesar”, asegura Yanina.
Ella ha debido de despedirse a regañadientes de su pareja, confidente y hasta compañero de trabajo, pues ambos compartieron desde hace dos décadas la Unidad Médica de Cuidados Infantiles del ISSSTEP, donde se conocieron como enfermera y médico; pero terminaron dándose el sí y llamándose esposos.
“Yo alcancé a recuperarme del COVID y aunque no lo padecí como otras personas, me he quedado con otra secuela… una para toda la vida en el corazón”, comparte mientras los ojos se le llenan de lágrimas.
El dolor por la pérdida, aunque hoy lo lleva mejor, sigue presente y lo tolera porque en su formación como enfermera le enseñaron a cuidar o preocuparse por otros. Esos hoy son sus hijos y sus “pacientitos” del hospital como los llama cariñosamente, a quienes desde noviembre pasado toma como ejemplo porque a su entender “muchos de ellos están peor y a pesar de sus dolores siguen adelante”, por esa razón ella repite como un mantra desde entonces, “hay gente peor que yo y no se han rendido; yo, a pesar de todo, tengo un trabajo y debo de seguir adelante”, comparte.
Si bien admite aún le es difícil pasar por el consultorio de Roberto en el ISSSTEP, pues se le viene la ola de recuerdos encima como los días de vestirse como súper héroes para animar a los niños y ayudarlos a recuperarse; no está para darse el lujo de rendirse porque le debe una promesa a su marido… sacar adelante a sus dos hijos y verlos realizados como profesionistas.
“Al final lo sucedido me duele porque siempre me faltará mi cuarto mosquetero. Pero también creo que todo ese amor que siento por él está sintetizado en nuestros dos hijos, ése es el más grande amor que siempre tendremos hasta el día que nos alcancemos”, afirma llena de convicción.
CRECER ANTES DE TIEMPO
Sus hijos, Juan Pablo y Carlos Antonio, en su momento bebés prematuros y quienes ayudaron a sus padres a comprender de mejor manera el dolor de otros, tampoco entienden bien por qué su padre se adelantó en el camino.
Sin embargo, siguen el ejemplo de su madre, porque “ella en estos momentos necesita de todo el apoyo”, exclama Juan Pablo, el mayor de los dos hermanos.
Carlos, el más pequeño de la familia, se quiebra cuando recuerda a papá. La razón es simple, “el recuerdo de él siempre estará, pero él como persona ya no…”, dice mientras se lleva las manos al rostro.
Pero a pesar de la pérdida, ambos agradecen a Roberto por el tiempo compartido.
“Gracias por ser mi papá, por todo el cariño en todo este tiempo”, exclama Carlos.
“Agradezco las enseñanzas, los regaños, por toda su ayuda, los consejos y espero que un día se sienta muy orgullo de nosotros, de mí”, secunda Juan Pablo.
La familia, a pesar del dolor, busca hoy quién se haga cargo del consultorio de Roberto, alguien capaz de seguir el testigo de un pediatra al que sus “pacientitos” le llamaban por teléfono para saludarlo o le escribían por WhatsApp, o que simplemente curaban como por arte de magia cuando lo visitaban tras presentar fiebre.
Sí, Roberto ya no está, pero en su familia, amigos y hasta en su despacho particular la alegría irradia en los ojos de quienes con él compartieron, o simplemente lo hace en forma de paredes con colores destellantes y juguetes que a cualquier adulto le despiertan sí o sí a su niño interior.
YANINA ORTEGA
“Él (Roberto) siempre estuvo lleno de vitalidad, de amor hacia nosotros y otros. Por eso verlo en esa situación tan difícil es y seguirá siendo algo muy complicado de procesar”.