“Lo importante es no volver”, afirma Saira, una de las mujeres que en familia, con su esposo y sus dos pequeñas hijas, viaja en la Caravana Migrante para tratar de llegar a Estados Unidos o, en su defecto, hacer de México su nuevo hogar.
Los “mareros”, delincuentes que les cobraban hasta 600 pesos a la semana y que casi asesinan a golpes a su esposo cuando ya no podían pagarles lo que califica como “impuesto de guerra”, los llevaron a cerrar su incipiente negocio de venta de frutas y verduras y a abandonar su país: Honduras.
El 15 de octubre José Armando, su esposo, y ella, de 23 y 22 años, con Polet, de 2 años, y Gimena, de apenas nueve meses, sus pequeñas hijas, se sumaron a la Caravana Migrante con el deseo de llegar a Estados Unidos y buscar mejores condiciones de vida.
Pero el camino no ha sido fácil, pues hasta anoche, que llegó al albergue habilitado en la Parroquia de Nuestra Señora de Los Lagos, pasó una noche cobijada y bajo techo y con médicos que atendieron a sus pequeñas, a la menor por una probable infección en los ojos y a la mayor, de tos.
Desde Pijijiapan, Chiapas, recuerda, la caminata ha sido difícil, pues cada vez reciben menos ayuda de los transportistas, de modo que para avanzar no tienen más alternativa que caminar. Ayer, por ejemplo, con sus hijas, los hizo a lo largo de 20 kilómetros.
Anoche también se enteró de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, está decidido a impedir que lleguen a su país y que para ello ha ordenado a miles de militares contener su paso, por lo que, después de algunos segundos de decepción y reflexión, añadió que intentarían instalarse en México.
Su esposo y ella, aseguró, son gente de bien y dispuesta a trabajar para vivir mejor y sacar adelante a sus hijas, porque para ellos regresar a la delincuencia y violencia que impera en su país ya no es una opción: “lo importante es no volver”, concluyó.