Con su hogar destruido por el sismo del pasado 19 de septiembre, doña Elena prepara bajo una lona decenas de tacos dorados y tlacoyos de frijol para los alumnos de la Universidad Anáhuac que levantarán 40 casas en la comunidad de San Antonio Alpanocan.
“Fue espantoso, la casa aguantó más o menos, se cayeron las paredes, lo de arriba que es de lámina no se cayó en ese momento pero las paredes sí”, recuerda la mujer, mientras machaca el frijol sobre una piedra. “Que se nos cayó la casa nos dimos cuenta ya en la tarde, que ya estaba deshecha, ya ni para entrar”.
Ese 19 de septiembre doña Elena, ama de casa, descansaba con su hija mayor, de 18 años, y el pequeño de sus vástagos, de solo un año, en su casa de la comunidad de San Antonio Alpanocan, perteneciente al municipio de Tochimilco y a aproximadamente 70 kilómetros de la capital del estado por, en muchos tramos, difíciles caminos sin pavimentar. Sus otros cuatro hijos permanecían en clase, ahora trasladada a unas carpas en el patio del anterior recinto escolar.
“Los voluntarios son los que venían a darnos el lunch luego, luego esa tarde, varias tortas, agua, del gobierno no”, continúa, acostumbrada desde entonces a compartir con su esposo, campesino, y sus seis hijos una casa de campaña donada por “unos güeros”. La familia, explicó, recibió 15 mil pesos del Fondo de Desastres Naturales (Fonden) por daño parcial de su vivienda, a pesar de que resultó en pérdida total. “Mejor que no se hubiese recibido la tarjeta, porque a nosotros se nos cayó todo y hay personas que no se les cayó pero sí les llegó más”, dice.
“DESPUÉS DE QUE SE PASÓ TODA LA EMOCIÓN YA NO RECIBÍAN LA AYUDA”
Desde la improvisada cocina se escuchan canciones pegadizas de una radio y voces entremezcladas: “¡Vamos!, ¡Echa aquí, aquí!”. Afuera, una brigada de la Universidad Anáhuac, conformada por alrededor de 20 estudiantes de todo el país, se afana por realizar la mezcla de cemento, echarla sobre los cuatro muros de lo que promete ser una vivienda de 46 metros cuadrados y alisar el resultado.
“En cada casa hay dos jefes de cuadrilla, que somos alumnos y tenemos el apoyo de –Fundación- Construyendo, que son albañiles y expertos, ellos nos asesoran y nosotros nos dedicamos más a distribuir a los voluntarios”, explica Elvia Flores Reséndez, alumna de Turismo Internacional y presidenta en Puebla de Acción Social Universidad Anáhuac (ASUA), organismo estudiantil que ha conseguido recursos y voluntarios, más de 200, para ejecutar este proyecto solidario de reconstrucción.
Los jóvenes de la Universidad Anáhuac prácticamente terminaron ayer, más allá de detalles como la pintura, seis de las 40 viviendas que planean construir en un año en San Antonio Alpanocan. “Nos comentaban las familias que al principio recibían ayuda pero ya después de que se pasó toda la emoción ya no recibían la ayuda, esto fue un grave problema, estuvieron tres o cuatro semanas sin agua y ellos sufrían mucho en estas circunstancias”, reclama Flores Reséndez.
El censo de afectados tras el sismo levantado por el Fonden habría pasado de largo a la familia Torres. Un “jefe de manzana” de la propia comunidad revisó, cuenta José Manuel Torres, la estructura de su casa y dictaminó que, aunque no era posible vivir en ella, este mecánico tenía suficientes recursos para sufragar una nueva. No fue así, solo pudo aprovechar las ruinas de su hogar para construir un cuartito en el que cobijar a su mujer y tres hijos pequeños.
“A nosotros nos hizo falta el material porque sí nos llegó el apoyo de despensas, comida, ropa pero de material, desafortunadamente, no. Con el apoyo de Fonden tampoco contamos”, confirmó Ana, su esposa. “A muchos que lo necesitamos no nos dieron ese apoyo”.
Mientras su madre relata las dificultades que experimentaron para conseguir ayuda, Juan José, Manuel de Jesús y José Manuel, de 11, nueve y siete años, se confunden entre los voluntarios de la Universidad Anáhuac, los mismos que se apresuraban ayer, después de tres días de labor, a finalizar la vivienda de tres habitaciones. “Andan ellos apurados con ‘ay, ése va a ser mi cuarto’, ‘aquí voy a tener mis cosas’. Están muy contentos, se meten ahí a ayudar a los muchachos y están también muy emocionados”, sonríe Ana.