En la antesala de cumplir un siglo de vida, Isaías Hernández nos invita a recorrer los caminos de su existencia, marcada por la fuerza y la perseverancia, al igual que los ferrocarriles que alguna vez recorrió en su juventud. Originario del Estado de México, nunca imaginó que su destino lo llevaría a establecerse en Puebla, donde el amor y la fortuna le sonrieron.
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Así como los trenes han evolucionado a lo largo de los años, la vida de Isaías ha sido testigo de múltiples aventuras, sueños cumplidos y anécdotas que se entrelazan como los rieles de una vía férrea. Desde sus humildes inicios en los ferrocarriles, pasando por la formación de su familia hasta llegar al presente, Isaías ha demostrado que la constancia y el amor son la fuerza motriz que impulsa nuestro viaje terrenal.
“Nací un 6 de julio de 1924 en un pueblito del Estado de México que se llama Jaltepec. Yo trabajé en ferrocarriles y nos dijeron que a los trabajadores nos iban a repartir a nivel nacional, a Aguascalientes, Xalapa, Puebla y en todos los lugares en donde pasaran ferrocarriles (…), en 1948 llegué a Puebla a trabajar de mantenimiento en los talleres, había herreros, soldadores, un mundo, y cuando faltaba alguien me iba ahí”, compartió.
Para Isaías, los trenes son más que simples medios de transporte, son símbolos de magia y posibilidad. Así como una locomotora puede llevarnos a destinos inimaginables, la vida nos sorprende con giros inesperados que nos llevan a lugares inexplorados y llenos de emociones.
“Después llegué al departamento de calderas y me gustó, aprendí a soldar y me consideraron un pailero. Me quedé ahí, aprendí a hacer calderas y estuve hasta que me jubilé, pero luego de jubilarme seguí trabajando, tuve amigos que murieron de tristeza a los dos años por ya no hacer nada, pero yo encontré un trabajo. Siempre seguí hablando de los trenes y las calderas, pues son un envolvente con lumbre y vapor”, agregó.
El amor también ha sido un tren que ha marcado profundamente la vida de Isaías. Conocer a su esposa en tierras poblanas fue el inicio de una travesía llena de emociones y desafíos. A pesar de los obstáculos iniciales, el amor floreció y dio fruto a una familia de nueve hijos, quienes hoy en día se esfuerzan por preservar las historias y enseñanzas de su padre.
“Cuando llegué a Puebla, comencé a rentar en el centro histórico y las personas que me vendía la comida, tenían una sobrina de Oaxaca, quien los estaba ayudando y también era costurera. Un día la dejaron encargada y tuve la oportunidad de conocerla más, salimos, y en la primera cita le dije que quería ser más que amigos, pero ella se enojó, me dijo que solo quería amistad, con el tiempo no sé que hice, pero terminamos casándonos”, indicó
Por su parte, su hijo, Víctor Manuel Hernández, está trabajando en un libro infantil que recopila las vivencias de Isaías en los ferrocarriles, para que el legado de este centenario hombre se perpetúe para las generaciones futuras. “Llegó Semana Santa, justo cuando sus compañeros se preparaban para ir a sus respetivos pueblos. Nadie quería quedarse en el campamento. ¿A quién crees que le encargarían el cuidado de la estación desde el Jueves San hasta el Domingo de Gloria?, adivinaste, el elegido sería nada más ni nada menos que -el nuevo- o sea: Chayo, así empezó su vida en los ferrocarriles”, es parte de este libro.
Como un tren que deja huella en su recorrido, la vida de Isaías Hernández es un testimonio de valentía, amor y determinación, que seguirá inspirando a todos aquellos que se atrevan a embarcarse en su historia. “Nunca creí cumplir 100 años, pero los cumplí y estoy muy feliz de todo lo vivido y de todo lo que puedo ver, entre ellos los ferrocarriles, antes un tren completo era de 44 piezas y de esas, iban tres o 6 personas, pero ahora son de 100 piezas, todo avanza, nada se queda estático”, concluyó.