Cuando Virginia Cabildo Tlapa, de 72 años, tuvo que abandonar sus estudios para cuidar a su familia, pensó que sería el final de su aprendizaje escolar. Desmotivada, creyó que sus clases de matemáticas, biología, física y química, que le permitían conocer el mundo, no ocurrirían más: estaba equivocada. Cuatro décadas después volvió a las aulas y hoy está decidida a cumplir un sueño: convertirse en guía de turismo.
Su historia es sólo una de las varias que hoy se cuentan en las naves de la Central de Abasto, uno de los lugares más representativos de la capital poblana, por su importancia económica y cultural, pero también por su alta incidencia de analfabetismo y rezago educativo.
En Puebla, de acuerdo con cifras del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), había 334 mil 179 personas en condición de analfabetismo en 2020, es decir, el 6.96 por ciento de la población no sabía leer ni escribir.
Si bien no existe un conteo específico acerca de este fenómeno en la Central de Abasto concretamente, el centro educativo ‘Creciendo Juntos’, que se enfoca en aminorar el rezago escolar de la población de ese lugar, detectó que la marginación interfiere muchas veces en las oportunidades de aprendizaje de quienes ahí laboran.
NAVEGANDO A CONTRACORRIENTE
Ana Teresa Vela fundó el proyecto en 2015, desde cero y a contracorriente, pero con la convicción de incidir en su comunidad. En entrevista con El Sol de Puebla, Vela relató la historia de esta iniciativa que, al día de hoy, ha impactado decenas de vivencias. Lo hace brindando cursos de alfabetización, primaria, secundaria y bachillerato, todo de forma gratuita. Aunque inicialmente fue para puros adultos, la matrícula del lugar se diversificó también con jóvenes, quienes viven rezagos particulares.
Con una idea casi inconcebible, Ana Tere –como la conocen sus alumnos– decidió buscar el apoyo de sus amigas y conocidos para conseguir los fondos para articular su propuesta. Gracias a ello y a la donación de mobiliario por parte de un colegio privado en Puebla, pudo recabar lo esencial.
Para los requerimientos administrativos, formalizó la escuela ante la Secretaría de Educación Pública (SEP) y el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos (INEA).
Una vez asegurado todo esto, acudió a la Central para introducir su idea a los ‘presidentes’ de las naves. “Aquí, los espacios son muy caros, entonces yo decía ‘¿quién nos va a prestar una bodega para enseñar?’”, se cuestionó.
Así, llegó tocando un sinfín de puertas hasta que encontró la indicada: la del encargado de la Central. Le propuso el proyecto –que hasta ese momento era sólo un sueño–, y éste accedió a prestarles un pequeño espacio, únicamente bajo la condición de no ocuparlo mientras fuera utilizado para realizar las asambleas del lugar.
El arranque fue poco optimista, pues no muchas personas acudieron. Poco tiempo le costó a Vela y su equipo descubrir el por qué: los horarios y las intensas cargas de trabajo dejaban poco espacio –y ganas– para el aprendizaje.
Consciente de la brecha de accesibilidad educativa motivada por la precariedad laboral y marginalización, Creciendo Juntos definió un horario adaptado a las necesidades de sus alumnos: de lunes a jueves, de 11 de la mañana a cuatro de la tarde. La razón de ello es que los fines de semana son los más concurridos en la Central y, por ende, los de mayor carga laboral.
Inicialmente muy pocas personas acudieron pese al arduo trabajo de “volanteo”, pero eso no provocó que Ana Tere o el resto de voluntarias abandonaran sus convicciones. Por el contrario, esto les motivó a retroalimentar y nutrir nuevas estrategias de enseñanza. “Por eso nos llamamos ‘Creciendo Juntos’, ¿ves?”, hizo hincapié.
Inclusive, iniciaron el “diablito de los libros”, un vehículo idéntico al que corre de aquí para allá en la Central y que son manejados por los llamados “diableros”. La diferencia es que este no lleva alimentos sino libros que son rentados sin costo a quien los quiera.
Ahora bien, pese a que la SEP y el INEA les ofrecen capacitación continua, ellas fueron más allá, al punto de cuestionar la metodología del sistema escolarizado, ese que a muchos de sus alumnos –sobre todo a los más jóvenes– les ha fallado. Así, para salir de lo establecido, el equipo acordó la integración de un protocolo de enseñanza basado en cada persona, partiendo de las dimensiones cognitivas y emocionales.
“Estamos aprendiendo de otra manera, estamos ejerciendo otro tipo de aprendizajes [uno] que les permita descubrir qué es lo que más les gusta y tienen muy pocas oportunidades para descubrirlo (...) Queremos que sean autosuficientes. No para todos queremos lo mismo, tenemos que ubicar quién es quién”, explicó.
Con juegos, lecturas y bastas dinámicas, los alumnos que cursan desde alfabetización hasta preparatoria participan en el proceso, individual, pero también colectivo, pues es ahí donde convergen las vivencias que alberga la Central de Abasto. Además de ello, buscan familiarizar a los aprendientes con el uso de tecnologías esenciales como lo son las computadoras, las tabletas electrónicas y los teléfonos móviles.
ENFRENTANDO EL ANALFABETISMO
La encargada del desarrollo académico en Creciendo Juntos es Rocío Parra Soto, licenciada en Trabajo Social. En entrevista con este diario, la especialista compartió cómo funcionan los cuatro momentos de aprendizaje que ahí trabajan.
El primero es el de alfabetización y lo hacen con una técnica conocida como ‘palabra generadora’. Esta metodología permite que los alumnos entiendan, no sólo el significado, sino también la utilización y escritura de las palabras que hablan y escuchan a diario.
Para entender su funcionamiento, Parra Soto puso como ejemplo la palabra “pala”. Para empezar, se divide en sílabas: “pa-la”. Ahora bien, de la primera, se separan sus vocablos, que de acuerdo con el ejemplo quedaría de la siguiente manera: pa, pe, pi, po, pu.
Así, una vez entendida la escritura y la utilización de cada letra, se pide a los alumnos sugerir palabras en cada uno de esos casos, siempre priorizando las que ellos utilicen en su día a día. Por lo tanto, los ejemplos serían paleta, pelota, pilar, polea y pulir.
De 2015 a la fecha, han sido dos decenas de personas las que han culminado satisfactoriamente su proceso de alfabetización, y aunque actualmente es el curso con el menor número de estudiantes durante mayo (ocho), la incidencia de inscripción es constante y sin miras a descender. En primaria han concluido ocho alumnos y en secundaria, 18, mientras que en preparatoria han sido 20, expuso la profesionista.
BRECHAS DE ACCESO SON MOTIVADAS POR DESIGUALDAD Y DISCRIMINACIÓN
Para ahondar en el fenómeno del analfabetismo, El Sol de Puebla habló con Laura Angélica Bárcenas Pozos, doctora en Educación por la Universidad Iberoamericana Puebla y académica de esa misma institución.
En entrevista, la especialista refirió que el tema está cobijado por tres principales brechas que comprometen la accesibilidad a los servicios educativos en la población.
La primera, y más grande, asegura, es la que se perpetra en razón de género. Convencida, compartió que son las mujeres quienes mayormente viven en condiciones de analfabetismo, sobre todo quienes residen fuera de las ciudades.
“Son más las mujeres no alfabetizadas, que hombres. Siempre las mujeres están en un mayor rezago, porque las familias siempre consideran mejor que los hombres se eduquen, porque van a ser quienes mantengan una familia, o son los que se van a vincular con otros para el sustento, todavía se piensa eso. Las mujeres se quedan en mayor rezago”, apuntó.
La segunda es también muy dolorosa: la discriminación ejercida hacia la población indígena en México, que es quizá uno de los estragos más crueles y multidimensionales, que son herencia directa de la colonia, precisa.
A la capital poblana llegan personas principalmente de la Sierra Norte de Puebla, de comunidades náhuatl y tutunakú, pero también de Oaxaca, de la región zapoteca. Muchas son motivadas por la desigualdad económica y social que impera en sus lugares de origen y acuden a subsistir con un salario ligeramente superior al que allá pueden obtener.
Los trabajos más precarizados suelen ser los que menores requerimientos académicos solicitan. En la Central de Abasto, al igual que en otros puntos del estado, hay empleos que funcionan con salarios muy bajos. Razones hay muchas, pero en este caso, es importante abordarlo desde la barrera del idioma.
Hay personas que si bien son analfabetas en el idioma español quizá no lo sean en otro lenguaje originario. No obstante, la discriminación no considera ese punto. Bárcenas Pozos señaló que, otra forma de exclusión es la que se realiza mediante la exigencia de grados académicos que muchas de estas personas no tienen.
Por eso, al carecer de certificados de estudios o de la habilidad para escribir y leer en español, la mano de obra se abarata y esto impacta en el patrimonio de estas personas: “La escolaridad y la preparación en el ámbito educativo es una puerta de entrada a mejores condiciones laborales”.
Así, se perpetúa otra brecha estructural que muy difícilmente puede ser derribada. De acuerdo con la especialista, si bien muchas personas que vivieron estas condiciones de rezago educativo inician un proceso de alfabetización o superación académica, es poco probable que sus contextos se modifiquen, no obstante, el cambio viene para las próximas generaciones, pues su esfuerzo cimentará las bases para los que vienen.
ABANDONO ESCOLAR
El fenómeno de atraso educativo se debe también a otros factores ambientales, causados por la precariedad, marginalización y barreras similares, que usualmente vivieron cuando los adultos eran infantes o adolescentes.
“La población que no está alfabetizada, la mayoría tiene más de 45 años, es decir, cuando eran niños sus familias tampoco se ocupaban porque se alfabetizaran y luego ellos lo dejaron por diversas razones (...) [en parte] porque no les apoyaron o no hubo condiciones. Todo esto va generando una brecha”, comentó.
Un contexto similar vivió doña Virginia Cabildo, de quien se habló al inicio de esta pieza editorial. Ella es originaria del municipio de San Pablo del Monte, en Tlaxcala, en la zona limítrofe con Puebla capital. Hace cuatro décadas, cuando nació su hija mayor, su vida cambió debido a que tuvo que trabajar para sacar a su familia adelante.
Por esa razón fue que dejó el bachillerato inconcluso, sin embargo, eso cambió en 2021 cuando se unió a la matrícula de Creciendo Juntos. Su hija, quien vende productos de belleza en la Central, la invitó a asistir con ella. De esta manera, hoy disfruta ser la compañera de clase de su hija.
Así, aprende lo que le gusta, de la mano de su red de apoyo más importante. Hoy su sueño es convertirse en guía turística o en trabajadora social, dice con alegría.
“Me gusta mucho el apoyo que nos dan las profesoras (...) nos facilitan las computadoras y nos dan material para estudiar (...) todas las materias son bonitas, me gustan las matemáticas, la biología, la física, la química, todas son importantes para la vida (...) Dicen que querer es poder”, indicó.
Aunque hoy se le ve contenta y entusiasmada, compartió a esta casa editorial que el camino no siempre es sencillo, especialmente por las críticas a su edad (72 años), las cuales provienen de su familia y conocidos.
Pese a ello, la señora Cabildo Tlalpa pone lo mejor de sí en cada clase. Y aunque hoy le quedan varios meses por delante para concluir el nivel de preparatoria, confesó que se encuentra emocionada por cumplir su graduación, pues admitió que espera celebrar su logro. “Claro que me gustaría celebrar, sobre todo porque pues va a ser una satisfacción para mí”, afirmó entre lágrimas.
INCENTIVANDO A LAS INFANCIAS
Cuando se echó a andar el proyecto, se pensó que serían los adultos quienes irían principalmente, pero la sorpresa fue que muchos niños, niñas y adolescentes forman parte de las cifras de analfabetismo y rezago educativo. La buena noticia es que los aprendientes que son parte de este grupo poblacional suelen tener los mejores resultados, refirió Ana Tere Vela.
Tal es el caso de Nayelli, de 16 años, quien llegó a Creciendo Juntos hace pocas semanas. Aunque ella nació en Puebla, toda su familia es originaria de la comunidad de Mapil, en Chiapas. Por esa razón se identifica como chiapaneca-poblana. A su edad, empezó a leer y escribir.
Sus objetivos a corto plazo son “aprender a escribir y leer muy rápido”, e inclusive ser capaz de realizar multiplicaciones de forma mental, pero también busca estudiar una carrera. Por ahora no ha pensado mucho en qué le gustaría hacer, lo que sí sabe es que quiere “trabajar en una gran empresa” y con ello incidir en la vida de su comunidad.
Quien comparte con ella en el curso de alfabetización es América, de 12 años de edad. A la par que navega en una de las computadoras que se encuentran a disposición de los alumnos, la menor cuenta, acompañada de su profesora, que ella aprende todos los días y lo hace con apoyo de libros y otros recursos.
Ella va con su madre todos los días a la Central, pues vende comida a los trabajadores y visitantes del lugar, sin embargo, contó que recientemente le pidió un espacio a su mamá para poder aprender a leer y escribir.
CUANDO TODO SE PUSO GRIS
Aunque fácil nunca fue, los primeros cinco años fueron francamente los más sencillos en comparación con 2020, un período que puso a prueba no sólo al colegio, sino también a sus integrantes. No nada más por lo económico, sino también por los fallecimientos y contagios de la Covid-19 que ocurrieron en la Central de Abasto, en el comienzo de la pandemia.
En aquel puente vacacional del 21 de marzo de ese año, cuando el SARS-CoV-2 era apenas una amenaza creciente y desconocida para la humanidad, Vela, como titular del lugar, pidió que todos fueran a descansar y “regresaran en 15 días”.
Ante la incertidumbre de no saber si las dos semanas serían suficientes para lo que en ese entonces aconteció, las instructoras creyeron que lo ideal sería adaptarse a un modelo virtual. El problema era que muy pocas personas tenían acceso a internet.
Para evitar un rezago irremediable, el centro educativo rompió el “cochinito” y compró al menos cinco tabletas electrónicas para quienes carecían de un dispositivo, y para quienes sí contaban con teléfonos compraron planes de prepago con internet móvil. Aun así, esta última fracasó.
El lugar funciona gracias a aportaciones voluntarias, pero también a las utilidades obtenidas de ventas solidarias que hacen las personas que conforman el proyecto. Desde buñuelos, hasta regalos, todo lo han vendido para subsistir y poder pagar, principalmente, la nómina de los especialistas que participan en él.
Fue a raíz de ese momento crítico cuando pensaron en una nueva estrategia que cuidara la salud, pero también que fuera útil para el aprendizaje. Producto de esa reflexión fue que empezaron a diseñar una serie de videos didácticos, los cuales se basan en los programas del INEA, pero con su estilo característico de enseñanza.
MÁS ALLÁ DE LAS CIFRAS
Una de las personas que participó en la elaboración de esos audiovisuales fue Eduardo Osorio Velázquez, quien a sus 25 años concluyó la carrera de Ingeniería en Negocios en la Ibero Puebla. Actualmente está concluyendo su servicio social en Creciendo Juntos. El estudiante relató a El Sol de Puebla que vivir esa experiencia ha sido lo más transformador de su existencia.
Cuando tuvo que elegir un programa, realizó una exhaustiva búsqueda e inclusive consideró varias opciones, sin embargo, ninguna de ellas era lo suficientemente “social” para él. Es originario de San Salvador El Seco y el funcionamiento de la Central de Abasto no le es un tema ajeno. Por esa razón se inscribió en el proyecto y esperó ser aceptado.
Admitió que, si bien al principio lo sintió únicamente como un “requisito para graduarse”, conforme el tiempo avanzó y conoció las historias que ahí convergen, su perspectiva –y su vida– cambiaron por completo. Su participación, que hoy siente corta, le permitió marcar un aprendizaje para toda la vida.
Consciente de la incidencia de analfabetismo en el estado, Eduardo Osorio relató que, en la praxis, esas cifras son solamente una forma de ver el fenómeno, pues la realidad ocurre cuando conoces las vivencias de quienes lo padecen.
“Regularmente esto se ve como un número, como algo plano, y en el momento que empiezas a conocer sus nombres, historias, dificultades y fortalezas, a ese número (...) le pones nombre (...)”, expuso el “Profe Lalo”, como ya es nombrado en el lugar.
Con tantos millones de analfabetas, con 15 o 20 que acudan a clases no se cambiará el porcentaje, ni un uno por ciento, pero se transformará la vida de esas personas. Por lo tanto, invita a que más personas se unan al esfuerzo, tanto como voluntarios, como donantes, todo es válido, concluye.
Por último, es relevante comentar que el sitio se encuentra abierto a recibir cualquier tipo de apoyo humano, en especie o en recursos. Todos ellos son recibidos en la Nave C de la Central de Abasto, o en internet, a través del sitio ‘Fundación Comunitaria Puebla IPB’.