Con un impecable saco blanco y una flor negra en la solapa; un pantalón negro holgado con largas cadenas; zapatos al estilo francés en blanco y negro; y un elegante sombrero tipo italiano, es como el maestro Jesús Antonio Castillo y Valencia de 68 años de edad hace honor a su peculiar apodo: El Pachuco, apelativo al que, desde hace 50 años, le ha hecho honor mediante su experticia en el danzón, el cha cha cha, el tibiri tabara, foxtrot, paso doble y el tango.
El porte, la elegancia y una amplia sonrisa, complementan el estilo de este amante del danzón quien ha tenido la fortuna de ser ovacionado por su gran estilo en el baile y, sobre todo, por su buen trato con las personas; sin embargo, lamenta ser testigo de cómo a la fecha a las personas adultas, ya no se les tiene la admiración, el respeto y cortesía que antes se les daba.
"La juventud ya le ha perdido el respeto a las canas. En la actualidad los sobrinos o los nietos ya se quieren igualar; ya les hablan por su nombre o les dicen viejo. Creen que cuando uno ya está grande uno es un estorbo, y no es así", comenta.
Agrega que, a diferencia de lo que muchos jóvenes puedan pensar, llegar a los 60 y a los 70 años es algo realmente maravilloso, pues es una etapa de la vida donde el ser humano debe estar libre de preocupaciones y, por el contrario, deben ocuparse de disfrutar cada minuto de la vida haciendo lo que más les gusta.
"La vida se vive solo una vez y hay que vivirla como si fuera el último día de nuestra su vida. Uno, como persona adulta debe buscar algo que nos haga sentir bien, porque aún hay muchas cosas para nosotros. Hay que hacer un esfuerzo para seguir divirtiéndonos", comparte.
Su ímpetu y energía lo han llevado a mantenerse activo en el baile, gusto que le nació desde los 18 años de edad, aunque considera que incluso, pudo haber sido desde un poco antes.
"No fui muy bueno para el estudio, pero sí para el baile", recuerda entre risas y agrega: "desde la primaria ya tenía mucha inclinación por el baile regional. Yo quería ser el artista de todo, siempre quería participar en los eventos de la escuela, incluso una vez fui campeón de declamación a nivel estado", recuerda.
Aunque él soñaba con una vida de artista, la vida en casa no era del todo estable; su familia era humilde y dice, vivían en una covachita, pero, aun así, con esfuerzo, salían adelante. "Cuando salí de la primaria mis papás, con mucho sacrificio, me metieron a la secundaria, pero después me salí para dedicarme a la música".
Fue así que se inició como percusionista tocando los timbales, las maracas, las tarolas y el güiro, pero había algo en el baile que lo atraía sobremanera.
A los 16 años, conoció a un amigo fotógrafo que lo invitaba a los eventos que se realizaban en el antiguo salón de baile llamado La Paz ubicado en la Avenida Juárez, ahí –comenta- se embelesaba viendo a las parejas que dominaban los diferentes estilos musicales y, aunque en esa época eran frecuentes las razias, las señoras lo escondían en los baños para que no se lo llevara la policía y se pudiera quedar a ver todo el espectáculo.
A los 18 años el maestro Antonio Castillo ya bailaba swing a la perfección, uno de los bailes más populares de los salones en la década de los 70, "recuerdo que los mejores bailarines bailaban en la parte principal de la pista, es decir, enfrente de las orquestas y los que no, los mandaban hasta las orillas ... Un día me vieron bailando con una señora danzón chá, todos se sorprendieron y me pasaron enfrente, desde entonces inició mi vida con el baile".
Asegura que su mejor escuela fue la vida. Nunca acudió a ninguna academia, pero su admiración por el baile le hizo aprender con solo ver a los mejores de la pista, lo que posteriormente lo llevó a convertirse en uno de ellos.
A la fecha, el maestro Jesús Antonio, da clases los domingos en el domo del danzón (Analco) y en el Centro cultural del ISSSTEPP (17 oriente 1408, El Angel) y tras 50 años de dominar el paso doble, el tango, el tibiri tabara y todas las variantes del danzón (clásico, cubano, cerrado, abierto, académico y floreado), él se dice satisfecho con lo que ha logrado y más aún de mantenerse activo y enérgico en su tercera edad, la cual dice, es inigualable.
"Le doy gracias a Dios por tener piernas. Yo le digo, Dios mío, quítame un brazo, quítame un ojo, pero no me quites mis piernas, porque sin piernas, ese sí sería el final de mi vida".