Una cama, un sillón, una mesa de madera y cajas de plástico que hacen de ropero es el único patrimonio que le quedó a Maribel Pérez Sánchez y a su familia, quienes siguen habitando en la calle de Metepec en Atlixco en una vivienda de plástico que les regalaron los chinos cuando perdió el total de su vivienda en el sismo del 19 de septiembre de 2017.
En el fondo, un estante desvencijado soporta una televisión que no funciona y varios medicamentos que su madre y tía, como todos los mexicanos de la tercera edad, están condenadas a tomar por el resto de sus vidas para paliar la diabetes o la presión alta.
Su estufa ha sido sustituida por una hornilla eléctrica, mientras que sobre su humilde mesa de madera tiene un par de vasos, cucharas y platos. Si cocinan usan un brasero y día a día compran el carbón.
Para el aseo personal y el baño piden la compasión de los vecinos. Uno de ellos les permitió conectarse a la luz, lo que les ha posibilitado no pasar las noches en la oscuridad.
“Dormimos las tres ahí”. La mujer señala una cama mediana ajustada al rincón de tienda de campaña que, minúscula, alberga a cuatro personas: Maribel junto con su madre, tía y primo.
Pero ¿y cómo se acomodan? “Pues ahí”, contesta, “las tres apretaditas y sacamos la mesa de madera a la calle y abrimos el catre para mi primo, él tiene 22 años, ya no cabe en la camita”.
Mari, como le dicen de cariño, está sola en la tienda de campaña azul, instalada sobre unos hules desgastados; no puede caminar, pues desde hace dos años tiene un mal que ningún médico, hasta ahora, le ha dicho de qué se trata.
“Creo que es un tema de herencia familiar. Algunos de mis tíos y mi padre conforme van pasando los años no pueden caminar. Yo tengo 40 años pero yo de niña caminaba bien hasta que un día por la calle me empecé a caer y luego no me pude levantar. Estaba en tratamiento para los dolores en el Seguro Popular, me operaron, tengo unos clavos. Si se mira mi cicatriz sigue. Ya no puedo seguir con la curación porque no tengo ni la credencial, es uno de todos los documentos que me faltan de los que se perdieron en la casa con el sismo”, dijo.
De su casa original, que estaba marcada con la calle Segunda Progreso 95, que vigilan desde frente, quedó una pared de adobe inhabitable. La vivienda no la han logrado construir por falta de dinero. Y aunque el Gobierno Federal les entregó una tarjeta con 90 mil pesos para material no pueden costear la mano de obra.
“Ya los albañiles empezaron a cobrar mucho dinero, no hemos encontrado uno que nos deje las cosas más baratas. Están cobrando el metro cuadrado en mil 600 pesos”, dice entre lamentos cuando afirma que su tía vende dulces y su madre trabaja limpiando un templo para sobrevivir.
Mari tiene un sueño que no va a ver cumplirse: pasar su tradicional cumpleaños en su casa, en aquella cómoda salita donde veían armoniosamente la televisión; aún tiene un deseo: que es lograr este año la reconstrucción total de la casa de su madre.