Su propia madre la orilló a callar, a tolerar y a considerar que las agresiones físicas y psicológicas que sufrió de parte de su marido por 18 años consecutivos, eran normales. Pero su deseo de evitar que sus hijos padecieran y reprodujeran esta violencia con sus parejas, la motivó a levantar la voz y ponerle un alto a esta situación.
Esta es la historia de Gabriela Blanco, una mujer de 41 años de edad que en el pasado era sometida con una sola mirada por el padre de sus cuatro hijos, pero que actualmente funge como voluntaria en el Centro de Justicia para las Mujeres, apoyando a personas que están viviendo su misma historia.
Ella se casó a los 17 años de edad y a los 15 días de haber contraído nupcias fue golpeada por su ahora expareja. Decidió recurrir a su madre, para buscar su apoyo, buscar su respaldo, pero no fue así sino todo lo contrario: la regresó a su vivienda y enfrente de él le dijo que no le debía alzar la voz.
“La primera vez que yo sufrí violencia de parte de mi pareja la primera persona que me regresó y me dijo ‘no le debes de alzar la voz’ fue mi mamá, entonces aprendí a callar, no pasa nada y a mantener la imagen de que todo está bien”, dijo.
No suficiente con no respaldarla, su madre le dijo a su exesposo que para la próxima ocasión le pegara más fuerte para que no se saliera de su casa, por lo que a partir de ese momento las agresiones subieron de tono.
“Cuando yo le comento a mi mamá que me había golpeado me dijo ‘¿sabes qué?, agarra tus cosas y vámonos’ y me regresó con él, cuando llegamos pidió hablar con él y le dijo ‘dime cuál es la situación y le dijo para la próxima, te voy a dar un consejo, dale más duro porque no tuvo por qué haberse salido de tu casa’. Entonces yo aprendí que lo mejor era quedarme callada y nunca más volvía a comentarle nada”, relató.
Además del rechazo de su madre, la señora Gabriela atribuyó su silencio de 18 años a la “normalización de la violencia” pues explicó que cuando ella era niña observaba los ataques físicos que sus padres se propinaban, que en un principio les causaban tristeza pero que con el paso del tiempo se volvieron habituales ya que sus padres seguían juntos, sin separarse.
“No me voy a cansar de comentar que desgraciadamente la sociedad a veces nos lleva a aguantarnos o callar muchas situaciones o a hacernos como mujeres vulnerables, débiles, porque te callas, de aguantas y no pasa nada”, dijo.
A decir de la señora, su exesposo era un “profesional” en defensa y agresión porque en su trabajo lo entrenaron para golpear y manejar armas, de ahí que sabía dónde lastimarla sin que fuera tan evidente y sin que sus hijos se enteraran.
No obstante, en una ocasión se le pasó la mano ya que le dejó el ojo morado y justamente ese día encontraron a un familiar de él, al que le tuvo que mentir de lo sucedido pues de lo contrario e iría peor.
Tal era el sometimiento que su esposo no la dejó estudiar, sonreír ni trabajar, no obstante, dijo que tenía que laborar porque el dinero que le daba su esposo no le alcanzaba para mantener a sus hijos luego de explicar que el trabajo de su esposo no era en Puebla sino en diferentes estados y por diferentes periodos.
Después de 18 años, la señora Gabriela decidió poner un alto. Motivada por su anhelo de que sus hijos no reprodujeran estas conductas en sus familias, pidió apoyo en el Centro de Justicia de Mujeres- que dependen de la Fiscalía General del Estado (FGE), en donde actualmente colabora como voluntaria en atención de otras mujeres en una situación similar, actividad que realiza paralelamente a la organización de fiestas infantiles.
“Pasaron 18 años de violencia interna, yo no lo manifestaba ante la gente pero cuando empiezan mis hijos a crecer me doy cuenta del error tan grande que estamos cometiendo porque vuelves a fomentar la violencia y ellos empiezan a creer que la violencia es normal y entonces me di cuenta que ellos iban a buscar una relación similar y eso es lo que quise parar. No quiero una hija sumisa y tampoco quiero un hijo machista”, finalizó.