/ domingo 30 de junio de 2019

“Nací artesana y me quiero morir artesana”: Josefina, artífice de Puebla   

Con esmero y pasión mantiene viva una de las técnicas de bordado más complicadas e importantes de Cuetzalan

“Ser artesana es mi vida. Yo nací siendo artesana y me quiero morir siendo artesana”, con esa pasión y brillo en sus ojos es que Josefina Pérez Jiménez describe el orgullo que para ella significa mantener vivas sus tradiciones mediante una de las técnicas de bordado más complicadas e importantes de Cuetzalan: el pepenado.

Sus dedos, han recibido una y otra vez los dolorosos piquetes provocados por las afiladas agujas con las que día a día borda sus telas, incluso, confiesa que sus dedos han resultado enllagados por las incontables horas que le dedica a las prendas que vende en su colorido local de artesanías.

Aunque su esmero le deja una gran satisfacción personal, reconoce que no siempre es valorada esta labor que, asegura, poco a poco se extingue, principalmente por el desinterés de los jóvenes en aprender este tipo de actividades.

Foto: Javier Pérez

A pesar de ello, Josefina dedica toda su paciencia y creatividad para dejar en cada creación sus raíces y riqueza cultural.

Lograr un tortillero, mantel, blusa, fajilla o incluso un vestido de novia, requiere de gran esfuerzo y paciencia, pues tan solo para lograr una línea de bordado, debe contar hasta más de mil pequeños puntos.

La manta, considerada una de las telas más tradicionales de México, es la materia prima sobre la que se trabaja y la cual se caracteriza por tener diminutos -por no decir casi microscópicos- orificios los cuales Josefina debe contar para hacer una puntada precisa y perfecta, debido a que tanto de un lado como del otro el bordado debe lucir impecable.

En cada creación, la tierna mirada de la joven se convierte en una firme mirada de águila y sus delicadas manos, se transforman en una fina lanceta con la que hilo a hilo, da vida a distinguidas prendas que dan prueba del valor cultural.

La satisfacción, dice, es enorme, pero la nostalgia también. Saber que su trabajo es objeto de plagios y robo por parte de “diseñadores” que “innovan” para ofrecer en el mercado prendas más “trendy”, es algo que, sin duda, le provoca desilusión.

Foto: Javier Pérez

“Hay momentos en que nos da mucha nostalgia porque hay bordados que nos llevan meses terminarlos. A veces, no dormimos con tal de terminar nuestros productos y nos da miedo que no se nos pague por el esfuerzo realizado. Lo peor es que también hay diseñadores que nos roban la idea para hacer estampados o reproducirlos en máquinas de coser; los sobreponen en prendas modernas y eso nos afecta mucho”.

Karolina Mancilla Lara -originaria de Puebla y prima de Josefina- lamenta que a la fecha haya gente que regatea por sus productos a pesar del gran esfuerzo que hay detrás de ello.

Al igual que su prima, considera que el bordado es algo que se debe hacer con amor, paciencia y respeto; porque para ellas ser artesanas es algo que se lleva en las manos y en el corazón.

Foto: Javier Pérez

“Hay artesanos que nacen y otros que se hacen. En el caso de mi prima, sus conocimientos vienen por tradición, desde pequeña se lo enseñaron y a ella le gustó; en mi caso me interesé y ella me ayudó a aprender el pepenado; me llevó tres años perfeccionar la técnica, pero cuando vi mi primer porta vasos, me sentí tan feliz por ver esa bonita creación”.

Ser artesanas, dicen, nos nada fácil, pero el sacrificio y empeño que ponen en cada puntada, se convierte en oro cuando un cliente valora la riqueza cultural que hay detrás de cada hilo.

“Ser artesana es mi vida. Yo nací siendo artesana y me quiero morir siendo artesana”, con esa pasión y brillo en sus ojos es que Josefina Pérez Jiménez describe el orgullo que para ella significa mantener vivas sus tradiciones mediante una de las técnicas de bordado más complicadas e importantes de Cuetzalan: el pepenado.

Sus dedos, han recibido una y otra vez los dolorosos piquetes provocados por las afiladas agujas con las que día a día borda sus telas, incluso, confiesa que sus dedos han resultado enllagados por las incontables horas que le dedica a las prendas que vende en su colorido local de artesanías.

Aunque su esmero le deja una gran satisfacción personal, reconoce que no siempre es valorada esta labor que, asegura, poco a poco se extingue, principalmente por el desinterés de los jóvenes en aprender este tipo de actividades.

Foto: Javier Pérez

A pesar de ello, Josefina dedica toda su paciencia y creatividad para dejar en cada creación sus raíces y riqueza cultural.

Lograr un tortillero, mantel, blusa, fajilla o incluso un vestido de novia, requiere de gran esfuerzo y paciencia, pues tan solo para lograr una línea de bordado, debe contar hasta más de mil pequeños puntos.

La manta, considerada una de las telas más tradicionales de México, es la materia prima sobre la que se trabaja y la cual se caracteriza por tener diminutos -por no decir casi microscópicos- orificios los cuales Josefina debe contar para hacer una puntada precisa y perfecta, debido a que tanto de un lado como del otro el bordado debe lucir impecable.

En cada creación, la tierna mirada de la joven se convierte en una firme mirada de águila y sus delicadas manos, se transforman en una fina lanceta con la que hilo a hilo, da vida a distinguidas prendas que dan prueba del valor cultural.

La satisfacción, dice, es enorme, pero la nostalgia también. Saber que su trabajo es objeto de plagios y robo por parte de “diseñadores” que “innovan” para ofrecer en el mercado prendas más “trendy”, es algo que, sin duda, le provoca desilusión.

Foto: Javier Pérez

“Hay momentos en que nos da mucha nostalgia porque hay bordados que nos llevan meses terminarlos. A veces, no dormimos con tal de terminar nuestros productos y nos da miedo que no se nos pague por el esfuerzo realizado. Lo peor es que también hay diseñadores que nos roban la idea para hacer estampados o reproducirlos en máquinas de coser; los sobreponen en prendas modernas y eso nos afecta mucho”.

Karolina Mancilla Lara -originaria de Puebla y prima de Josefina- lamenta que a la fecha haya gente que regatea por sus productos a pesar del gran esfuerzo que hay detrás de ello.

Al igual que su prima, considera que el bordado es algo que se debe hacer con amor, paciencia y respeto; porque para ellas ser artesanas es algo que se lleva en las manos y en el corazón.

Foto: Javier Pérez

“Hay artesanos que nacen y otros que se hacen. En el caso de mi prima, sus conocimientos vienen por tradición, desde pequeña se lo enseñaron y a ella le gustó; en mi caso me interesé y ella me ayudó a aprender el pepenado; me llevó tres años perfeccionar la técnica, pero cuando vi mi primer porta vasos, me sentí tan feliz por ver esa bonita creación”.

Ser artesanas, dicen, nos nada fácil, pero el sacrificio y empeño que ponen en cada puntada, se convierte en oro cuando un cliente valora la riqueza cultural que hay detrás de cada hilo.

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