Con las nuevas medidas de “ocultamiento” de trabajadoras sexuales de la vía pública, decretadas por el gobierno municipal de Eduardo Rivera Pérez, algunas mujeres que se han dedicado al sexoservicio en las calles del centro histórico por años, hoy empiezan a padecer los estragos económicos de esas acciones, pues aseguran, al removerlas de sus lugares usuales de trabajo, solo se busca “cubrir lo evidente”.
Ante las recientes acciones decretadas por el Ayuntamiento de Puebla, muchas mujeres encuentran diversas complicaciones a la hora de atraer a sus clientes.
Un puñado de ellas permanece al interior de las casonas admitas por el gobierno municipal para realizar el trabajo sexual, y otras cuantas han optado por salir a las calles, aún con el riesgo de ser amonestadas y perseguidas por las autoridades.
El Sol de Puebla tuvo acceso a uno de los centros a los que debe acudirse directamente para contratar servicios eróticos en la ciudad. Ahí se pudo constatar que las condiciones en las que decenas de mujeres deben ejercer el trabajo sexual, son precarias y poco cómodas para ellas.
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LABORAN EN LUGARES CASI CLANDESTINOS
Son las dos de la tarde y el día transcurre como cualquier otro en las vías aledañas al zócalo capitalino. La acostumbrada vendimia que distingue las calles del centro histórico, nos hace recordar que estamos parados en el único punto de la ciudad en el que se vende de todo y para todos los gustos: desde cinturones, relojes, calzado, chamarras, juguetes, perfumes, y hasta sexo.
Es miércoles y a esa hora decenas de niños y adolescentes salen del colegio, pues muchos de ellos ya han vuelto a las aulas. La 4 Poniente es en realidad un pasaje comercial de incontables productos: “Llévele, llévele, ¿cómo qué buscabas, carnal? Pásale a ver sin compromiso”, son tan sólo algunos de los ofrecimientos que se escuchan al pasar por ahí.
En esa misma avenida se encuentra la plazuela de Sor Juana Inés de la Cruz, que solía ser un sitio de encuentro entre sexoservidoras y sus clientes, pero hoy parece ser ocupada solamente por personal de limpia municipal que acude a tomar un descanso, y por varios hombres adultos. A simple vista, un pequeño parque como cualquier otro al que la gente acude a relajarse y tomar aire.
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¿LAS ESTÁS BUSCANDO?
Después de esperar poco más de veinte minutos en una banca, un señor que llevaba rato sentado en la fuente que se encuentra al centro del lugar, se acercó y preguntó: “¿Las estás buscando, verdad?” Ante la respuesta afirmativa, el hombre de aproximadamente 50 años dijo: “Ya no están aquí, las mandaron ahí en donde venden las gorras y los cinturones, ¿cómo se llama? La calle, el pasadizo… el callejón de las variedades. Ahí están”, mencionó.
Se trata de la privada de la 2 Poniente, un pasillo que se encuentra sobre la 4 Poniente, entre las calles 5 y 3 Norte. Al entrar, un muchacho que vende gorras y sombreros te invita a pasar a su puesto. Conforme uno entra y avanza al interior del lugar, la venta de productos se agota y se avecina un nuevo sitio al lado derecho que, como si se tratara de una actividad criminal, se encuentra en un paraje oscuro custodiado por dos personas.
Ahí hay dos entradas, una que lleva al interior de una propiedad con varias puertas, como si se tratase de un predio destinado para baños públicos, y en la otra, un local con varias sillas de plástico desordenadas. Ahí, tres mujeres adultas se acercan a la entrada y preguntan: “¿Qué pasó, con quién quieres, quién te gusta?”; “elige bien” dice una de ellas mientras se señala a sí misma.
Una vez escogida una de ellas, se invita al cliente a pasar a la otra puerta. Ahí, una mujer pide el pago de la habitación como condicionante de acceso. Una vez pagado el cuarto, la recepcionista hace entrega de unos cuantos cuadros de papel higiénico y una llave.
UNA COLCHA SUCIA Y MALTRADA
Al acceder, se percibe un fétido olor característico a baño público. Se observan aproximadamente seis cuartos con puertas soldadas a los marcos y sin pintar, paredes de loseta negra y un piso de mosaicos cuadrados color hueso, todo cubierto por un tono verdoso que es generado por el choque de la luz solar contra un domo de ese color instalado en el techo del inmueble.
Del lado izquierdo hay un altar de la imagen de la Virgen de Guadalupe y una figura de Jesucristo, ante ellas, está una veladora encendida, mientras que del lado derecho, se observan dos baños con sus respectivos inodoros y las puertas abiertas.
Una vez dentro del diminuto cuarto, Amanda –una mujer que aceptó declarar bajo la condición de no revelar su nombre verdadero–, hace la invitación a sentarse en una cama matrimonial que apenas cabe en el presunto dormitorio, con una colcha sucia y maltratada: “Ahí siéntate, tú no te preocupes”, dice.
Al descubrir que las intenciones no eran sexuales, sino más bien de charla, Amanda acepta usar los quince minutos ya pagados para hablar sobre cómo ha cambiado su rutina laboral ahora que ha dejado las calles.
Ella confiesa que los últimos días se han caracterizado por las pocas ventas, no obstante, fija que se siente mejor estando adentro de la casa de citas, que ofreciendo el servicio en la vía pública: “me siento más segura estando aquí [en la casona] dando el servicio”.
La mujer cuenta que lleva apenas medio año ejerciendo el trabajo sexual, pero durante el periodo en el que estuvo laborando en la calle, a ella le parecía incómodo tener que ofrecer sus servicios ante la presencia de los niños que pasan para ir al colegio ubicado en la esquina de la 4 Poniente y 5 Norte.
Lo que pasa es que ahí en la esquina [hay una escuela] (...) y aunque habemos personas que no vestimos muy atrevidas, yo entiendo que también [es un lugar] por el que pasan muchos niños [para ir] a la escuela narra.
QUITARLAS DE LA CALLE, ES CRIMINIZARLAS
A las afueras del llamado Callejón de las Variedades, cientos de personas van y vienen cada segundo, sin prestar atención a los detalles. No obstante, al mirar con cautela, uno puede darse cuenta que aún hay algunas chicas dispuestas a seducir a sus clientes fuera de los llamados ‘sitios de tolerancia’.
Este medio pudo hablar con una de las mujeres que siguen ejerciendo el trabajo sexual en a la luz del día y en la misma calle de siempre.
Estrella –una joven que pidió no compartir su nombre por temor a represalias– es una chica de 28 años originaria de Veracruz, que ejercido el trabajo sexual en la capital del estado desde hace casi nueve años, y hoy asegura ser víctima de la criminalización y la hipocresía: “No creo que tengamos que ocultarnos, esto ha existido desde [hace] años”.
Detalla que después de los anuncios emitidos por el Ayuntamiento de Puebla, respecto al reordenamiento de trabajadoras sexuales en la demarcación, múltiples clientes que solían recorrer la 4 Poniente o la misma plazuela de Sor Juana Inés de la Cruz a buscar los servicios eróticos, hoy han dejado de asistir, pues temen ser evidenciados o detenidos.
Para ella es complicado acercar a los hombres a alguna de las distintas casonas que admiten el sexoservicio en Puebla, especialmente cuando la autoridad les impide salir a la calle a atraer a sus clientes. Por eso, admite, al igual que ella, más trabajadoras sexuales salen a buscar trabajo a la vía pública.
Me gusta más estar afuera, porque [por ejemplo], ayer me metí [a una casona] y pues nomás no trabaje nada (...) Ayer [martes 22 de febrero] sí trabajé, y ahorita como no nos están dejando entrar [a varios] hoteles del centro, pues los clientes se van porque no quieren caminar dos cuadras [a los sitios permitidos] (...). Hoy no he encontrado nada admite con frustración.
Actualmente, Estrella ha reducido sus ingresos drásticamente, pues al no recibir hombres al interior de las casonas, ha tenido que trabajar principalmente con sus clientes frecuentes, quienes la contactan regularmente por teléfono, pero aún así, dice, no le dan abasto, debido a que acuden a verla cada ocho o quince días.
Finalmente, sobre la narrativa que el gobierno de Rivera Pérez ha difundido en la que se apunta a que los sitios cerrados son más seguros para ellas, la joven trabajadora sexual declara a esta casa editorial que eso es falso e hipócrita, pues en las calles se cuidan entre ellas y si hay clientes agresivos, “da lo mismo si es adentro o afuera”.