La virgen de Guadalupe que está en la repisa de la vivienda de la familia Flores Valerio es el único remedio que tranquiliza para que la epidemia del coronavirus no los alcance. En Phoenix, Arizona dónde se asentaron los migrantes mexicanos existen más de 9 mil casos registrados por esta enfermedad.
Todas las noches, el poblano David Flores, de 32 años, le reza a la morenita para pedirle que en su traslado a la constructora donde trabaja no resulte contagiado, que siga protegiéndole junto a su esposa (de Guerrero) y cinco hijos nacidos en Estados Unidos.
Desde que llegó la pandemia, a mediados de marzo, reflexionó sobre la existencia del virus que el mundo desconocía y de la gravedad de la enfermedad porque no hay cura ni medicamento para calmar los malestares.
¿Y qué haces ante esa situación?, se pregunta y responde: “Nada. Nada más que pedirle a dios, que interceda nuestra madre (la virgen de) Guadalupe. Eso, estamos en las manos de dios, es lo único”, dijo.
David también piensa en su familia que dejó en Acatzingo, Puebla y la tristeza que embargaría a los suyos no regresar con vida por las consecuencias de Covid-19. Por eso, refuerza todas las medidas sanitarias para no contagiarse: usa cubre bocas, ropa especial, gel antibacterial y realiza una satinización antes de ingresar a su casa.
“Si así uno no sabe cuándo va a volver a ver uno a sus familiares en México, en una situación normal, pensar que puedes regresar a tu país, a tu casa, en un ataúd, es muy, muy triste”, dice al reconocer el temor a infectarse.
Hace más de 15 años, David salió de nuestro país por la falta de un empleo y con la decisión de apoyar a su familia con los recursos económicos. En el extranjero, conoció a Eugenia Valerio (originaria de Guerrero), con quien decidió realizar una familia y se casó en la catedral de Arizona.
La pareja ha visto como el coronavirus ha dejado los suburbios de Phoenix, donde habitan muchos mexicanos, vacíos: “Porque sabemos cómo están las cosas en Nueva York, aquí mucha gente tiene miedo, no sale, si respetan”.
En su mente, solo quedan los recuerdos la belleza natural de los sitios que fueron a visitar en familia: The Grand Canyon (El Gran Cañón), El Desert Botanical Garden (el Jardín Botánico del Desierto) y Sedona, un sitio de colinas de roca roja, cañones de paredes empinadas rodeados del bosque. Todo está cerrado por la contingencia.
David sigue con dificultades para adaptarse a la tecnología, su celular tiene las herramientas básicas y para hacer, ahora, pagos en línea para la compra de alimentos ha sido todo un reto.
“Trabajo 8 horas y tengo mucho cuidado, no me acerco a la gente y me la paso lavando las manos. Cuando llego a casa me limpio todo y me meto a bañar. Trabajamos por necesidad, no tenemos apoyo del gobierno y por la situación, mi esposa se quedó sin empleo”, agregó.
Sus hijos reciben clases en línea, con el apoyo de su esposa, y se prevé que en julio regresen a clases, pero aun ese tema es incierto. No obstante, la temporada y los calurosos días están haciendo un poco difícil el encierro.
“A mi si me da miedo, el coronavirus me pone a pensar, me preocupan mis hijos, son niños. Lo que hacemos para estar más tranquilos, no nos queda más, es la oración. No somos de realizar rosarios, pero si todas las noches a rezar y cuando mi marido sale de trabajar, siempre le pido a dios que lo cuide y que regrese con bien, muy sano”, concluye Eugenia Valerio, esposa de David.