En San Pedro Matamoros, junta auxiliar de Santa Rita Tlahuapan, la mayoría de los habitantes se dedica a elaborar y vender tamales; sin embargo, lo peculiar de esta localidad de la región del Izta-Popo es que el oficio de tamalero se ejerce en calles de la Ciudad y el Estado de México, por lo que la gente se ve obligada a migrar.
Las calles de la comunidad lucen vacías de lunes a sábado, hay decenas de casas con aspecto de abandono y uno que otro comerciante en la plaza, ya que la mayoría de sus vecinos sólo llegan al pueblo los domingos y el resto de la semana viven en México porque se dedican a vender tamales en distintas colonias o alcaldías, así que es seguro encontrar a algún tamalero de Matamoros en barrios como el de la Merced e incluso en Polanco.
El oficio comenzó a arraigarse hace más de 40 años, cuando el señor Silviano Silva se casó con una mujer de la Ciudad de México, ella se había dedicado a la venta de tamales y por eso establecieron el negocio ya como matrimonio, una vez que prosperaron dieron empleo a gente de la localidad y fue así que más familias emprendieron por su cuenta.
UN OFICIO DESDE LA INFANCIA
Jaquelín Esparza de Jesús creció trabajando con sus tíos en el negocio de los tamales y cuando se casó lo mantuvo como fuente única de ingresos para su familia. Actualmente es la única persona que se dedica al oficio y vive en la localidad, trabajan con ella otros dos matrimonios, que son sus cuñados.
“Nosotros desde niños acudimos a trabajar y así aprendimos, yo trabajaba en la Miguel Hidalgo con una de mis tías y mi esposo trabajaba con otra persona que igual es de aquí del pueblo, cuando nosotros nos juntamos decidimos juntar lo que él aprendió y lo que yo aprendí y de ahí salió nuestro negocio hace cinco años”.
Su jornada de trabajo empieza a las 2:00 de la madrugada, cuando las seis personas involucradas en el negocio comienzan a preparar atole y a cargar los botes de tamales que se venden en tres puestos ubicados en la Avenida Ermita, en la delegación Iztapalapa.
“Nos vamos a las cuatro de la mañana para llegar a las cinco y empezar a instalar los puestos en la Avenida Ermita, trabajamos unas seis horas y terminemos o no tenemos que levantar a las 11 de la mañana para pasar a hacer compras, regresamos a la casa máximo dos de la tarde y empezamos otra vez a preparar las salsas, el mole, para volver a hacer los tamales, hacemos unos 35 kilos de masa cuando la venta está buena”.
Jaquelín comentó que cuando emprendió su negocio rentaba una vivienda en el Estado de México, como la mayoría de sus vecinos; sin embargo, al cabo de tres años y medio se dio cuenta que podía vivir en su propia casa y destinar esos recursos a los gastos de traslado.
“Llevo un año y medio que regrese para acá, aquí ya no pagamos renta y mejor pagamos gasolina y los gastos para ir diario a vender, a nosotros si nos da tiempo porque prácticamente estamos en la entrada, hay mucha gente que va más lejos, hasta Polanco llegan a ir, por eso si se ven obligados a vivir allá”.
EN LA CIUDAD Y EL ESTADO DE MÉXICO HAY MEJOR MERCADO
Marisol Sarmiento Mena y su esposo también se dedicaban a vender tamales en la Ciudad de México, ellos tenían su puesto en la Merced pero a raíz de la pandemia de la Covid-19 decidieron regresar a San Pedro Matamoros, ya que las ventas bajaron considerablemente.
Entrevistada en un local que ahora tiene en el centro de la junta auxiliar, dijo que la ciudad siempre ha sido mejor mercado para los tamales, ya que en algunas zonas una pieza en torta puede venderse hasta en 18 pesos, mientras que en la región de Santa Rita Tlahuapan el precio máximo es de 13.
“No sé exactamente porque la gente va para allá y no a otros lados, lo que si es que allá se le gana más que aquí, ahorita mi esposo y yo decidimos vender en el pueblo porque es a lo que nos dedicamos pero no son los mismos precios, aquí es más barato y menos producción, allá se vende más porque mucha gente trabaja en oficinas o negocios y es lo que desayuna”.
Contó a este diario que la familia de su esposo se dedicaba al oficio, motivo por el que al casarse comenzó a involucrarse en él. “Mi esposo hace los tamales, eso es algo que todavía no he aprendido, pero yo me encargo de prepararle las salsas, las rajas, el pollo, el relleno por así decirlo”.
Marisol dijo que su negocio apenas iba a cumplir cinco años cuando inició la contingencia sanitaria y tuvo que pausarlo; sin embargo, espera que las condiciones económicas mejoren para retomar la producción que tenia.
A MATAMOROS LE AFECTA LA EXPULSIÓN DE MANO DE OBRA
Aunque la mayoría de las familias de esta junta auxiliar pudieran presumir de solvencia económica, el hecho es que la migración provocada por el oficio de tamaleros ha generado otros problemas para la localidad, según explicó el presidente Miguel Hernández Hernández.
“Aquí oficialmente vivimos mil 800 personas, pero yo creo que fuera del pueblo viven como 3 mil que solo vienen los fines de semana, navidad, en la fiesta del pueblo o cuando hay días festivos, eso nos afecta porque para las autoridades es un pueblo pequeño y entonces nos dan menos apoyo”, dijo.
Explicó que la carretera de la comunidad lleva décadas sin ser rehabilitada porque las autoridades municipales consideran que el número de beneficiarios es mínimo, lo mismo ocurre con obras en materia de salud y educación, ya que la casa de salud de la localidad solo es atendida por un asistente y en las escuelas no hay reparaciones porque la matrícula es de 46 alumnos en preescolar, 100 en primaria y 60 en secundaria.
“En México radican más que nada por el sustento de sus familias, porque aquí carecemos de agua, los terrenos están secos, no se trabaja porque no llueve, aquí el campo se trabaja solo cuando llueve, entonces la gente ya encontró mejor modo de vida en la ciudad y mejor se van”.
El presidente auxiliar señaló que otro problema generado por la migración es la desintegración familiar, ya que muchos matrimonios se ven obligados a dejar a sus hijos a cargo de los abuelos mientras ellos se dedican a trabajar en la ciudad.
“Aquí hay niños que desde chiquitos se quedan con sus abuelos y no conocen a sus papás más que los días que vienen de visita, o luego apenas salen de la primaria ya se los llevan allá también a trabajar, allá crecen hacen su vida y ya no regresan al pueblo”.
Hernández refirió que los primeros pobladores que se dedicaron al oficio todavía mantienen arraigo por su lugar de origen, sin embargo en el caso de las nuevas generaciones el panorama cambia porque quienes tienen la oportunidad de estudiar alguna carrera optan por quedarse a ejercer fuera de la localidad y del estado.
Incluso, señaló que es tan alto el número de migrantes que la fiesta patronal, realizada cada 29 de junio, siempre se organiza en fin de semana, para dar oportunidad a que quienes viven fuera puedan asistir.
“Aquí la gente ya no viene, cada vez es menos, hay hijos de gente de aquí que no conocemos porque ya su vida la hicieron en México. Hay casas bonitas que están cerradas porque son de esa gente que vive de los tamales y pagan a alguien de aquí para que las cuide o estén al pendiente, nada más”, concluyó.