ATLIXCO, Pue. “Nunca lloré”, es la frase rotunda y contundente de Magda, casi tres años después del sismo del 19 de septiembre del 2017, cuya cimbrada terminó de tajo con un proyecto familiar y casi personal: el restaurante Fragaria.
Al pie de un árbol sembrado a la mitad de ese patio tantas veces fue visitado por clientes durante los fines de semana para el tradicional almuerzo-bufette, dijo en entrevista para este diario que sólo una cosa pasó por su cabeza minutos después de aquel martes negro: “cerré los ojos y pedí que nadie en las oficinas de allá esté lastimado o algo peor. No quiero saber que desapareció el local de Atlixco. Únicamente eso. Ya el resto puede recuperarse”.
Estaba en la sucursal de la capital poblana, del otro negocio de ese matrimonio atlixquence: una imprenta. “Y cuando quedamos enterados, vía telefónica, de estar todos a salvo ahí terminó todo. Y entonces quedó claro algo: empezar de nuevo es posible. Las cosas materiales regresan y son recuperables... las personas no”, concluyó.
EL FANTASMA Y EL EDIFICIO
Ubicado en la punta sur de un callejón emblemático del centro de Atlixco. Atrás del Palacio Municipal y a unos metros del patio de La Parroquia, el templo más importante de la ciudad, está el edifico sede del entonces restaurante Fragaria y de uno de los negocios más grandes de impresión de la zona. Para más referencia: frente al aún cerrado y semidestruido Ex Convento El Carmen donde perdieron la vida dos mujeres funcionarias del Ayuntamiento. Una zona de tragedia.
“Tenemos 20 años aquí. Y todo marchaba bien hasta ese día”, recordó no con nostalgia Magda. “Más bien como un reto y una experiencia”, fijó. El predio quedó destruido al 50 por ciento. La parte baja, entrada del negocio de comida, hoy convertido en la nueva sede de la imprenta, pasó desapercibido por el sismo. Ahí están acomodados.
Y desde entonces conviven, por ejemplo, con los enormes huecos en las paredes y muros heredados por el movimiento telúrico en la parte trasera y en el segundo piso del inmueble. Y con los fantasmas de la niña aparecida desde años atrás y con los gritos de ayuda provenientes misteriosamente de las piedras de los de derrumbes desde aquel 19 de septiembre del 2017. “No quería creerlo. Los compañeros hablan de escuchar voces y gritos de ayuda. Pero hoy puedo decirte: algo raro pasa por esos sitios”, acotó Magda.
Tras la catástrofe del 19 de septiembre, acordaron con el dueño del predio no pagar renta a cambio de reparar los daños en conjunto mano a mano hasta terminar. “Así reparamos la fachada de la calle Constitución. Eso es de gran ayuda. Sobre todo, por la experiencia de días posteriores al temblor en donde con urgencia necesitábamos pagar miles de pesos del recibo de luz para salvar algunas máquinas de la imprenta. Cortaron el servicio a pesar de la moratoria por la emergencia. Y así la llevamos. No hubo grandes cambios en el aspecto familiar y económico. Sólo debimos ajustarnos a la nueva realidad”, citó.
A pesar de todo, al mes y medio estaban de regreso con el primer establecimiento. “Sacamos, especialmente mi marido, las máquinas y las cosas, como pudimos de la parte alta. Fue a través de la casa del vecino y sorteando para no echarlas a perder. Sobre el restaurante, no hay para cuando. Pensamos en otro lugar y mantener aquí la imprenta. Nada concreto”.
Interrogada sobre el estado de ánimo a casi tres años de ese cambio de circunstancia, respiró y dejó en claro: “Estamos recuperados desde el fin del sismo. Te adaptas al nuevo panorama y dedicas tiempos suficiente a un negocio. Entiendes pudo ser peor. Sobre todo, porque en la parte de arriba, destruida casi al 100 por ciento, había programada una reunión de personas de la tercera edad. Pero se adelantó la cita. Hoy hablaríamos de una tragedia”.