La Ciudad de México y Tijuana en Baja California, se han convertido en el destino de algunos centroamericanos, sobre todo, hondureños, que huyen de la violencia y la pobreza, que acusan, ha promovido el presidente, Juan Orlando Hernández.
Después de pernoctar en Puebla, durante la madrugada de este lunes comenzaron a salir contingentes de los diferentes albergues habilitados en la capital del estado; uno de ellos conformado por alrededor de un centenar de indocumentados, esperaba a que los automovilistas los trasladara a la capital del país. Ahí estaba Oneida López, madre soltera de tres niñas que dejó en su nación.
Ella piensa ahora instalarse en la Ciudad de México y buscar trabajo aunque si puede, avanzará hacia la frontera, pero ha escuchado que Estados Unidos envió tropas para detener la caravana migrante.
Oneida viaja con un grupo de amigas que ha pensado también quedarse en la capital del país para vivir y trabajar. Esto último es en lo que piensa, para darle una mejor calidad de vida a sus padres y a sus hijas que se quedaron en Honduras, de por sí, ya no pueden salir más connacionales de su país, ha sabido que el Presidente los ha detenido.
Con múltiples preguntas la mujer de apenas 34 años de edad fue disuadida, tal vez, se había equivocado en la respuesta. La afirmó tres veces. Las autoridades mandaron helicópteros desde donde lanzan granadas a la población para “echarlos para atrás”, y ha matado a muchos niños, según ella.
Sin embargo, los relatos de los centroamericanos son similares, huyen de la violencia que ha sido provocada por las pandillas, que no solo cobran impuestos extraoficiales, sino que despojan a la gente del poco dinero que ganan en una jornada, son como cazadores del dinero de los hondureños.
En la caravana, misma que se ha dispersado, de acuerdo con las declaraciones de las autoridades estatales, viajan familias enteras, también incompletas, adolescentes y jóvenes en su mayoría, como Mario Ríos, quien compartió que alguna vez el país entero se levantó contra el Régimen de Orlando, pero el Ejército fue enviado a reprimir a la población, hubo varios muertos, pero no los suficientes. “Tendríamos que haber resistido, pero cuando los primeros tres se murieron les dio miedo”, dijo. Hoy huyen de las condiciones de inseguridad en la que vive la mayor parte de la población.
MILLONES PARA LOS CENTROAMERICANOS
En otra parte de la caravana se encontraba Jonathan Matamoros con su familia, Sara Arteaga y su bebé que no pasa de dos años de edad. Sentados en la barra de contención de una lateral de la autopista México-Puebla, desayunaban lo que les dieron los poblanos: fruta, tortillas, pan, agua. Huyen de su país por la situación de inseguridad y desamparo del Gobierno de Honduras.
Sin embargo, esta familia también dejó en su país a su hija de 9 años de edad, de nombre Lourdes. No quisieron arriesgarla, el bebé es más fácil de cargar en las largas caminatas. Para esta familia han sido 23 días de peregrinar.
Matamoros comentó que el Gobierno de Estados Unidos envió tras las elecciones de 2013, recursos financieros para promover el empleo. Ningún dólar fue distribuido en la población sino que el dinero se ocupó para otros fines. El régimen de Orlando anunció hace unos días un fondo para detener la migración de 25 millones de dólares.
Esta familia tuvo la suerte de encontrar transporte hacia la Ciudad de México. Una camioneta tipo van vacía tenía cupo para alrededor de 18 pasajeros se acercó a la carretera para trasladar, principalmente, a familias. La de Matamoros se fue, y otra más que llevaba consigo a sus cuatro hijos, el más grande de alrededor de ocho años de edad y el más pequeño un bebé.
Esta última familia ya no va a Estados Unidos, va a Tijuana. Ahí quieren encontrar trabajo e iniciar una nueva vida.
LA CARAVANA
La “Caravana migrante” salió de Centroamérica hace alrededor de un mes. A su paso por poblaciones del estado va dejando su rastro. Ropa que ya no se necesita, colchonetas o cobijas que también se han quedado tiradas en el camino porque según comentan son difíciles de llevar, carriolas que ha donado la gente para que los niños sean llevados, se quedan en el camino.
Algunos ciudadanos poblanos regalaron comida. Ayer se quedó un bulto de naranjas sobre el muro de contención.
Los centroamericanos, cientos, fueron trasladados a la capital del país por conductores que tuvieron espacio y disposición. Nodrizas, camionetas de tres toneladas e incluso vans con pasajeros formaron parte de las unidades más comunes.
Héctor Murillo, de 20 años de edad, viaja solo. En Honduras dejó a siete miembros de su familia. Él sí intentará llegar a Estados Unidos. Dijo que se encomienda a Dios pues si él quiere le permitirá el paso. No mostró temor de que la frontera estuviera protegida por militares estadounidenses. Ayer desayunaba a orilla de carretera con algunos amigos de viaje esperando ser trasladado.