Hacer que los difuntos se vean bien, como dormidos, paraminimizar el dolor de quienes tienen que despedirlos para siempre,es la pasión que desde hace nueve años ocupa a Marco Polo AbundizTovar, un embalsamador.
La muerte de su hermano y una serie de eventos desafortunadosdespués, como perder su empleo en el Estado de México, lollevaron hace 13 años a mudarse a Puebla y a trabajar en lafuneraria de un tío, donde hacía casi de todo, excepto prepararlos cuerpos para su último adiós.
Sin embargo, ahí surgió su deseo por trabajar en dar unapresentación agradable y digna a los muertos, “descubrí que esalgo que me apasiona, me fascina”, confesó.
Cuatro años después, decidió incursionar en la tanatopraxia-ciencia para el tratamiento y preservación de los cadáveres- y arecomendación de una embalsamadora, Marco Polo se inscribió a uncurso, con lo que se inició formalmente en el oficio.
Todavía en la funeraria de su tío, comenzó a trabajar con loscuerpos y años después -como un tributo a su hermano, ya quetambién era funerario- se independizó, “fue como cosa deldestino”, reflexionó.
Fue así como hace cuatro años abrió su propia funeraria,Abundiz, y ha perfeccionado su trabajo de todos los días con lamuerte.
Y aunque ha tomado varios cursos, está convencido de que no haymejor maestra en el oficio, la práctica.
“Hay quienes dicen que preparan a los cuerpos y sólo lostaponean, como decimos nosotros, que es que nada más les ponenalgodones y ya, pero no les hacen el tratamiento que se debe, paradetener la descomposición”, añadió
Se deben conocer detalles como saber qué sustancias mezclar, lacantidad a aplicar en los cuerpos y trabajarlos hasta conseguir quese vean casi igual que si estuvieran en sueño profundo, es algoque difícilmente se aprende con clases, sostuvo.
“Hay que hacer que las personas se vean bien, que parezcan queestán dormidas, ya que ese es el reto”, dijo. Aseguró quelograrlo es la mayor satisfacción que en su profesión puedealcanzar, “que los familiares lo vean bien, como para minimizarsu dolor. Es lo mejor”, añadió.
La reconstrucción del rostro de un hombre, un conductor detráiler que murió tras salir proyectado de la unidad y deformadodespués de que la caja le cayera encima, dijo, ha sido el casomás difícil que ha hecho.
“Me tardé casi seis horas en la sala de embalsamado, como lamitad o más del tiempo en reconstruirle la cara. Al final sufamilia vio que quedó casi como en la foto de su credencial deelector que me habían enseñado y su esposa me abrazó paraagradecerme lo que había hecho”, recordó.
No obstante, se sinceró, los trabajos que más le cuestan hacerson los embalsamamientos de niños, porque cuando los ve en laplancha con sus cuerpos rígidos, piensa en que prácticamente novivieron.
[caption id="attachment_507227" align="aligncenter" width="600"]Foto: Bibiana Díaz[/caption]
“Me ha tocado embalsamar a niños desde 25 semanas degestación, de unos días de nacidos y de tres o cuatro años. Conlos niños ha habido veces que casi lloro”, completó.
Y la prueba crucial para cualquiera que quiera dedicarse a esto,indicó, es el embalsamado a cuerpos putrefactos, en avanzadoestado de descomposición.
“Yo creo que por eso hay pocos embalsamadores, porque muypocos aguantamos tratar con cuerpos así, que huelen feo. Se va aoír mal, pero a veces huelen peor que un animal y, en ocasiones,me ha tocado que hasta tienen larvas”, explicó.
“INTENTO VIVIR”, LALECCIÓN
Después de nueve años de ver y sentir la muerte a toda hora yen cualquier día, el principal deseo personal de Marco PoloAbundiz es vivir, ya que ver tanta gente en la plancha, sus cuerposseveramente enfermos, sus órganos dañados y a veces casiirreconocibles le ha hecho valorar la vida.
“Después de que nacemos lo único seguro que tenemos es lamuerte, pero no sabemos cuándo o cómo nos va a tocar, por esointento vivir”, añadió.
Por eso, explicó, trata de aprovechar cada minuto que pasa allado de su esposa y su pequeño hijo de cinco años, y además,extrema sus cuidados y precauciones.
“A veces parece que tengo delirio de persecución, porqueobservo a todos lados, pienso que a lo mejor puede haber gentesospechosa cerca, cuido más mi salud, uso el cinturón deseguridad, manejo despacio, tranquilo, tanto que a veces me dicenque parece que siempre llevo paso de cortejo, pero ¿para quécorro? Luego hasta pienso que aquellos que me rebasan como locos alo mejor me llegan más tarde”, completó.
Aseguró que su principal miedo no es la muerte, sino dejardesamparada a su familia, a su hijo especialmente.
MAESTROEMBALSAMADOR
Marco Polo es uno de los más reconocidos embalsamadores porqueaunque no hay una forma aún de evaluarlo, la prueba es que variosde sus colegas le encargan trabajos.
“Embalsamadores me mandan lo más difícil, lo que ellos noquieren hacer, cuerpos que se encuentran muy mal. Lo peor me lotraen a mí, entonces por eso pienso que no soy tan menso”,agregó.
Siempre, dijo, extremando las precauciones de su oficio, porquemanejar los cuerpos tan cerca, lo expone a contraer enfermedades“como tuberculosis, neumonía, hepatitis, VIH. Es un trabajo muyriesgoso”, abundó.
El simple trabajo ya es de cuidado, explicó, ya que aspirarsustancias por tanto tiempo como él lo hace como formol, le reducedrásticamente su esperanza de vida. “Si yo iba a vivir 70 años,a lo mejor por todo esto voy a vivir 60 o 55, pero así es esto”,dijo resignado.
Consciente de que la muerte le puede sorprender en cualquiermomento y que pocos dominan el arte del embalsamamiento, Marco Poloes un maestro que por ahora instruye a un joven, Brandon Amador, de23 años de edad, quien considera, será su sucesor.