Itzamar, maestra de preescolar, de 23 años de edad, se sienta con sus alumnos en el suelo, canta y baila con ellos y les habla como si fueran de su familia. Dice que la enseñanza, absolutamente no requiere violencia, sino afecto y comprensión.
Esta joven mujer, fue diagnosticada hace varios años, con discapacidad intelectual y discapacidad motriz, ambas leves. La secundaria y la preparatoria, resultaron un martirio para ella porque no recibía atención especial y creía que era incapaz de aprender. Se desesperaba por sus condiciones y estuvo a punto de dejar los estudios.
La constancia hizo que Itzamar terminase su licenciatura en el Benemérito Instituto Normal del Estado “General Juan Crisóstomo Bonilla”, e incluso, ahora estudie su maestría.
La maestra dice que tiene una ventaja en el aula, que es detectar y comprender a los menores con problemas de aprendizaje, o que pudieran tener una discapacidad, para trabajar con ellos o pedir el apoyo de especialistas.
ES MÁS DIFÍCIL CUANDO TIENES UNA DISCAPACIDAD
Cuando estaba en el vientre de su madre, Itzamar ingirió líquido amniótico contaminado. Eso le provocó la discapacidad intelectual leve y discapacidad motriz. Aunque no es notorio, dice que las consecuencias de esta condición, ha sido la dificultad para aprender, mientras que en el aspecto físico, padece del síntoma de pie de garra, que causa dolor y es una deformación de los dedos.
La maestra, siempre ha tenido complicaciones con el calzado y ha estado limitada a caminar demasiado o a hacer movimientos bruscos, como saltar o correr.
Por ello, cuando a los 22 años ganó su base laboral en un concurso de oposición, recibió una noticia complicada al saber que iría a trabajar a una comunidad a 10 horas de la capital. Para llegar a la escuela que le habían asignado, caminaba alrededor de 2 horas, por zonas rocosas.
Sin embargo, durante los primeros años de la vida laboral, los maestros son enviados a los lugares más recónditos del estado, y conforme avanzan en su carrera, pueden solicitar los cambios. Por ello, la maestra Itzamar tuvo que trabajar al menos un ciclo escolar en la Sierra Negra de Ajalpan, en una junta auxiliar que se llama Peña de Horeb, donde todavía se habla náhuatl y hay carencias de servicios públicos.
Itzamar Noelia Monjaras Guzmán sufrió bullying en sus diferentes niveles educativos pero eso no fue factor que la detuviera a continuar. Confiesa que en el bachillerato, iba a abandonar la escuela, pero su madre, que tuvo 2 hijas, la impulsó a seguir.
EL PAGO POR EL ESFUERZO ES AYUDAR
La maestra, que pertenece a la sección 51 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), relata que en el examen de oposición estuvo en uno de los últimos lugares de prelación, por lo que apenas alcanzó la base.
Cuando fue enviada a Ajalpan, recordó las dificultades físicas que tenía, pues el camino de piedras por el que pasaba, le causaba dolor y varias caídas.
Fue afortunada por el trato con madres y padres de familia, con la comunidad y con los niños, por supuesto, de quienes aprendió.
Por ejemplo, allí conoció a Benita, una pequeña niña con problemas de aprendizaje, a la que sus padres no quisieron llevar a un diagnóstico. La maestra y su compañera, decidieron apoyarla en la medida de sus posibilidades y diseñaron un método especial para trabajar con Benita. Se quedaban horas extras para que la menor pudiese no desanimarse, e ir al ritmo de sus compañeros de clase, quienes se burlaban de ella.
Después de que Itzamar pidió su cambio a Puebla, supo de Benita ya había pasado a primero de primaria, lo que le llenó de satisfacción.
FOMENTAR LA IGUALDAD DESDE LAS AULAS
Para Itzamar, las niñas y niños con los que convive son su segunda familia. Aunque ha podido ver que en algunas comunidades, solo tienen la aspiración de estudiar la primaria o la secundaria, dice que la labor de maestras y maestros es inyectarles las ganas de hacer cosas.
Ella espera que en el futuro, pueda ver doctores, maestros y especialistas en distintas áreas.
Dice que la formación es de casa y desde las escuelas. Por tanto, asume la responsabilidad de enseñar a sus alumnos, valores como la igualdad, el respeto, la no violencia, sentido de superación y sobre todo, ser buenas personas.
“Gracias al maestro Jaime García y a la maestra Lupita, porque les conté mi historia y accedieron a hacer mi cambio. Ya me estaba empezando a enfermar y entonces ya no podía; sufro mucho de mis huesos y por la piedra, ya se estaban deformando. Allá una caída cuesta mucho porque no hay donde puedas ir a que te atiendan. Tienes que esperarte hasta el viernes que puedas ir a Puebla”, finaliza la maestra.