Los techos de lámina sobresalen de los cerros. Se ven desde el zócalo del municipio de Zoquitlán y aunque pareciera que son unas cuantas casas hay miles de viviendas en marginación distribuidas en sus cuatro juntas auxiliares, además de sus 12 inspectorías; la mayoría de estas, sin acceso a agua potable, educación media, transporte ni salud.
Este municipio que se encuentra en la sierra Negra de la entidad poblana, a más de 5 horas de la capital, ocupa, de acuerdo con el CONEVAL, el segundo lugar con pobreza extrema, ya que 10 mil 688 personas (57.9 por ciento de la población) tienen carencias de servicios básicos. Carece de oportunidades de empleo así como médicos especialistas.
En una avenida agreste, de un solo carril y sin alumbrado, se encuentran varios caminos que no solo dirigen a la pobreza, sino al olvido.
Ahí están divididas las comunidades y las juntas auxiliares que no se ven cerca sino hasta después de horas de recorrido en automóvil, entre árboles de fresno, alcatraces y el canto de los colibríes.
SUS HIJOS LA ABANDONARON
Un metate, un par de ollas, vasos y platos forman la cocina. Mientras, un petate y tres cobijas son la cama con la que trata de amortiguar el frío de la casa de madera con techo de lámina Inmaculada Montalvo Hernández, de 50 años de edad.
Su vivienda está ubicada en un predio asolado en una longitud de apenas cinco metros cuadrados. Esto en medio de milpas secas que ella misma sembró para juntar el maíz de sus tortillas, que a veces es el único alimento del día, en la junta auxiliar de San Francisco Xitlama.
La mujer no entiende nada el español y mantiene una conversación con El Sol de Puebla a través de una intérprete de su comunidad de nombre Mercedes, quien por respeto se dirige a nuestra entrevistada como “abuelita”.
Inmaculada fue abandonada en esa pequeña casa que no tiene baño y que está forrada de una parte de nylon para que no entre el aire, con uno de sus hijos que tiene un problema grave de alcoholismo, el cual incluso estuvo presente en la entrevista en la que, a pesar de estar ebrio, negaba haberse bebido un “chichikzi”, que en español significa “cerveza”.
Su hijo, de quien omite el nombre, trabaja de campesino y sus ingresos, que son menores a 88 pesos y los gasta en su adicción. Ella lava ropa, limpia y hasta junta leña para sobrevivir. También siembra frijoles para alimentarse. Mientras, su fe está en una pequeña virgen de madera a la que honra con un altar de alcatraces.
“Tengo 6 hijos pero algunos no se preocupan por mí. Tengo este hijo, pero con lo que se gana se va a emborrachar. A veces una de mis hijas me da ropa, solo una (de ellas)”, comentó.
Inmaculada no existe para nadie y para ella no existe nada más que su comunidad. No conoce qué es la televisión, el celular ni el Internet. Tampoco sabe quiénes son sus gobernantes y desconoce de todos los apoyos de los que podría ser beneficiada; sin embargo, aprovechando la oportunidad de la entrevista, pide ser beneficiada con una vivienda digna.
“Que se me apoye con un casa y un terrenito para vivir porque este ni siquiera es mío, sino que me lo prestó mi hija”, respondió a la pregunta de si le haría una petición a las autoridades.
La mujer indígena hace unos días se cayó y lastimó las rodillas después de juntar leña para sus actividades diarias. La medicina en su comunidad escasea muy pronto, aunque sí tiene atención gratuita de la clínica de su pueblo, que le queda a 10 minutos.
“Me tomé una pastillas, pero la medicina se acabó (…). Pero si nos sentimos mal sí vamos aquí a la clínica”, expresa enseñándonos la caja de medicamentos vacía. La situación es más grave porque toma agua de un pequeño río que pasa atrás de su casa. Muchos de la comunidad también lo hacen.
A pesar de tener 3 mil 198 habitantes, en la junta auxiliar de San Francisco Xitlama no hay servicio de transporte a la capital. Los traslados se hacen en unidades colectivas con amigos, familiares y vecinos, con una cuota de 30 pesos el viaje por persona o un taxi comunitario en 150 pesos por pasajero, difícil de pagar con el salario de 50 pesos diarios de un campesino.
En este contexto, los que trabajan en la cabecera municipal rentan habitaciones que cuestan de 300 a 700 pesos mensuales.
NIÑOS CAMINAN UNA HORA PARA IR A LA ESCUELA
Todos los días a las 6 de la mañana Soledad Porras Moreno, de 55 años, camina junto con sus 6 nietos y sus 2 hijos más de una hora para llevarlos a la escuela. Se despierta temprano porque con su propio molino hace la masa y después las tortillas para los taquitos con frijoles con salsa que comerán los infantes en el recreo.
La familia de Porras vive en la comunidad de Totlala, en la que habitan cerca de 38 familias. En su predio viven tres de sus hijos, en una construcción separada en la que hay tres cuartos, dos de concreto y uno totalmente de madera. Ninguna cuenta con baño y la limpieza personal la hacen desde sus habitaciones o en la calle.
El día que nos invitó a pasar a su vivienda se organizaba el convivio por el bautizo de uno de sus nietos. Su marido ayudaba en el matadero de pollos y sus familiares en las tortillas, así como a guisar la sopa.
Ahí en su cocina, que está sin piso, nos contó que, además de un transporte, es necesario reforzar los servicios médicos. Hay caravanas cada 15 días pero son insuficientes y en esta temporada de frío, en la que aumentan las enfermedades respiratorias, tienen que pagar médicos particulares que piden de 600 a 800 pesos, pero si el dolor se aguanta “se toma un tecito”.
Su marido, con salario de campesino, no puede hacer ese gasto y tiene que pedir prestado a sus familiares o vecinos.
VOTÓ POR AMLO POR QUE CON ÉL HABRÁ UN CAMBIO
Soledad conoce por la televisión al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, y orgullosa presume que votó por él porque habrá un cambio, como la confianza que tiene para el desarrollo de Zoquitlán, que está en el plan de combate a la pobreza.
“Queremos el apoyo a la comunidad: desde carreteras, apoyo a nuestras casas. En la sierra Negra a veces se olvidan de nosotros; votamos y queremos un cambio para la comunidad”, afirma.
En los últimos años solo ha sido beneficiada con una estufa ahorradora que le sirvió dos años y espera que la integren en alguno de los nuevos programas del Gobierno Federal, pues hace unos días fue censada en su comunidad.