/ domingo 30 de diciembre de 2018

En la Mira | Mi bautizo de fuego

Pocas veces he disfrutado tanto mi carrera como la cobertura en Chiapas, allá conocí realmente a mis colegas

¿La toma del poder? No, apenas algo más difícil: un mundo nuevo. Subcomandante Marcos

Este primero de enero próximo se cumplen 25 años del levantamiento zapatista en el sureste mexicano. Aquel arranque del año de 1994 cimbró al país. Mientras el presidente Salinas brindaba en Palacio Nacional por la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio y la inclusión de México al club de lo ricos, el festejo fue interrumpido desde las entrañas de la Selva Lacandona, por un ¡Ya Basta! que surgía del mundo indígena. Se terminaba el sueño.

Aquel día, bajo el cielo parisino, un amigo me llamaba al estudio en Port de la Chapelle para pedirme que prendiera la televisión en Channel Plus de la cadena francesa de noticias, porque decían “estalló una revolución en México”. Yo todavía crudo, trastabilleo hasta el aparto y enciendo el televisor, veo soldados y aviones militares mexicanos, un encapuchado hablando desde San Cristóbal y me entero del manifiesto zapatista que le declaraba la guerra al Estado Mexicano. No daba crédito.

Foto: Ulises Castellanos


Me comuniqué a la redacción de inmediato y Vicente Leñero, entonces subdirector del semanario Proceso me decía a rajatabla, “por fin se armó el desmadre, ¿qué haces en París’” y me pide regresar a México de manera urgente con una sentencia: “es tu oportunidad, te necesitamos allá”… yo rondaba los 25 años de edad y llevaba seis meses en la revista. No dude un segundo, cambié mi vuelo y regresé a México. Tres días después estaba en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Aunque teóricamente iba por una semana, al final nos quedamos meses. Fue el año del terror en México: entrada del TLC, levantamiento guerrillero, magnicidio de Luis Donaldo Colosio, mundial en Estados Unidos, elecciones federales, asesinato de Ruiz Massieu y para cerrar el año, el error de diciembre. Jamás desde entonces, hemos vivido un año así en nuestro país.

Foto: Ulises Castellanos


En ese contexto, apenas se declaró la tregua, un grupo de periodistas ingresamos a lo más profundo de la selva para contactar a los insurrectos, de la carretera pasamos a la brecha, y de la brecha a la terracería, nueve horas después, estábamos en territorio zapatista y ahí fuimos emboscados y detenidos por el primer grupo de soldados insurrectos.

Mientras bajábamos del auto, el grupo que nos detiene nos pide identificarnos a punta de pistolas, en ese instante bajé con la cámara cargada y disparé para hacer esta foto, y ya después en medio de gritos, me identifiqué como periodista. La piernas me temblaban.

Foto: Ulises Castellanos


El conflicto chiapaneco fue mi bautizo de fuego, más de mil periodistas cubríamos el conflicto en la primer semana; estábamos todos, desde los más veteranos hasta los más novatos como yo. Fueron días y semanas intensos. Todavía dominaba la era dorada de los medios impresos y los periodistas de Reforma, La Jornada, Proceso y El Financiero llevábamos la delantera en la cobertura. Televisa no sabía qué hacer y comenzaron a llegar también los mejores periodistas de guerra de todo el mundo.

Allá recorrimos miles de kilómetros en terracería, no existía señal de celular, el correo electrónico era lo más avanzado, trabajábamos con negativo y equipos analógicos, al paso de las semanas sólo los medios más fuertes económicamente aguantábamos la cobertura, miles de pesos se gastaban en hoteles, equipos, autos rentados, aviones, avionetas y viáticos.

Marcos era el personaje del momento, sus comunicados dictaban la agenda informativa, mientras Salinas recomponía su gobierno.

En aquel primer encuentro con indígenas zapatistas, toda entrevista era un choque de civilizaciones, era el encuentro de dos mundos que de pronto se descubrían en la misma habitación. México corría a dos velocidades y el shock fue tremendo.

Foto: Ulises Castellanos


Pocas veces he disfrutado tanto mi carrera como la cobertura en Chiapas, allá conocí realmente a mis colegas, descubrí a los amigos solidarios, la fraternidad, pero también la crueldad de la competencia, la mezquindad y la hipocresía de varios. Maduré en meses lo que me hubiera llevado años en la Ciudad de México.

En aquellos meses conocí a Marcos, hombre inteligente, astuto, sagaz, con un sentido del humor privilegiado y que con su estrategia, una docena de fusiles y el acceso a internet, puso de cabeza a un país entero. Esa cobertura me marcaría para siempre.

Regresé a la Ciudad de México después de haber sido secuestrado en el municipio de Altamirano por un cacique local, que no sabía que el mundo había cambiado. Liberado por el ejército y la intervención del entonces Comisionado de Paz, Manuel Camacho, y ya de regreso en Fresas 13, apenas me quitaba las garrapatas de la entrepierna, preparando mi regreso a Chiapas, cuando por la radio nos enteramos del atentado a Colosio en Lomas taurinas; por supuesto que a la mañana siguiente estábamos en Tijuana; sin embargo, mi corazón y recuerdos estaban todavía en aquel primer encuentro con la guerrilla zapatista de donde se deriva esta imagen y buena parte de nuestra historia.

¿La toma del poder? No, apenas algo más difícil: un mundo nuevo. Subcomandante Marcos

Este primero de enero próximo se cumplen 25 años del levantamiento zapatista en el sureste mexicano. Aquel arranque del año de 1994 cimbró al país. Mientras el presidente Salinas brindaba en Palacio Nacional por la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio y la inclusión de México al club de lo ricos, el festejo fue interrumpido desde las entrañas de la Selva Lacandona, por un ¡Ya Basta! que surgía del mundo indígena. Se terminaba el sueño.

Aquel día, bajo el cielo parisino, un amigo me llamaba al estudio en Port de la Chapelle para pedirme que prendiera la televisión en Channel Plus de la cadena francesa de noticias, porque decían “estalló una revolución en México”. Yo todavía crudo, trastabilleo hasta el aparto y enciendo el televisor, veo soldados y aviones militares mexicanos, un encapuchado hablando desde San Cristóbal y me entero del manifiesto zapatista que le declaraba la guerra al Estado Mexicano. No daba crédito.

Foto: Ulises Castellanos


Me comuniqué a la redacción de inmediato y Vicente Leñero, entonces subdirector del semanario Proceso me decía a rajatabla, “por fin se armó el desmadre, ¿qué haces en París’” y me pide regresar a México de manera urgente con una sentencia: “es tu oportunidad, te necesitamos allá”… yo rondaba los 25 años de edad y llevaba seis meses en la revista. No dude un segundo, cambié mi vuelo y regresé a México. Tres días después estaba en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

Aunque teóricamente iba por una semana, al final nos quedamos meses. Fue el año del terror en México: entrada del TLC, levantamiento guerrillero, magnicidio de Luis Donaldo Colosio, mundial en Estados Unidos, elecciones federales, asesinato de Ruiz Massieu y para cerrar el año, el error de diciembre. Jamás desde entonces, hemos vivido un año así en nuestro país.

Foto: Ulises Castellanos


En ese contexto, apenas se declaró la tregua, un grupo de periodistas ingresamos a lo más profundo de la selva para contactar a los insurrectos, de la carretera pasamos a la brecha, y de la brecha a la terracería, nueve horas después, estábamos en territorio zapatista y ahí fuimos emboscados y detenidos por el primer grupo de soldados insurrectos.

Mientras bajábamos del auto, el grupo que nos detiene nos pide identificarnos a punta de pistolas, en ese instante bajé con la cámara cargada y disparé para hacer esta foto, y ya después en medio de gritos, me identifiqué como periodista. La piernas me temblaban.

Foto: Ulises Castellanos


El conflicto chiapaneco fue mi bautizo de fuego, más de mil periodistas cubríamos el conflicto en la primer semana; estábamos todos, desde los más veteranos hasta los más novatos como yo. Fueron días y semanas intensos. Todavía dominaba la era dorada de los medios impresos y los periodistas de Reforma, La Jornada, Proceso y El Financiero llevábamos la delantera en la cobertura. Televisa no sabía qué hacer y comenzaron a llegar también los mejores periodistas de guerra de todo el mundo.

Allá recorrimos miles de kilómetros en terracería, no existía señal de celular, el correo electrónico era lo más avanzado, trabajábamos con negativo y equipos analógicos, al paso de las semanas sólo los medios más fuertes económicamente aguantábamos la cobertura, miles de pesos se gastaban en hoteles, equipos, autos rentados, aviones, avionetas y viáticos.

Marcos era el personaje del momento, sus comunicados dictaban la agenda informativa, mientras Salinas recomponía su gobierno.

En aquel primer encuentro con indígenas zapatistas, toda entrevista era un choque de civilizaciones, era el encuentro de dos mundos que de pronto se descubrían en la misma habitación. México corría a dos velocidades y el shock fue tremendo.

Foto: Ulises Castellanos


Pocas veces he disfrutado tanto mi carrera como la cobertura en Chiapas, allá conocí realmente a mis colegas, descubrí a los amigos solidarios, la fraternidad, pero también la crueldad de la competencia, la mezquindad y la hipocresía de varios. Maduré en meses lo que me hubiera llevado años en la Ciudad de México.

En aquellos meses conocí a Marcos, hombre inteligente, astuto, sagaz, con un sentido del humor privilegiado y que con su estrategia, una docena de fusiles y el acceso a internet, puso de cabeza a un país entero. Esa cobertura me marcaría para siempre.

Regresé a la Ciudad de México después de haber sido secuestrado en el municipio de Altamirano por un cacique local, que no sabía que el mundo había cambiado. Liberado por el ejército y la intervención del entonces Comisionado de Paz, Manuel Camacho, y ya de regreso en Fresas 13, apenas me quitaba las garrapatas de la entrepierna, preparando mi regreso a Chiapas, cuando por la radio nos enteramos del atentado a Colosio en Lomas taurinas; por supuesto que a la mañana siguiente estábamos en Tijuana; sin embargo, mi corazón y recuerdos estaban todavía en aquel primer encuentro con la guerrilla zapatista de donde se deriva esta imagen y buena parte de nuestra historia.

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