Eran alrededor de las 2 de la tarde del domingo 18 de octubre de 1954 cuando un grupo de alpinistas fueron arrojados como catapulta por una avalancha hasta el fondo de un despeñadero en el volcán Popocatépetl. Seis de ellos, quedaron atrapados en una grieta de más de 200 metros de profundidad, los otros dos sobrevivieron.
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El hecho se registró cuando los alpinistas iban subiendo por el cuello de El Ventorrillo hacia la “grieta grande”, en la cara norte del Popocatépetl. Casi al llegar, se desató la avalancha y el alud arrojó al abismo conocido como “grieta chica” a los deportistas.
Los alpinistas eran integrantes del club “Corzos” de la Secretaria de Hacienda. Entre ellos figuraba la estrella de futbol americano, Humberto Aréizaga, ídolo deportivo del Instituto Politécnico. Otro desaparecido fue Cristóbal Abarca, quien en 1952 conquistó la admiración mundial al escalar la cumbre del McKinley. En el momento de la tragedia se desempeñaba como guía, por su experiencia en el montañismo.
También fallecieron Adolfo Carrión, Martha Martínez, Leonor Colín y Francisco Meneses. Los sobrevivientes fueron, Jaime Carrión y Araceli Silveti, hija del ex matador de toros Juan Silveti, conocido como “El tigre de Guanajuato” y “Juan sin miedo”.
Fueron bajados a Tlamacas en estado de shock, además de semi-congelados y ciegos. Araceli fue trasladada al hospital del Cruz Roja; tenía congelados los pies y las manos, y quemaduras graves provocadas por la nieve, el sol y el frío. Jaime Carrión fue internado en el Sanatorio de Hacienda.
“El arribo de ambos fue electrizante. Sus familiares y los de los deportistas muertos, se hallaban concentrados en el campamento desde el amanecer, es espera de noticias. Araceli Silveti y Jaime Carrión llegaron a Tlamacas conducidos por la brigada del Club España de alpinismo. Eran dos despojos humanos pero alientan vida. Ciegos, adoloridos, casi congelados, volvían con vida después de haber visto morir, arrastrados por toneladas de nieve y de piedras, a seis de sus compañeros, y de haber permanecido a la intemperie sin abrigo durante 24 horas”, se lee en la portada de la edición del martes 19 de octubre de 1954 en la que este diario, El Sol de Puebla, informó el suceso.
¿Qué fue lo que ocurrió?
De nada sirvieron las recomendaciones por parte de los socorristas de la Cruz Roja, quienes solicitaron a los familiares de los alpinistas que cuando los sobrevivientes fueran traídos evitaran acciones eufóricas debido al grave estado en el que se encontrarían. Cuando vieron aparecer a la brigada de rescate, padres, hermanos y amigos, corrieron desde el campamento para estrecharlos.
Los supervivientes pudieron cruzar muy pocas palabras con ellos porque estaban en estado de shock, pero sí lograron narrar cómo habían ocurrido los hechos.
Mencionaron que los ocho alpinistas bajaban del volcán y recorrieron el espacio alrededor del cráter para tomar rumbo a El Ventorrillo. El guía Cristóbal Abarca, iba hasta adelante, tras él bajaban Martha Martínez, Leonor Colín, Humberto Aréizaga, Francisco Meneses, Francisco Carreón, Araceli Silveti y Jaime Carrión.
Pasaron sin dificultad las grietas superiores y después de haber cubierto otros 200 metros, escucharon el rugir que anunciaban la trágica avalancha. El terror estremeció al grupo. Todos se dieron cuenta de lo que iba a ocurrir. El Alud se vino encima y arrastró a los alpinistas. Algunos se debieron morir instantáneamente, por los golpes de las piedras y de la nieve detalla la nota.
Los sobrevivientes, quienes iban en la retaguardia, no se explicaban como salvaron sus vidas, pero supusieron que una saliente los protegió. Cuando la avalancha pasó pudieron incorporarse. No había ni rastro de sus compañeros, la montaña se los había tragado.
Araceli y Jaime también habían sido arrastrados pero ambos se ayudaron y lograron llegar hasta El Ventorrillo, en donde perdieron el conocimiento. Cuando volvieron en sí, estaban ciegos. Ahí aguardaron hasta que la madrugada del lunes, 18 de octubre, fueron encontrados por una brigada de rescate.
Sus rescatadores, quienes los salvaron de una muerte segura, fueron L. Sabre y Justino Valladres, pertenecían a la brigada del Club España. De inmediato les administraron atenciones de emergencia para después comenzar el descenso. Arribaron a Tlamacas a las 16:30 horas.
Debido al mal tiempo que imperaba en la montaña el rescate de cuerpos se suspendió hasta la madrugada del martes que iniciaría a las 5 de la madrugada.
Gran esfuerzo de alpinistas en el rescate
Para recuperar los cuerpos de los fallecidos se unieron las brigadas del Socorro Alpino, la Cruz Roja Mexicana y un grupo numeroso de montañistas al mando del Eduardo María y Campos, conocido como “El Abuelo”.
Se creyó que el rescate duraría de tres o cuatro días por el peligro que representa la nieve y el mal tiempo, también porque la grieta que sirvió de tumba a los alpinistas estaba a 5 mil 100 metros. Pero gracias al esfuerzo en conjunto los cuerpos fueron rescatados el martes 19 de octubre, comenzaron a descender de la montaña a las 9:30 horas.
“Los alpinistas mexicanos se hermanaron hoy en un dramático y gigantesco esfuerzo para arrancar al Popo los cadáveres de seis de sus mejores hombres, que pagaron con la vida su entusiasmo y su fe deportiva. Desde el cráter del volcán, barrido por los aires gélidos y amenazado por traicioneros aludes, hemos visto bajar seis bultos rescatados de sus tumbas blancas, por el esfuerzo heroico de un puñado de hombres que se enfrentó a la naturaleza en un gesto conmovedor”, relató el reportero de esta organización, Antonio Díaz, en su nota periodística publicada el miércoles 20 de octubre.
En presencia de los enviados de la prensa nacional los cuerpos fueron rescatados en condiciones que mostraban lo dramático que había sido el accidente.
Era fácil advertir cómo la avalancha, de millares de toneladas, barrió con ellos y los hizo volar hasta incrustarlos en una pequeña pero muy profunda grieta, situada a unos cien metros del labio mayor del volcán. Era fácil adivinar asimismo, que la avalancha de nieve que segó sus vidas, tenía una extensión aproximada de 300 metros y desembocó en la cañada de El Ventorrillo, para culminar en un acarreo agregó en la nota periodística.
Además de que los rescatistas enfrentarían las fuerzas naturales, en cierto momento se añadió otro peligro más cuando un irresponsable piloto, casi al filo de la montaña, hizo volar su nave con matrícula XC-ABL, y el retumbar del motor estuvo a punto de causar nuevos desprendimientos. La autoridad de inmediato dictó medidas de seguridad para evitar otra tragedia.
El primer cadáver recuperado fue el de Francisco Meneses, su cuerpo mostraba un golpe en la nuca que debió de haberle quitado la vida de inmediato. Después bajó el cuerpo de la estrella del Politécnico, Humberto Aréizaga, su cadáver fue encontrado con los brazos extendidos en cruz y su rostro mostraba huella de una dolorosa agonía.
Así fueron descendiendo uno a uno los cuerpos de los fallecidos. El último fue el del guía Cristóbal Abarca. Al ser desenterrado se pudo advertir que murió porque el cable que lo unía al grupo casi le seccionó el cuello. Fue arrancado de su tumba por “El Abuelo”, quien fue su compañero de hazañas y ahora lo acompañaba en silencio en su descenso.
Caravana de dolientes
Los cadáveres de los alpinistas del club “Corzos” de la Secretaría de Hacienda, arribaron a la capital del país a las 21:00 horas del mismo martes 19 de octubre, a bordo de cuatro ambulancias de la Cruz Roja y Cruz Verde.
Fueron conducidos a la Cruz Roja en donde el Ministerio Público realizó la identificación de los cadáveres auxiliado por los deudos de los alpinistas.
Mientras se efectuaban las diligencias, las escenas desgarraban el ánimo, los cadáveres yacían sobre camillas cubiertos con cobijas mientras los deudos resguardaban celosamente los cuerpos de sus familiares para evitar a toda costa que los reporteros gráficos tomaran fotografías.
Ramón G. Velázquez de la Secretaría de Hacienda presentó sus condolencias por parte de la institución y se hizo cargo de los funerales de los alpinistas.
En ese momento, Jesús Martínez “Palillo” era presidente de la Mutualidad Deportiva, y solicitó que el cadáver de Cristóbal Abarca, el guía y quien había escalado dos años antes el McKinley, fuese velado en el salón de actos de la Institución, ubicada en San Juan de Letrán 80.
El cuerpo de Humberto Aréizaga, fue velado en el gimnasio del plantel del Instituto Politécnico. Se supo que, minutos antes de que los alpinistas fueran arrastrados por la avalancha, el deportista de futbol americano, tomó un rollo completo de fotografías que quedó para la posteridad en poder de la familia.
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El resto de los montañistas fallecidos, fueron velados en la agencia funeraria “Pérez Elorza”. Todos fueron inhumados en el Panteón Jardín.