Con tan sólo 17 años, un exsoldado identificado como Alejandro, perteneció a un grupo de militares que fue destacamentado en el levantamiento armado, encabezado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el estado de Chiapas, lugar en el que vivió momentos difíciles al lado de compañeros, incluso más jóvenes que él.
Alejandro recuerda que la temporada de su ingreso en la escuela militar fue difícil, pues tenía horarios y actividades sumamente estrictas, mismas que iban desde correr aproximadamente 8 kilómetros todos los días, hasta levantarse a las 5 de la madrugada para bañarse con agua fría, sin embargo, reconoce que dicha experiencia encausó la disciplina con la que hoy día rige su vida y la de su familia.
Para el exmilitar, la formación, así como las vivencias cotidianas derivadas de sus labores han generado que sean personas de un carácter duro y hermético, no obstante, tras su arribo a casa y una vez quitándose el uniforme, el semblante es derribado por los brazos de sus seres queridos.
Recordó que durante el destacamento en Chiapas tenían que dormir en el campo, en casas de campaña y dentro de un saco para dormir, muchas veces entre de las inclemencias del tiempo. A pesar de ser agredido en varias ocasiones, incluso por la misma población, que los señalaba de “violadores”, y que macheteaba las tanquetas en las que viajaban, Alejandro se mantuvo al sureste del país por poco más de un año.
Su vocación de servicio llevó a Alejandro a ser parte del grupo de militares que colaboró en el Plan DN-III-E, durante el sismo registrado en el año 1999 en territorio poblano, salvaguardando la integridad de los pacientes internados en el Hospital de Traumatología y Ortopedia del IMSS; recuerda que aquel día evacuaron al último a las personas de terapia intensiva, pues se encontraban en el último piso y era más difícil su retiro.
Asimismo, participó en la evacuación de la población ubicada en las faldas del Popocatépetl en el año 1999, donde los habitantes de la zona se rehusaban a abandonar sus hogares y a sus animales, sin embargo, el trabajo de Alejandro fue persuadirlos y trasladarlos para que sus vidas no corrieran riesgo.
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Hoy día el hombre permanece alejado de las armas que sostuvo por varios años, aunque sabe que le debe a la institución gran parte de la persona en la que se ha convertido.
Finalmente, el hombre considera que el respeto de la sociedad a la milicia se ha perdido con el paso de los años, y espera que la población entienda que la labor de un castrense siempre será la de asegurar el bien común.