El día que llovió lumbre en Izúcar de Matamoros | Archivo Rojo

La gente gritaba y corría mientras el fuego líquido, las piedras y los fierros caían sobre sus cabezas y cuerpos

Erika Reyes / El Sol de Puebla

  · martes 23 de abril de 2024

Volaron más de dos mil 500 metros cuadrados de construcción tras las explosiones. Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

En febrero de 1971, cuatro fuertes explosiones que se sucedieron una a otra rompieron la tranquilidad de la ciudad de Izúcar de Matamoros. Volaron más de dos mil 500 metros cuadrados de construcción, que provocaron muerte, heridos de gravedad y cuantiosas pérdidas materiales.

El municipio no contaba con bomberos ni elementos de rescate por lo que las personas que estaban en el sitio de los hechos fueron auxiliadas por voluntarios que con sus propias manos, picos y palas, removieron escombros incandescentes.

Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

¿Cómo sucedieron los hechos?

La mañana del lunes 15 de febrero de 1971 todo transcurría con normalidad en Izúcar de Matamoros, era día de plaza y como era costumbre, comerciantes de diferentes comunidades habían llegado para extender sus puestos sobre las calles centrales de la población.

Un relámpago iluminó el interior de los baños y un ruido estruendoso desató el infierno. | Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla


Eran las 11:40 horas cuando de repente una gran explosión hizo llover piedras, metales y lumbre, sobre las personas que se encontraban completamente confundidas en las calles.

“Parecía que llovía lumbre del cielo (…) Pensé que se acababa el mundo”, dijo uno de los heridos mientras observaba con asombro como la gente gritaba y corría mientras el fuego líquido, las piedras y los fierros caían sobre sus cabezas y cuerpos.

Otro testigo aseguró que, como empezó a llover fuego, varias personas subieron a las azoteas para lanzar agua sobre las llamas utilizando todo tipo de recipientes, y agregó: “Entonces sucedió una segunda explosión y la gente que estaban en las azoteas cayó cuando se vinieron abajo los techos”.

Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla


Esta segunda explosión había sucedido 15 minutos después de la primera; pero el horror aún no terminaba porque 10 minutos después tuvieron que soportar una tercera explosión, a la que le sucedió una cuarta y última, que dicen fue la más potente de todas. Esto último fue asegurado por testigos de los hechos que iban a pie camino de Atencingo y al escuchar las detonaciones regresaron a Izúcar para encontrar espanto, terror y confusión.

“Dos viguetas de hierro volaron, una a 500 metros y la otra a casi un kilómetro de distancia; la primera quedó en el parque, rompiendo una banca, retorcida y con las huellas de la explosión (…) Los cristales de las casas se reventaron y a varios kilómetros a la redonda se sintió un ligero temblor”, se lee en la publicación de El Sol de Puebla del 16 de febrero de ese año.

Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

Un hecho lamentable

La confusión que se suscitó fue tan grande que los comerciantes, sus empleados, las amas de casa, los niños y los ancianos, salían a la calle gritando y corriendo, atropellándose unos a otros.

“Vi que mis ropas se encendían. Corrí, grité, pero nadie mi prestaba auxilio, porque a mi lado también otras personas se quemaban”, dijo Irineo González, de 17 años de edad, quien fue trasladado al Hospital Civil de la ciudad de Puebla para ser atendido.

Escenas desgarradoras se vivieron en la zona del accidente. Foto: Archivo / El Sol de Puebla

Las casas y edificios que estaban sobre la avenida Reforma de aquel municipio, lucían con los techos caídos y boquetes en las paredes que daban la impresión que habían sido producidas por un severo bombardeo.

Volaron más de dos mil 500 metros cuadrados de construcción. Los techos de seis edificios se cayeron, entre ellos el del sitio donde sucedió la explosión, una mercería, una zapatería y una vecindad en la que vivían por lo menos 20 personas.

Debajo de toneladas de piedras yacían personas sepultadas que tuvieron que esperar palas mecánicas que removerían escombros para ser rescatadas, porque aunque decenas de voluntarios quitaban piedras y escombro con sus propias manos, picos y palas, era imposible mover bloques de pedruscos y metales ardiendo.

Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

¿Qué fue lo que sucedió?

Las explosiones habían sucedido en la bodega de la Ferretería Martínez, ubicada en la avenida Reforma número 5, propiedad de Emeterio Martínez Hernández, quien en el momento fatídico se encontraba en la calle haciendo labor de venta.

Al frente del negocio se había quedado su esposa, Josefina Rivera de Martínez, quien resultó con quemaduras graves, pero aun así pudo sacar a sus pequeñas hijas, María Guadalupe, con heridas severas, y María Isabel, quien falleció quemada.

El accidente aéreo alcanzó proporciones nunca antes vistas en la Angelópolis y tuvo consecuencias dramáticas. Foto: Hemeroteca | El Sol de Puebla

Un corto circuito había provocado la explosión de tanques de acetileno, carburo y oxígeno, causando un infierno de forma inmediata. La lumbre de la que hablaban los pobladores era la pintura que había sido expulsada de sus depósitos y ardía al contacto con el exterior.

El siniestro dejó dos muertos, la niña Martínez y el hojalatero Mauro Vélez, que fue una de las personas que había subido al techo de la ferretería a tratar de sofocar el incendio y que luego se vino abajo.

Además, hubo 19 heridos hospitalizados, los más graves fueron cuatro y se trasladaron a Puebla. Quince fueron atendidos en el Centro de Salud de Izúcar, y muchos más con heridas leves por raspones o quemaduras de pintura que salió disparada de sus depósitos como lluvia de fuego.

Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

La tardía llamada de auxilio

El comerciante Hermilo Mendoza fue quien llamó a los Bomberos de Puebla; llegaron tarde, pero apagaron los escombros que seguían despidiendo humo después de varias horas y con peligro de que hubiera otra explosión.

El Ejército cerró las calles y desalojó la zona de la explosión. La Policía tuvo a su cuidado los puestos abandonados.

El presidente de la Cámara de Comercio de Izúcar de Matamoros, Caritino Sánchez, señaló que era una vergüenza que el municipio no contara con bomberos ni ambulancias, porque en las desgracias tenían que estar esperanzados al auxilio de Atlixco o Puebla.

Para cuantificar los daños, Fernando Montero Ortega, el entonces Procurador de Justicia del Estado, solicitó una relación de damnificados, heridos, el valor de la mercancía que perdieron los comerciantes y las pérdidas materiales.

Los primeros cálculos de pérdidas materiales producidas por la explosión fueron de dos millones de pesos antiguos, y en mercancía se cuantificaron alrededor de cuatro millones.