“Lo correcto es llamarnos personas con discapacidad visual total, no ciegos”, dijo Eduardo para El Sol de Puebla, quien perdió la vista luego de ingerir un frasco de pastillas de clonazepam tras la muerte de su madre.
Conocí a Eduardo, de 43 años de edad, en el metrobús de la línea 1. No podía pasar entre las personas, nadie se percató de inmediato de que no podía ver. Él dice que le pasa todo el tiempo. Después de unos minutos una joven le cedió el asiento, y él a su vez se lo ofreció a otra mujer. Ya sentado, incluso pidió a otra señora que le diera sus bolsas para cargarlas -chocó contra ellas cuando abordó la unidad, por eso sabía que las llevaba-.
El espacio a su lado quedó libre. Cruzamos un par de palabras y me dijo que regresaba hacia su casa tras presentar una denuncia ante la Fiscalía General del Estado (FGE), por el delito de amenazas. Me platicó que un par de sujetos lo había golpeado en dos ocasiones y que tiene la necesidad de poner un alto a la situación, pues el hostigamiento no sólo ha continuado sino que ha ido en aumento desde aquel día.
Me dijo que el grupo de hombres inició las agresiones cuando les pidió que dejaran de escandalizar en la calle porque no lo dejaban dormir. Desde entonces le arrojan objetos cuando come afuera de su vivienda; asegura que escucha el rompimiento del viento cuando pasan cerca de su rostro. Le han dejado pañales y excremento en su puerta, desperdicios de comida y colillas de cigarro, pero siempre barre.
Eduardo en alguna ocasión retó a los varones, pues escuchó que uno de ellos le dijo a otro: “mira ahí está, hijo de su pu... madre para llegar y darle un pin... patadón”, a lo que Lalo contestó: ”¿hablas demasiado, qué esperas, aquí estoy?” Después recibió un puñetazo en la cara, se reincorporó y de alguna manera que desconoce, se echó encima del sujeto y también lo golpeó. Refirió que los ataques lo llenan de rabia, pero trata de tranquilizarse porque no quiere tener el corazón lleno de rencor.
“Sólo quiero vivir en paz y tranquilo, ser admirado”, expresó Eduardo, quien está dispuesto a disculpar a sus verdugos si en algún momento se acercan a él.
LA MUERTE DE SU MADRE LE CAMBIÓ LA VIDA
Eduardo es el más pequeño de cuatro hermanos, el vínculo que tenía con su madre era especial. Sus hermanos le tenían “envidia de la buena”, quienes ante su visita comentaban a su madre: “Ya llegó tu santo, tu santo lalo, porque nomás llega y te curas de todo”. Tras la muerte de quien le quiso tanto, su vida se derrumbó, por lo que intentó suicidarse.
Para lograr el objetivo, ingirió una importante dosis de clonazepam, porque indicó, no fue capaz de ahorcarse o cortarse las venas, sin embargo, no lo consiguió; cuando despertó su vista se había ido, dejaría de ver todas aquellas pequeñas cosas que alguna vez ignoró.
Un año estuvo encerrado en su casa, sentado en una silla de ruedas para poder moverse; pensaba que la vida no valía la pena, hasta que llegó un amigo a verlo para decirle: “Lalo, si vas a hacer algo, hazlo bien, sino mejor siéntate, estira la mano y da lástima”, aquello le generó un pensamiento que hasta la fecha prevalece en su mente, “es gacho esto, pero pues fue mi error y le tengo que caminar como buen caballero… no quiero dar lástima a la gente”.
Para lograr lo anterior, Lalo aprendió a tejer bolsas artesanales, mismas que comercializa en el municipio de San Andrés Cholula. Próximamente, incluso impartirá tres cursos por semana en el DIF, los días lunes, martes y viernes para el público en general.
Eduardo busca ser un ejemplo para las personas con discapacidad visual total, y sepan que como para él, la vida siempre tiene segundas oportunidades.